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Una segunda vida política útil: el curioso caso de Jorge Alarte

9/05/2022 - 

VALÈNCIA. Uno de los axiomas más comunes en política es que las trayectorias de los dirigentes son, con sus vaivenes, siempre ascendentes hasta un punto culminante de apogeo para, superado ese momento, pasara los retiros dorados en forma de escaños ya sea en el Senado o en el Europarlamento y, en otros casos, en puestos bien remunerados con ciertas conexiones políticas. 

No es habitual, aunque ocurre en excepciones destacadas como Pedro Sánchez, que un dirigente que haya estado en la cima pase una travesía en el desierto y alcance cotas al mismo nivel o incluso superiores a las que había gozado. Esto es especialmente aplicable a los que han sido líderes de un partido: cuando pasa su momento de protagonismo, suelen ser tratados como jarrones chinos y, con mayor o menor sutileza, se pretende que su protagonismo e influencia sea lo más reducido posible.

Por eso es curioso el caso de Jorge Alarte, director general de Relaciones con las CCAA y Representación Institucional. El presidente de la Generalitat, Ximo Puig, lo nombró en septiembre de 2020 en el puesto y, a día de hoy, existe unanimidad en Presidencia de que el jefe del Consell acertó con su designación, pese a que en su momento resultó llamativo por lo poco habitual de ese tipo de 'rescate'. El motivo, Alarte fue líder del PSPV-PSOE entre 2008 y 2012: más aún, fue el rival del propio Puig en el cónclave celebrado en Alicante en el que el ahora presidente se alzó con la Secretaría General de los socialistas valencianos con un 60% de los votos por el 34% conseguido por Alarte.

El exlíder, que había perdido las elecciones de 2011 frente al PPCV de Francisco Camps tras unos esfuerzos denodados por situar los casos de corrupción en el centro de la agenda política, no pudo cumplir su sueño de recoger los frutos sembrados y se quedó sin disfrutar de una segunda oportunidad. La coyuntura benefició a Puig y, en 2015, pese a lograr el peor resultado de la historia del PSPV (23 escaños), se convirtió en presidente de la Generalitat gracias al Pacte del Botànic firmado con Compromís y Podemos.


Mientras, Alarte, había pasado tras su derrota en 2012 a un discreto segundo plano fuera de los focos políticos. Retomó la práctica de la abogacía y no se le conoció un papel protagonista en las conspiraciones o revueltas tan típicas de la formación socialista. Tras tres años de permanecer alejado de la política, Puig le propuso encabezar la lista al Senado, pero el empuje de la alianza Compromís-Podem en aquel momento impidió que Alarte pudiera obtener el escaño, por lo que siguió centrado en su despacho. En 2020, algunas fuentes socialistas creen que en parte gracias a la diputada Carmen Martínez, amiga de Alarte, Puig decide proponerle que se incorpore como director general de Relaciones con la CCAA y Representación Institucional.

Después de algo más de año y medio en el cargo, el balance en el Palau se considera, al menos así coinciden las distintas fuentes consultadas, "muy positivo". Alarte mantiene casi todas las semanas reuniones de todo tipo en Madrid, donde tiene despacho en la sede del Consell en la capital. Sobre esto, fuentes socialistas señalan que tiene contacto asiduo con personas vinculadas a La Moncloa, lo que sirve para mantener 'viva' la conexión entre el Gobierno de España y la Generalitat. Un aspecto de coordinación importante por ejemplo en cuestiones recientes como la presentación del proyecto de la gigafactoría, donde acudió Pedro Sánchez, o en la conferencia de presidentes celebrada el pasado mes de marzo.

Además, su conocimiento de los resortes del partido y de la sociedad civil en Madrid adquirido en su etapa del líder del PSPV también sirven en ocasiones para allanar el terreno a Puig en diferentes cuestiones. Un trabajo oscuro pero considerado efectivo y bien valorado en el Palau.

De esta manera, el curioso caso de Alarte evidencia que existe la posibilidad de tener una segunda vida política útil después de haber sido secretario general del partido. Un ejemplo de cómo se puede romper la regla no escrita de que perder el liderazgo significa ser condenado al ostracismo o a puestos en los que la única exigencia es pasar lo más desapercibido posible y fuera de cualquier participación en las decisiones.

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