VALÈNCIA. El municipio islandés de Grindavík no cuenta, aparentemente, con ningún encanto especial. Visto con ojos de recién llegado, supone un punto más sobre ese mapa insular de nieve, géiseres, auroras boreales y exuberancia geológica. De hecho, pocos sabrían de su existencia si no fuera porque, en un rincón de su zona portuaria, existe una pequeña cafetería en la que cada día se prepara una de las mejores sopas de langosta del mundo. Se trata de un local sencillo, sin pretensiones y con una clientela fiel formada por pescadores, vecinos, intelectuales e iconos culturales del país que se reúnen allí para degustar con fervor el famoso caldo. Más allá de sus cuencos humeantes, Byggjan -que así se llama el bar- lleva años convertido en piedra angular de la comunidad, un espacio donde preservar la esencia de quienes habitan en dichas latitudes. Sin embargo, como cualquier usuario de Instagram puede comprobar, Islandia está de moda y la constante llegada de turistas supone un reto para la supervivencia de esta madriguera al borde del océano. Ceder a las formas y ritmos que impone un mundo globalizado o resistir impertérrito al signo de los tiempos, he ahí la cuestión. Esta es la premisa de partida de Lobster Soup, el proyecto con el que la productora valenciana SUICAfilms acaba de lograr dos galardones en el prestigioso Lau Haizetara, el Foro de Coproducción de Documentales del Festival de San Sebastián.
Todavía en proceso de producción y bajo la dirección de Rafa Molés y Pepe Andreu, la cinta competía en este evento para profesionales de la industria -uno de los más importantes a nivel internacional- con otros 13 títulos de países como Argentina, Noruega, México, Cuba, Canadá, República Dominicana e Indonesia. Se da la circunstancia de que, además del de SUICA, otros tres de estos proyectos tenían ADN valenciano: Persia on air, de Quatre Films; The mistery of pink flamingos, elaborado por Japonica Films y Niño de Elche, de Señor y Señora SL. Para Molés, esta profusión mediterránea es sintómática de que “algo está cambiando en el territorio. Los creadores valencianos vamos teniendo cada vez más credibilidad”.
Sea como sea, resultó que la sopa de langosta incluía premio. En concreto, SUICAfilms volvió a casa con el galardón a Mejor Proyecto, dotado con 3.000 euros, y el de Ayuda a la Distribución, que ofrece un servicio de asesoramiento para poder difundir el producto final en los circuitos más adecuados. Dos distinciones que, según los directores, suponen un espaldarazo por parte de los grandes nombres del ámbito audiovisual, la demostración de que esa idea a la que tanto tiempo y recursos están dedicando, tiene sentido para los expertos. Como apunta Andreu, la participación en el Lau Haizetara “es vital porque nos pone en contacto con posibles inversores y distribuidores, es una forma de darle visibilidad a tu idea y acceder a mercados de todo el mundo. Cuesta mucho más levantar la financiación de un proyecto que llevarlo a cabo. Con estos galardones, los líderes del sector nos están diciendo que creen que este documental vale la pena, que se han fijado en él y estamos en su radar”.
“A este encuentro viene desde Al Jazeera o Radio Canadá hasta Televisión Española o Movistar +, pasando por canales especializados como Arte. Es una manera de testar nuestro proyecto, ver qué interés tiene y suscitar la financiación por parte de las cadenas. El objetivo es que no se reduzca a que nosotros estemos enamorados de una historia, sino que otros profesionales compartan sus impresiones”, explica Molés. Se abre así la posibilidad de destacar entre los miles de rodajes que se realizan cada año en todo el globo terráqueo: “la industria está observando y va marcando a algunos proyectos, eso permite abrir conversaciones”, señala el realizador, quien, junto a Andreu, también es responsable de largometrajes como Five days to dance, Sara Baras. Todas las voces o Experiment Stuka.
El documental, teniendo en cuenta el coste de los desplazamientos y la estancia en Islandia (considerado en la actualidad uno de los países más caros del mundo), ronda los 400.000 euros de presupuesto, una cantidad que SUICA comparte con las otras dos coproductoras del proyecto: la vasca REC y la islandesa Axfilms, cuya presencia ha sido fundamental para rodar la pieza en islandés y no en inglés. Por si os lo estabais preguntando, en la lengua propia de Reikiavik ‘sopa de langosta’ se traduce como ‘humarsúpa’. De nada.
El alma de un pueblo en un caldo
Como sucede con casi todas las cuestiones que realmente importan, Rafa Molés y Pepe Andreu, llegaron al local por pura casualidad mientras se encontraban de viaje por el país del hielo. La atmósfera que centelleaba en cada rincón les cautivó al instante, “es uno de esos lugares en los que, nada más entrar, te das cuenta de que sucede algo especial”. “Esos 50 metros cuadrados concentran un alma colectiva”, indica Andreu.
Entre la variopinta parroquia que puebla el Byggjan, sobresalen los pescadores de la zona “arreglando los problemas del mundo”, el último campeón de boxeo de Islandia (deporte que fue prohibido hace años), el traductor del Quijote al islandés, las vecinas que hacen calceta...Al otro lado de la barra, según relata Molés, se encuentra apostado el hijo de uno de los dueños del bar “la gran promesa del fútbol nacional cuya carrera se vio truncada por un accidente”. También se ha convertido en punto de peregrinaje para artistas de gira por el país y, en Navidad, los grandes escritores del panorama estatal lo eligen como entorno en el que presentar sus novedades literarias. Una vez al mes, los habitantes de Grindavík se congregan allí para recordar a los residentes fallecidos “y evitar que caigan en el olvido”. La memoria viva a golpe de caldo de marisco, el tejido social que sobrevive entre cucharas. “Vivimos en un mundo globalizado, pero todavía es posible encontrar esos resquicios de pureza y autenticidad en muchos lugares, solamente tienes que rascar un poco. En todos los sitios hay tesoros”, incide Andreu
Los responsables de esta cafetería son dos hermanos: uno cocina la célebre y sempiterna sopa y el otro ejerce, a su manera, de gestor cultural del enclave y trata de cohesionar a la comunidad en torno a la comida caliente. Fascinados por la esencia que supura cada poro del Byggjan, los dos realizadores les propusieron filmar su historia. Sin embargo, recibieron una inesperada respuesta: el aumento de turistas por aquellas coordenadas había despertado la maquinaria de la especulación urbanística y tenían sobre la mesa la oferta de vender el inmueble para que se construyera en él un gran hotel. Los hermanos, entre ración y ración de sopa, se encontraban sumidos en una lucha interior. De pintoresco relato sobre un pueblo marinero, el proyecto fílmico se transformó en un estudio sobre el proceso de gentrificación, las consecuencias del turismo masificado y las disyuntivas que estas dinámicas plantean a los lugareños afectados. “Narrativamente, ya teníamos un conflicto y un antagonista. Nos pareció que nuestro trabajo podía ayudar a salvar el alma del enclave”, apunta Molés sobre esta cinta que también fue premiada en el último Docs València
Comenzó el rodaje y, tras volver a València, recibieron una nueva llamada. La vida imponía otro giro de guion: “había aparecido otra oferta y, esta vez, ya no había dilema”. Tanta fama estaba alcanzado el local (las reseñas en Tripadvisor ejercen de infalible brújula al respecto) que la nueva propuesta, con financiación estadounidense, era construir sobre el local un gran comedor destinado a las riadas de visitantes, con un esqueleto de ballena expuesto y un escenario donde tocar country, y mantener en la planta baja la autenticidad del local original. “Los inversores se dieron cuenta de que lo que valía la pena eran los parroquianos, el espíritu del sitio, la autenticidad, pero, si la vendes ¿ese espíritu seguirá ahí?”, se cuestiona Molés. Queda, pues, todavía pendiente una tercera incursión por parte de los valencianos en la que pongan punto y final a su historia y cierren algunos cabos sueltos. Como señala el director, “la realidad que íbamos a contar se ha acelerado y eso nos ha obligado a modificar los ritmos de grabación, es algo que sucede en los documentales: las narraciones están vivas y estamos condicionados al desarrollo de los hechos. Al mismo tiempo, estamos en un proceso de búsqueda de financiación para poder sacar la cinta adelante con las mejores garantías posibles”. “Pensábamos que todo transcurriría de una forma más lenta, pero el proceso de venta se disparó. Ahora estamos pendientes de las obras que se van a llevar a cabo en el local y esperamos poder realizar ese tercer viaje durante el invierno”, indica Andreu.
Así, en esta nueva etapa, el documental abordará cómo afecta al espacio ese cambio en las reglas del juego: “¿Se mantendrá el alma del lugar? ¿Continuarán acudiendo allí los abuelitos? ¿Seguirá siendo igual de atractivo para los turistas? Buscamos aproximarnos a esos nuevos interrogantes que se abren ahora en el Byggjan”, plantea Molés. Ante el trote alcanzado por los acontecimientos, los responsables del film no se aventuran a dar una fecha de estreno concreta, aunque esperan poder tenerla finalizada en 2019. “Desde el Festival de San Sebastián se han interesado en poder exhibirla el año que viene, ojalá sea posible”, añade Molés
De Grindavík a la plaza de la Reina
Las consecuencias que tiene el turismo de masas en el territorio y sus habitantes, los procesos de gentrificación o la pérdida de identidad de los emplazamientos locales no son cuestiones que resulten ajenas a los valencianos. En este sentido, para los directores del documental, hablar de Islandia supone una forma de narrar, desde la distancia, los conflictos que de su propio hogar. “Allí el problema se ve de una forma mucho más nítida: son 350.000 habitantes y en un par de años han recibido a dos millones de turistas, autobuses llenos de gente que llegan a pequeños pueblecitos. Se trata del mismo fenómeno que se está viviendo en València, o en Croacia, y que ya sucedió en Barcelona”, apunta Molés, quien subraya las aristas del dilema al que se enfrentan los vecinos en el propio documental: “por una parte, les parece interesante el aumento de visitantes porque supone más ingresos, pero también se dan cuenta de que van a perder algo”.
“Es un problema global, actuamos como depredadores y cuando algo nos gusta nos apoderamos de ello y lo acabamos destruyendo. Está pasando en Grecia, en India…”, señala Andreu. Molés, por su parte, subraya la necesidad colectiva de “preguntarnos qué buscamos cuando viajamos a otros lugares. ¿Buscamos lo exótico? Y, si es así, ¿nuestra presencia hace que ese sitio deje de ser original? Nosotros creemos que esa batalla está perdida, el capitalismo manda. Uno de los hermanos del Byggjan usará el dinero conseguido en la operación para irse a jugar al golf a lugares con buen clima y el otro está planeando un viaje por la Toscana”. “Es genial que viajemos y conozcamos otras visiones del mundo, debemos hacerlo, pero tenemos que tener cuidado con la manera en la que lo hacemos porque podemos acabar echando a perder esos mismos sitios que nos han seducido”, apunta. A veces, el universo entero, con todas sus complejidades, contradicciones, matices y frustraciones cabe en un plato de sopa casera.