¿Por qué Espai Verd, un edificio envuelto de vegetación, es una excepción insólita en la ciudad? Explicaciones para una carencia
Si miras hacia arriba, en dirección a los edificios en altura, es más fácil encontrar banderas que vegetación. No, ahora en serio, me he pasado los últimos días consultando a arquitectos, urbanistas y enfermos de ciudad a propósito de edificios en València que apostaran por la vegetación como eje transversal de sus construcciones. Apenas uno ha emergido en cada comentario: el Espai Verd en los lindes de Benimaclet con la huerta. Síntoma y reflejo de una ciutat quizá no tan verde o, en el mejor de los casos, aisladamente verde.
Ese "mientras tanto" edificatorio por el que las construcciones además de espacios para viviendas, oficinas o equipamientos para otros usos, son bisagras por la que una urbe fluye, garantías de una calidad de vida un poco mayor.
Hay casos discretos, me enumera el arquitecto Pablo Camarasa, como la Ciudad de la Innovación de la UPV, con unos cuantos volúmenes cubiertos por vegetación; o el Centro de Referencia Estatal de Atención Psicosocial, entre la calle Rafael Alberti y la Avenida del General Avilés, con pequeñas zonas ajardinadas sobre la cubierta de la planta baja; o casos relictos como el de la Finca Roja, en el que hubo una intención inicial de un espacio privado a modo de jardín en el patio de manzanas.
Mientras, me reseña el arquitecto Carlos Salazar, se suceden los nuevos proyectos "vegetales". Desde Murcia, con el Jardín de El Coso de Cehegín; al Transbay Transit Center de San Francisco, donde los árboles se apoderan precisamente de los vacíos que las construcciones dejan a su paso; o Green Line en Nueva York, donde las plantas se apoderan de las viejas líneas ferroviarias en un jardín para reconstituir infraestructuras.
En València el balance de edificios surtidos de franjas boscosas es bien escaso, con apenas novedades emblemáticas que hayan apostado de raíz por la vegetación como hilo conductor. Solo, huérfano, el Espai Verd.
Quizá esa utopía en la entrada norte de València era una profecía autocumplida, una misión predestinada a quedar como rara a vis desde los ochentas más idílicos hasta hoy. Espai Verd como bisagra conectora de dos miradas que a duras penas se entienden, la urbe y la huerta.Cuando la naturaleza se propone invadir los edificios de viviendas para traer parte del campo a la ciudad. Antonio Cortés Ferrando, fiel seguidor de las andanzas del Hábitat Montreal, se propuso una mole cooperativa con jardines verticales como garante de una vida mejor, un precepto activado con fruición,lejos de aquí, en los últimos tiempos.
En esa lucha entre hormigón y vegetación, el verde frondoso prevalece. El ensueño de la ciudad jardín que comenzara a sembrarse en los albores de la avenida Blasco Ibáñez. Un horizonte selvático que en lugar de marcar el camino de referencia ha quedado como una isla (ésta sí muy mágica) y la excepcionalidad de lo que hubiera podido ser si constructores sucesivos se hubieran empeñado en fijar exigencias tan altas como las del estudio de arquitectura CSPT.
El vistazo a la torre de Francia, a los edificios de Alameda, a la Pagoda, al edificio Europa apenas depara verde en sus alturas por mucho que abunden cercanos jardines preestablecidos.
¿Cuáles son las razones para la soledad y la falta de compañía de Espai Verd? Junto al ambientólogo Andreu Escrivà esbozamos algunas…
-La falsa creencia de la Valencia verde. Impera cierto autoengaño al pensar que vivimo en una ciudad con mucho espacio verde porque tenemos el río, Viveros y la huerta tocando a la puerta. “Pero no, no lo es”, sostiene Escrivà, “tenemos carencia de espacio verdes, todavía pervive la mentalidad del jardín delimitado, a la manera decimonónica. No hay mentalidad de jardín difuso”. Como derivada una falsa complacencia de no necesitar áreas verdes más allá de las parceladas.
-Sin necesidad de áreas de cultivo. Hay ciudades en las que la vegetación en altura está justificada por la escasez de zonas agrícolas. Evidentemente no es el caso. La llegada desde Europa de propuestas para el cultivo vertical han sido rechazadas en València porque si algo tenemos es espacio agrícola.
-Una voraz mentalidad constructora. Pero a quién se le ocurre hablar de capas verdes en lugar de construir más o, “simplemente, no hacer nada porque sale más barato”. Esta causa no es más que otra derivada de un modelo de promociones que priman precio a calidad.“También ha incidido -señala Escrivà- esa misma creencia de que con el Turia, l’Albufera, la huerta… ya está todo hecho y no es necesario más”.
Pero hablemos de sus beneficios, del futuro. Apunta Pablo Camarasa que “un proyecto como el del Espai Verd siempre es un buen ejemplo, pionero de planteamientos que enriquecen Valencia, que apuestan por mejorar la calidad de vida de los ciudadanos. Atendiendo a la dinámica de intervención sobre lo construido, podrían tomarse en cuenta modelos como los desarrollados en Holanda, donde se llevan a cabo proyectos en los que se incorpora vegetación sobre las cubiertas, pero de menor densidad, pudiendo aplicar esas soluciones sobre los edificios que se rehabiliten en el casco antiguo”.
Andreu Escrivà muestra alguna de las ventajas que sobre una ciudad depositan las construcciones envueltas de vegetación. “Son bien beneficiosas. Pueden reducir la temperatura. Los techos verdes, con plantas autóctonas que necesitan de poca agua, pueden sostener bichos beneficiosos para el ecosistema como mariposas, saltamontes… Nos sorprendemos de que casi no hay en las ciudades, pero si los confinamos en los parques naturales pues no salen de allí, en cambio si a lo largo de la ciudad tienen distintas ’gasolineras’ repercute positivamente en el entorno”.
Una ciudad con poco Espai Verd.