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Lluís miquel

Una vida dedicada a la música y cultura valencianas

| 20/02/2022 | 14 min, 11 seg

VALÈNCIA.- Lo ha hecho todo. Tal cual. En nuestra música y en nuestra industria cultural. Quizá a las generaciones más jóvenes no les diga gran cosa el nombre de Lluís Miquel Campos (València, 1944), pero sin él no entenderíamos ni la música popular valenciana ni el bendito oficio del doblaje de cine y series al valenciano. En los dos ámbitos fue un avanzado a su tiempo. Músico, cantante, productor, empresario… son muchos los vértices de una personalidad insustituible como la suya. Ni siquiera él sabría por cuál de esas cuatro acotaciones podría decantarse a la hora de definirse. Quizá no se entiendan unas sin las otras. 

Tiene la edad de jubilación legal más que rebasada pero acude a diario a su despacho en la calle Joaquín Costa, en la zona de Cánovas. Allí se encuentra Adí Producciones, en el céntrico barrio del Ensanche en el que nació y en el que ha vivido toda su vida (cursó el bachillerato en Maristas, al poco de inaugurarse su actual edificio de la calle Salamanca, tras pasarse por El Pilar cuando estaba en pleno centro de la ciudad). Algo que la mayoría de la gente quizá desconoce: Lluís Miquel es un comprometido y autodidacta valencianoparlante en territorio comanche, viviendo en unas calles en las que predomina abrumadoramente —no digamos en la València del franquismo— el castellano. En «este barrio, que era de señoritos», como lo describe, pasa las mañanas, manejando su silla de ruedas eléctrica con una soltura envidiable. Y manteniendo una lucidez y una memoria inoxidables. Y allí es donde nos recibe para una prolija charla. 

De un tiempo a esta parte, no para de recibir homenajes. «Eso me acojona un poco, ¿habrán hablado con mi médico?», me dice con mucha retranca. Ya se sabe: cuando los tributos en vida empiezan a cundir, mejor será no mentar a la bicha. En cualquier caso, siempre es preferible recibirlos en vida. Y a él le han llovido, especialmente en los últimos tiempos. Al premio Berlanga (2009), el Vicent Ventura (2014) o el Mèrit Cutural de la Generalitat (2018), se le han ido sumando la medalla del Consell Valencià de Cultura (2021) y los homenajes del Teatre Micalet (2021) y el Barnasants (2021) barcelonés, estos ya todos en plena pandemia. «Hay gente que ha muerto pobre», comenta cuando hablamos acerca de músicos valencianos que merecían más eco y no lo tuvieron. No será ese su caso. Él se ha sabido ganar la vida. Y de qué manera. 

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Tiempos en blanco y negro

El Jacques Brel valenciano (permítaseme el símil: el legendario músico belga es a quien más veces ha versionado) rompió en el mundo de la música pop a principios de los sesenta con Els 4 Z, una formación de rock pionera en València. Su trayectoria se vio tristemente laminada por la censura franquista desde final de decenio: «Nos llevaron al Tribunal de Orden Público a Madrid, que sobreseyó la causa, y estuvimos incomunicados en el calabozo de la Gran Vía Fernando El Católico durante 72 horas», recuerda. ¿La culpa? Haberse expresado en valenciano en un concierto junto a Raimon, en el extinto cine Artis de València, en febrero de 1968. «El juez aquí nos dejó luego en libertad, pero cada semana teníamos que demostrar que no nos habíamos fugado: el desgraciado del delegado del Gobierno dijo que durante el concierto nos habíamos cagado en Franco, pero nunca nos cagamos en él ni le dedicamos una sola canción», rememora. Eran otros tiempos, desde luego. Esa fue su mili. Su forma de curtirse. A contracorriente. 

«Mis hijas no se creen esto cuando se lo cuento, piensan que exagero, pero fue así: no nos dejaban actuar, tocábamos gratis por las facultades de València y a partir de entonces no podíamos porque la policía nos lo impedía». Aquella situación en una València en blanco y negro resulta aún más grotesca si tenemos en cuenta que Els 4 Z era un cuarteto socialmente inofensivo. Hacían versiones de The Beatles, de la chanson francesa y de la canción melódica italiana del momento, y lucían aspecto de buenos chicos. Nada que ver con los equivalentes hispanos a los Rolling Stones, como podían ser los barceloneses Los Salvajes, por poner un ejemplo. 

Aunque de todo aquello trascendió L'arbre, emblemática composición de 1966, con letra del propio Lluís Miquel y música de Alfred Llabrés, que en gran medida se anticipaba al mensaje posterior de L'estaca (1968), el himno antifranquista de Lluís Llach. La de Els 4 Z era una inquietud sociopolítica apenas desvelada, pero sometida a sordina. En 1976 trataron de resarcirse con aquella otra canción, S'adoneu?, en la que Lluís Miquel cantaba aquello de «nostres veus tenen la força de les veus que han fet callar». Una historia de resistencia, en cierto modo. 

Pionero del doblaje

Luego llegó su gran proyecto, un espacio pionero en su día: los estudios Tabalet de Alboraia. Ubicados en plena huerta, estuvieron en funcionamiento desde 1977 a 2012. Por tanto, creados cuando esto aún era un páramo: había que ir a Madrid o Barcelona para grabar un disco en condiciones. «Te daban cuatro días para grabar un elepé en EMI Odeón, en Barcelona, y a ver cómo te las ingeniabas, así que nos hicimos con una alquería en Alboraia y la reconstruimos». Tal cual. La apuesta conllevaba su riesgo. «Costó setenta millones de pesetas, que pudimos reunir entre varios socios y a los tres años ya lo habíamos amortizado», esgrime. Pasaron por allí Maria del Mar Bonet y Quico Pi de la Serra a registrar algunas de sus nuevas grabaciones. «Se grababa bien y en un entorno bonito», dice.

Al poco de abrir llegarían tres discos cruciales que marcaron una época dorada del pop valenciano: los debuts de Remigi Palmero, Julio Bustamante y Pep Laguarda. Los dos primeros grabados allí mismo, en Tabalet. Fue la gran trilogía del pop mediterráneo, una de las pocas veces en que hemos exportado un sonido identificativo y común. Del primero de ellos es del que guarda un recuerdo más rompedor: «El disco de Remigi, Humitat relativa (1979), marcó una época porque rompió con el coñazo de la Nova Cançó, con todo lo que hacíamos nosotros», se autoinculpa sin medias tintas. Él formaba ya parte de esa Nova Cançó a la valenciana que se había desarrollado durante los años setenta. Conocía a Quico Pi de la Serra y a Joan Manuel Serrat por haber coincidido con ellos en Edigsa, la discográfica barcelonesa que había editado los trabajos de Els 4 Z durante los sesenta, aquellos tres extended plays (cuatro canciones cada uno) con versiones de Hervé Vilard, Ray Charles o Raimon, y con el propio Raimon ya había entrado en contacto cuando ambos cursaban estudios en la Universitat de València. 

Los estudios Tabalet empezaron también a doblar series y películas al valenciano desde 1984 (se preparaba ya el nacimiento del primer Canal 9, cinco años después) y a incentivar una intensa actividad en la creación de jingles publicitarios, con más de dos mil títulos, entre ellos la famosa melodía de Mercadona. Lo del doblaje fue otro ejercicio de autodidactismo: «Cuando iba a Madrid me quedaba allí porque había estudios de doblaje, y aprendía cómo trabajaban. Así, la primera película doblada al valenciano fue El salari de la por (estrenada aquí como El salario del miedo, en 1953), con Yves Montand, de Henri-Georges Clouzot que, con Ovidi Montllor y Eduardo Sancho de dobladores, nos costó un mes hacerla», dice. «Creamos una profesión nueva: el doblaje hizo ganar mucho dinero a muchos actores, incluso aquí, porque luego hubo ya quince estudios en València después del nuestro», resalta con cierto orgullo. 

El éxito televisivo

Pero el dinero no estaba realmente allí. Estaba en la publicidad: «los que salvaban económicamente los estudios eran los jingles; yo había trabajado en una agencia publicitaria tras estudiar Bellas Artes, y tenía mis contactos», dice. Del desembarco de Mercadona recuerda haber conocido mucho antes a Juan Roig, concretamente «en el supermercado Doña Amparo, antes de fundar la empresa de supermercados». Su sintonía publicitaria llegaría con el tiempo a identificarse fielmente con la marca. Un soniquete inconfundible desde 1986. Hace décadas que jalona el hilo musical de cualquiera de sus establecimientos. Aquellos fueron tiempos de muchísimo trabajo para Lluís Miquel: «Mi familia me decía que me iba a morir de tanto trabajar. Tenía lo de Tabalet, también producía teatro, talleres de ópera… he sido siempre muy currante; me gustaba montar cosas nuevas que no se hicieran por aquí, aunque creo que en el fondo lo que me pasa es que estoy majareta; lo mejor es meterte en el ayuntamiento de funcionario», argumenta. Una vida sin complicaciones, vaya. Pero el acomodamiento nunca fue con él. 

Lo que nadie podía predecir en la vida de este auténtico todoterreno de nuestra cultura es el éxito televisivo. Una bendita carambola que vivió a mediados de los años ochenta gracias a Patxinguer Z, el grupo que encabezaba junto a la actriz y cantante Mamen García —precisamente la voz que luego daría vida al jingle de Mercadona—, y que se hicieron muy populares al aparecer actuando en vivo, cada semana, en Si yo fuera presidente, el programa de humor y actualidad que Fernando García Tola presentaba en el prime time de la segunda cadena de TVE, una de las dos únicas que existían, entre 1983 y 1985. «Patxinguer Z nació cuando Els 4 Z ya solo eran dos músicos, Ricardo Gudino y Rafael Ruiz, porque nos habíamos tenido que disolver, y empezamos como grupo a raíz de actuar en la falla King Kong, de la calle Salamanca/Reina Doña Germana, que entonces presidía y fundó Julio Tormo: era una falla contestataria, alternativa, pero como no era cuestión de cantar dramas de llibertat y tal, allí en pleno barrio de Cánovas, pues me puse a cantar la canción del ColaCao, la de Muebles Peris y demás, y de ahí salió lo de Patxinguer, como una orquestina de baile en la que luego entró Mamen, que más tarde hizo una carrera espléndida por su cuenta», rememora. Según explica, participaron en Si yo fuera presidente por medio el escritor Manuel Vicent gracias a que este les había visto salir en Aitana (la desconexión valenciana de TVE) y les puso en contacto con el programa, lo que hizo que «durante tres años fuimos todos los martes a grabar a Madrid».

La repercusión de la caja tonta, en aquel momento aún de monocultivo público, en el que no había cadenas privadas ni tampoco autonómicas —a excepción de una incipiente TV3—, fue apabullante: «Llegó a tener doce millones de audiencia, algo brutal, y nos hizo ser conocidos en toda España e incluso fuera: recuerdo ir con mi mujer de vacaciones a París en tren y que alguna gente nos saludara», recuerda. Algo impensable unos años antes. 

Piruetas empresariales y directos 

Sus piruetas empresariales fueron frecuentes. Como el éxito de las cintas de casete de Don Pío, editadas por Ànec, el propio sello discográfico que montó: «En un principio Ànec era como una cooperativa con los cantantes de la Nova Cançó, gente como Lluís el Sifoner o Paco Muñoz, pero tuvimos la suerte de que en aquellos años descubrí a un tipo que iba por los pubs y los bares contando chistes, precisamente en la misma época en la que salió Eugenio en Barcelona, y tuvimos la idea de que contara los chistes con acento y palabras valencianas». Aquel hombre que iba de pub en pub haciendo reír a su clientela era Manolo Meliá, más conocido como Don Pío, nada menos. El mismo que acabaría siendo uno de nuestros humoristas más populares. «Grabamos un casete suyo que vendió dos cientas mil copias, un bombazo, y gracias a esos beneficios pudimos empezar a editar una antología de música valenciana, con subvención de la Conselleria, como el disco Quan el mal ve d’Almansa (1979), de Al Tall». La promoción del folk valenciano debida al éxito de las cintas de casete de chistes que se vendían en las gasolineras. Quién lo iba a decir, así de caprichosa podía ser la industria. 

joaquín sabina interpretó en valenciano la canción de lluís miquel 'l’arbre' en un concierto en el principal

En cualquier caso, su carrera musical es prolija y puede que se haya visto oscurecida por su faceta como factótum cultural. Entre sus puntos álgidos, el histórico concierto que ofreció en el Teatro Principal en 1986, con colegas como Quico Pi de la Serra o Joaquín Sabina, entre muchos otros, registrado en el disco Silenci. Gravem amb els 4 Z i Orquestra (Di-fusió Mediterrània, 1986). Él mismo lo considera la cúspide de su trayectoria: «Llevaba muchos años cantando y me atreví a hacer una sola noche, un solo concierto con muchísimos invitados: conseguí que Joaquín Sabina cantara L’arbre en valenciano. Fue una noche espectacular», recuerda. Otra noche para enmarcar, muchos años después, fue el concierto que registró en A cau d'orella (2005), celebrado de nuevo en El Principal, en el que abordaba clásicos de Jacques Brel, Gilbert Bécaud, Chico Buarque, Paolo Conte o Domenico Modugno. También fue en ese mismo teatro donde orquestó en 2016 el concierto colectivo Cantem valencià, en el que diferentes músicos valencianoparlantes —Andreu Valor, Joan Amèric, La Gossa Sorda, Al Tall, Rafa Xambó o Josep Aparici 'Apa'— interpretaban versiones de canciones de diferentes estilos y épocas, todos reunidos bajo su inagotable capacidad de convocatoria.

Brel, siempre Brel

Lejos del patrón anglosajón que tanto influía a muchos de sus contemporáneos, todos aquellos que se amamantaron en la cultura del primer rock and roll, sus modelos eran principalmente italianos y franceses: «Al principio de los setenta estábamos más influenciados por la música italiana que por la francesa; luego intentábamos ligar con las francesas, y si ellas venían con discos de Brel o Becaud, nosotros les dábamos uno de Peret», se carcajea. Eran otros tiempos, claro. Aunque la figura del belga Jacques Brel siempre ha prevalecido como un tótem: «Con todas sus incoherencias ideológicas, me parecía un intérprete como no había otro», confiesa. Perdió, eso sí, la gran ocasión de decírselo directamente a la cara cuando apenas era un pipiolo: «Me fui a verlo al Olympia de París en 1963, yo entonces tendría diecinueve años: esperé a que terminara el concierto y cuando le vi me acojoné y me quedé parado, sin poder decirle nada, después de haberme gastado todos mis ahorros para ir a verle», rememora. De hecho, su último trabajo discográfico hasta la fecha es Lluís Miquel canta Jacques Brel (2018), una nueva revisión de clásicos del titán belga, al autor inmortal de Ne me quitte pas y tantas otras cumbres de la chanson más emocional y poética. 

Lluís Miquel Campos se muestra, lógicamente, agradecido por los reconocimientos que le han ido concediendo en los últimos tiempos. Sin embargo, no deja de tener esa sensación ambivalente que cualquier creador valenciano alberga sobre la dudosa proyección cultural, sobre esa falta de autoestima que muchas veces ha lastrado la repercusión de unos artistas más valorados fuera que en casa. «Aquí ya sabemos cómo somos; no es algo malintencionado, ni mucho menos, simplemente es que somos así», dice. Y lo corrobora: «Si Joan Manuel Serrat hubiera nacido aquí no hubiera llegado a ser Serrat, y no es por mala fe. Si Nino Bravo o Bruno Lomas no se llegan a ir fuera, tampoco hubieran llegado a nada. Y Raimon porque era un símbolo de la ruptura con el franquismo. Pero aquí ha habido gente que ha valido mucho en cualquier tipo de música, y los hemos valorado de boquilla, pero nada más», afirma. 

* Este artículo se publicó originalmente en el número 88 (febrero 2022) de la revista Plaza

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