Esta clásica expresión de las personas que siempre hemos llamado mendigos comienza a tener una peculiar respuesta: “no llevo suelto, bueno, no llevo dinero sólo el móvil”, porque cada vez más utilizamos el pago digital y con ello hacemos desaparecer el dinero físico de la circulación
“Tengo casi 80 años y me entristece mucho ver que los bancos se han olvidado de las personas mayores como yo.” Con esta lapidaria frase comienza la campaña-protesta que el valenciano de 78 años Carlos San Juan ha lanzado, curiosamente en una plataforma digital, para recabar apoyos y reivindicar la atención presencial y física de las sucursales bancarias. Comienzo con esta noticia que seguro muchos de ustedes conocerán por su presencia en medios y sobre todo porque se hizo viral vía WhatsApp porque creo que guarda una gran relación con el abandono del dinero en metálico, el pago con tarjeta y con ésta insertada en el monedero digital del móvil y la relación con nuestro banco a través únicamente del móvil o cualquier dispositivo electrónico.
Los tiempos cambian y la revolución digital en algunos ámbitos es más potente e invasiva, y sin duda la banca está en constante transformación y la forma en la que nos relacionamos con el dinero comienza a ser casi 100% virtual. La nómina se ingresa en la cuenta que la consultas desde el móvil, cuenta a la que le cargan online recibos y demás pagos, las transferencias son automáticas y se pueden programar y para cuantías menores o gastos del día a día el Bizum reina como forma de intercambio cómoda, pues solo requiere el teléfono del otro usuario (lógicamente ligado a una cuenta bancaria), pero evita pedir el eterno número de cuenta. De hecho, el ayuntamiento de Valencia acaba de anunciar que se podrán pagar tributos y multas a través de este sistema.
La modernidad tecnológica en el mundo de las finanzas y los dineros, que diría el castizo trae consigo sensaciones encontradas en muchos, es indudable la comodidad en muchas gestiones que antes suponían pérdida de tiempo y hasta de salud, todo es más ágil y directo, pero quizá obviamos a colectivos importantes que no pueden o no saben cómo hacer uso de todo ello. La clásica imagen de la caridad dando dinero a una persona sin hogar o sin recursos para que pueda comprarse el pan del día ha pasado a que no podamos responder ante esa demanda, pues sólo llevamos dinero en tarjeta o en el móvil. Los músicos callejeros que amenizan las terrazas de los bares suelen pasar una gorra o sombrero al acabar su actuación, ¿cuántas veces nos ha gustado, queremos felicitarles y dar unos euros y al echarnos mano recordamos que ya no usamos el dinero? Aquí me viene a la mente un magnífico saxofonista que en la plaza del Collado y ante mi sorpresa me ofreció pagarle vía Bizum, me dio su número y así lo hice, pero sin duda no es lo habitual.
Pero si la falta del papel moneda puede llevarnos a un control total y absoluto sobre nuestra vida, nuestros gastos y nuestras rutinas, mucho más grave es la eliminación de entidades bancarias con un horario razonable para seguir atendiendo a millones de personas mayores que además de no saber manejar las nuevas tecnologías, quieren y deben salir a la calle, encontrarse con la gente, conversar en el banco, el horno o el supermercado y además de realizar sus gestiones, en muchos casos es su única forma de socializar. Gracias a Dios, esa generación que nació en los 40 del siglo pasado o antes, mantienen algunas sanas costumbres como la de hacer la compra físicamente y visitar las tiendas y los bancos, mientras les dejen, y no creo que debamos obligarles a un drástico cambio tecnológico.
Ya no llevamos monedillas con las que pagar el periódico y echar la limosna en misa, algunas iglesias tienen máquinas para realizar el pago con la tarjeta o el teléfono, o te ofrecen el número para las transferencias online. Ya nadie piensa en comprar aquellos monederos de piel que junto a la cartera representaban el fortín particular de cada uno, donde residía el poder económico de las personas. Si la digitalización ha eliminado ese contacto físico, el futuro y parte del presente nos trae otro tipo de monedas, totalmente digitales y de las que ni me atrevo ni quiero hablarles porque me siguen generando una mezcla de sorpresa y rechazo. Quizá en unos años las personas que habitan en la calle dirán “unas criptocillas por favor”.