Como no vi el cara a cara del pasado lunes entre Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo, ayer tuve que darme un paseo por las redes para dar consistencia a esta columna. Y me encontré con que el partido al que no le gustan los periodistas, ni la mayoría de los colectivos de la sociedad del siglo XXI, había empotrado su autobús electoral en una de las estrechas calles del centro de Cáceres. Búsquenlo, será una de las noticias más leídas de todos los periódicos. Resulta que el chófer de Abascal pretendió lo mismo que su jefe, colarse allá donde no tiene cabida, y dañó a su paso un vehículo y algún edificio, en una ciudad que es patrimonio de la Humanidad. Vamos, lo mismo que hicieron en el casco antiguo de Elche, entre La Calahorra, la Basílica de Santa María y los despachos municipales. Lo mismo que van a hacer en las inmediaciones del Palau de la Generalitat de Valencia. Pero, en el caso accidente de la ciudad extremeña, en sentido literal. Tendría hasta gracia que el conductor hubiera encajado el bus siguiendo indicaciones erróneas del GPS, dado que se trata de un partido que, por negarse a seguir las normas, niega hasta la Constitución. A lo mejor, ocurrió precisamente porque desobedecieron la voz del GPS. Tendría gracia si no fuera porque no la tiene. En absoluto.
Menos gracia tiene aún la agenda que el partido de ultraderecha está marcando en el PP. En los gobiernos autonómicos y municipales en los que han llegado a acuerdos, los populares están delegando competencias en Igualdad, algo previsible, dados los antecedentes, y Medio Ambiente, algo también extremadamente preocupante que no vi venir. En la Comunidad Valenciana, de momento, la Cultura, que le servirá a Vicente Barrera para subvencionar los toros, con lo enemigos que son ellos de las ayudas públicas, y para que nos olvidemos de Lorca y Miguel Hernández, entre otros, hasta nueva orden. Volvamos al medio ambiente. Lo que diferenciaba hasta ahora a los populares de sus nuevos socios era el cinismo. Sí, se oponen a casi cualquier avance social, pero en el fondo da la impresión de que lo hacen porque no pueden. Es decir, de cara a la galería. Llevo a los tribunales la ley del Aborto, voto en contra de la de la Eutanasia, me enfurruño por los derechos LGTBI y alegro así al ala más extrema de mi electorado, pero en el fondo sé que no los voy a frenar. Ya enviaré a Borja Sémper a decir que las leyes no estaban tan mal y se aprobaron gracias a nosotros.
Pero los otros sí creen que pueden. Entre otras cosas, ya han anunciado que van a recortar los presupuestos destinados a la Agencia Española de Meteorología (Aemet), porque no les gusta nada de lo que pronostican con métodos científicos y conocimientos avanzados. Quieren empotrar su autobús en las puertas de la agencia porque también insiste en negar las patrañas de los chemtrails, las líneas que dibujan en el aire los aviones, por ejemplo. Si empiezan con algo así, miedo da pensar en lo que harán con políticas efectivas de conservación del planeta. Ese empecinamiento en contra de la evidencia del calentamiento global y el cambio climático está calando en el electorado de derechas. Así que el PP se lo tiene que apropiar. En España tiran de cinismo y delegan en los ultras, para liberarse de responsabilidades. Salvo en Madrid, donde Ayuso campa a sus anchas. Pero allá donde no pueden, Europa, comienzan a oponerse a medidas de conservación del planeta a las que nunca se habían enfrentado de manera tajante. El dinero se puede combatir, el fanatismo no. Espero que el PP entienda pronto que el cambio climático no es una cuestión ideológica y empiece a enfrentarse a él porque sabe que no puede negarlo.
@Faroimpostor