La ciudad castellonense ha despedido unas fiestas de Sant Pere, en el Grau, multitudinarias, extraordinarias. Los dos años de pandemia contuvieron toda ilusión y ganas de celebrar, de celebrarnos como ciudadanía. Ahora, instaladas en los inicios del mes de julio, la rutina urbana nos deja a solas. El éxodo de la ciudad a Benicàssim, a las playas castellonenses, vacía las calles. Los sonidos transmutan al silencio, sin excesos de tráfico, sin el paso masivo de las personas. Quienes pasamos el verano en las ciudades convivimos con lo bueno y, también, con lo menos bueno. Frente al sosiego y el calor sin aglomeraciones, surgen sonidos que desconocemos, aspectos callejeros que sobresaltan estos meses y no percibimos en otras estaciones. Los edificios se vacían. Ya no escuchas el llanto de un bebé ni las discusiones amorosas de los vecinos del octavo, ni hueles los guisos de las cocinas de los patios interiores.
Sin embargo, València era una olla urbana a presión la tarde del pasado viernes. Llegas de la reconfortante calma y aterrizas en una Estación del Nord bulliciosa, con Les Roques expuestas en medio del espacio ferroviario, como una aparición, un surrealismo ante el que alguien me preguntó si se trataba de una falla. Mi relajo castellonense me llevó a explicar las tradiciones del Corpus del Cap i Casal. Les Roques, espléndidas, allí, todas juntas, dando la bienvenida o la despedida de València. Frente a la estación, se abría una ciudad abarrotada, como en plena semana fallera. La Plaça de l’Ajuntament era un gran espacio libre y lleno de personas paseando, de familias enteras, de gente mayor y gente joven. Una explosión multitudinaria de vida.
Bajo el hilo de una bella luna creciente, mi amiga Reyes y yo vivimos el emocionante concierto de Serrat en la plaza de toros valenciana. Una noche cargada de sentimientos, de recuerdos, de luchas compartidas, de golpe a golpe y verso a verso. Una noche de piel chinita, de lágrimas y alegría a borbotones, incontrolables. Y sin nostalgia, cómo advirtió el Noi del Poble Sec, porque ahora mismo, todo es futuro. Fue un concierto inolvidable para quienes hemos crecido con esta banda sonora, con esas canciones en catalán de sus primeros pasos que no solía interpretar en su historia de conciertos. Vibramos hasta casi rompernos, porque, además, fue un concierto de público mayor, como nosotras.
Hemos recorrido la vida, entre otras canciones, junto a La Tieta, Els vells amants, Helena, Cançó de Matinada, Las nanas de la cebolla, Para la libertad y Pare, tema que compuso Joan Manuel Serrat en 1970 y que hoy, más que nunca, tiene una vigencia que estremece. Hemos vivido con su música. Mis hijos también crecieron con Serrat, además de otros muchos artistas de la música catalana. De hecho, mi hijo mayor estuvo el jueves en València, muy emocionado tras la experiencia.
La plaza, tremendamente llena, vibró conjuntamente. En nuestro Tendido 9, éramos las más jóvenes de unas filas repletas de personas mayores, casi todos con movilidad reducida, bueno, como nosotras. Una odisea trepar por aquellas gradas y mantenernos estáticas durante dos horas y media. Pero todo mereció la pena, aún saliendo de allí casi a cuatro patas, doloridas, con rodillas desmontadas, con lumbalgia amenazante, con pies ausentes.
Y volaron las palabras, los recuerdos, aquellas pequeñas cosas que hace que lloremos cuando nadie nos ve, porque creemos que las mató el tiempo y la ausencia, pero su tren vendió boleto de ida y vuelta. Y planearon las letras del Romance de Curro El Palmo, encogiéndonos en la fila 8 del Tendido 9, con aquel amor que se fue y nos dejó sin entender los despertares ni el dormir en una cama demasiado ancha, que nos dejó la soledad y un manojillo de escarcha. También asomó Lucía por este espacio sonoro, con quien aprendimos a amar enredadas en su pelo, en sus brazos, recordando que no hay nada más bello que lo que nunca tuvimos, ni nada más amado que lo que perdimos. Fue por tu amor, Lucía.
Mientras cantábamos, acompañando a Serrat, las imágenes del escenario iban recordando las injusticias y maldades de este mundo mudo ante tantas ignominias y dolor. Desde un Mediterráneo que esconde los cadáveres de tantas personas, desde el sufrimiento de las personas migrantes, desde los muros palestinos que separan al mundo de la durísima realidad que sufren sus habitantes, a través de las creaciones artísticas de Banksy.
Con Serrat este país, hace décadas del pasado siglo, se acercó y estimó a poetas como Miguel Hernández o Antonio Machado. No eran autores en los libros de texto, ni al uso para la mayoría de una sociedad sometida a una larga y tortuosa dictadura. El viernes, en pie, -manteniendo todos los equilibrios y las articulaciones-, en el Tendido 9, acompañamos al Nano cantando Para la libertad, porque seguimos sangrando, luchando y perviviendo, porque somos como el árbol talado que retoño, porque tenemos la vida, aún tenemos la vida.
La misma semana de este maravilloso concierto, vivimos días extraños. Tras el poderío y blindaje de Madrid por la cumbre de la OTAN, la vida ha seguido su curso, pero este tránsito entre las distintas realidades ha sido convulso. Somos un país al borde de la pobreza. Según los últimos datos del Instituto Nacional de Estadística el porcentaje de población en riesgo de pobreza o exclusión ha crecido hasta un 28,8%.
El regreso a la realidad, tras la deslumbrante cumbre de los países integrados en la OTAN, no ha podido dejar más desaliento. Un fuerte contraste entre el incremento de estos países en el gasto armamentista, y la realidad sangrante de todas las sociedades que están sufriendo las consecuencias de los conflictos. Dos años de pandemia y, ahora, la gran crisis derivada de la invasión de Ucrania. Encarecimiento de los precios energéticos, de los precios de la cesta de la compra, de todos los precios de todos los productos. Salarios que no están a la altura, familias que no llegan a final de mes. Mientras, nos preparamos para la llegada de lo peor de esta crisis. Los expertos economistas no dejan de advertir que este otoño va a ser duro, crítico.
Un panorama desolador, a pesar de los esfuerzos de los gobiernos progresistas que vuelven a aprobar planes de choque para las personas más vulnerables. Pero no será suficiente. Estamos inmersos en la economía global, en los conflictos globales y en este incierto futuro global. La vida, hoy, nos deja, tan solo, un manojillo de escarcha.
Y, aunque, de vez en cuando la vida nos bese en la boca, nos pasea en volandas, se hace a nuestra medida y nos sentimos felices como cuando salíamos de la escuela… De vez en cuando la vida nos gasta una broma y nos despertamos sin saber qué pasa, chupando un palo sobre una calabaza.