Se otean vacaciones sí o sí. Y hedonistas, hedonistas. Más o menos cerca, lejos o desde casa, pero con sabores y paisajes eternamente adentro, como el vino que nos acompañará y empezando por Galicia
Desde la orilla del río y mirando para arriba partimos de Bande entre montes lobunos para llegar a Muros con pedregosos soportales. De verdes estampas arboladas a mares con olas imposibles y pesqueros cargados de felicidad. Con descansos para alimentar espíritus meigosos y llenar la vista de la belleza de las catedrales entre Santiago y Ribadeo o parar en aquellos paradores de Tui, Baiona o Pontevedra. De paseos por playas frescales, caminos de adoquines no amarillos y plazas con su cara y con su cruz.
Pero aquí hemos venido a beber, no nos olvidamos, y allá vamos, que colmamos la copa de vinos que miran al Atlántico para alegrarnos el verano. De zonas archifamosas como Ribeiro y Rías Baixas, y otras muchas tan dichosas. Hablamos de Monterrei, Valdeorras, Ribeira Sacra, Betanzos, Barbanza… cada una a su manera y tan rebién. Con los más conocidos blancos, de albariño, godello, loureira o torrontés o de esas tintas tan personales y disfrutonas que son la mencía, la sousón o la brancellao. En heroicas laderas o rozando la misma costa, con suelos diversos, fornidos vendimiantes y parajes de aldea, castros y monasterios. Mientras los hórreos altivos observan con calma cómo las estaciones van dando su fruto que llenará botellas de tipicidad y terruño. Y no hay reguño, pero vamos a darle al lío y con brío, que la sed aprieta coqueta.
Para abrir boquita abrimos el Fragas do Lecer 2018 (Fragas do Lecer). Godello de Monterrei seriecín, gustoso y de un asequible más que bueno. Se moldea entre algunas frutas maduras y henos que no le hacen de menos, sino de más, y con su medida fuerza se viene arriba si le damos de comer una empanada de xoubas.
De treixadura y un pelín de loureira, el D’Mateo Treixadura 2018 (D’Mateo) nos lleva raudo al río Avia. Corrientes cristalinas que corren con tímida soltura mientras acarician las pequeñas flores blancas que crecen en la orilla. Con un puntito salino que nos lleva a esas calles con puente de fondo donde probamos aquellas primeras navajas.
El Cholo 2018 (Adega Manuel Formigo) es la loureira más en sí misma. Acidez en equilibrio con el buen gusto que se mantiene entre la formalidad y lo que sabe a nuevo. Ribeiro que se declara directo para acompañar un pescado graso sin más añadido que su perfecto punto de cocción. Pensamos en ese rodaballo con vistas a la Costa de la Muerte.
Con el Carralcoba 2017 (Fento Wines) volamos a Cambados y sus albariños más puros. Los que se destapan en longitudes eternas, profundo volumen y flechas de las de robar corazones. Joyita que te envuelve para que te tomes otra botella, pero que si logramos esperar nos dará todavía más. Y le ponemos una centolla, simplemente cocida y después de baño en el puerto.
El Ceibo 2017 (Bodegas Albamar) llena de pasión a la godello. Bienvenida acogedora de peritas de San Juan restallantes y la ilusión de niño porque llegan. Rocío mañanero que fluye como la seda entre matices mil y un señorío exento de bobadas. Carácter y genio de los lindos con una sonrisa y la mítica tortilla de patatas.
Volvemos al albariño con el Volandeira 2018 (Constantina Sotelo Viticultores). Lozanía marina con su sazón bien marcada y aromáticos contenidos. Intensidad de paseo en barco, pelos al viento y abrazo de película al canto. Y cantando lindas tonadas no desentona nunca para quedarse mucho rato junto a un montón de mejillones al vapor.
Nos pasamos a los tintos con el Komokabas Rojo 2018 (Entre Os Ríos). Caíño sutil, clarito y bonito. Montes frutosos de pasar días de caminata con salero y sin cansancio ninguno. Porque es vino de glugluglú y ver caer botellas con soltura. Mozo lozano, descarado y cariñoso que nos lleva a un nuevo bar a devorar el bocadillo de pulpo con queso San Simón.
A Villeira 2018 (Virgen del Galir) es producto de una mencía repleta de bayitas en campos verdes. Relente ventoso y hermoso que agrada con un paso tan raudo como lleno de memoria. Grato y sin ambages nos colma en plenitud y nos lo pimplamos sin darnos cuenta con una de oreja a la gallega.
El Portela do Vento 2017 (Daterra Viticultores) nos ilumina porque es libertad y sonrisas. Mencía con un tanto de garnacha tintorera, resulta sol, agua y viento. Hermosa estampa de mimo tejida en ganchillo con arte. Silvestre con fondo profundo y vida chispeante que se convierte en fijo de la casa con un buen plato de raxo.
En el Señor Cuco no Carballo 2016 (Entrevideiras) se alían uvas sousón, pedral, espadeiro y caíño con desenlace impecable. Bosque con arbustos de cocinar entre laureles y tomillos. Descoque que se alarga toda la noche y nos acerca al océano porque es su santo y seña. Relente del que nos abrigamos con un caldo gallego y tan a gusto.
El Ladeira Vella 2016 (A Coroa) es señor formal y con la sabiduría de los años de experiencias. Garnacha tintorera de cepas viejitas con algo de aquí y allá, tiene su cuerpo balsámico y sabroso. Con su chicha y sin perder el descaro llega hasta lo cárnico. Y lo bebemos con carne… que sea lacón con grelos.
Con el Aliaxe 2017 (Bodegas Fulcro) bajamos hasta las rías para despedir nuestro viaje. Pradera de especiados esparcidos con soltura. Mentolados descarados que circulan pisando fuerte y dejando la huella por donde van. Expresión de melancolía rozagante que nos sirve de excusa para zamparnos un cocido de carnaval.
Así hemos venido de algún sitio y tal cual nos vamos a quién sabe dónde. Pero aquí estamos, con vosotros, un viernes más y brindando por los que vendrán. Siempre soñando, siempre con vino.