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Bitácora de un mundo reinventado  / OPINIÓN

Vainilla, coco, vaticinios fútiles y la falacia de los cereales

12/02/2021 - 

Una arena rojiza y sedosa cubre la ciudad el sábado por la mañana y desata la rabia furibunda de las escobas. Ha llegado desde Mali y Argelia y su viaje termina a los pies del Pirineo. Según Aemet no se recuerda nada similar en años. Según las retrotrayectorias estudiadas, el vuelo empezó el día 3 y acabó en nuestra ciudad perimetrada el día 6. También hay registro fósil de arena en la Antártida, brama mi madre cuando se lo cuento, llama paleto al que se maraville del fenómeno, a la Amet si hace falta. Arena del terciario sepultada entre el hielo durante millones de años. Un capricho de la Tierra, me digo, para estirar la línea de nuestra memoria y matar nuestra vanidad de Sapiens, burlarnos. La abuela alecciona a la niña, que no levanta los ojos del móvil, y el taxista hace como que no oye la conversación. Las tres volvemos del centro donde he elegido mi regalo de no-cumpleaños y nuestro viaje ha sido tan espectral como el de la arena desde el Sáhara. 

Desisto de discutir. Sé lo que es vivir con una geóloga de corazón, una mujer que mide las mudas en millones de años: se hace imposible convencerla de lo insólito o lo que estrenamos. Ha seguido durante décadas el movimiento de la materia inanimada, sus colisiones, grietas y plegamientos, esa danza lenta de lo inmenso. Aunque no la dejemos ir a la facultad, nos suelta una clase hasta en los tenderetes de pulseritas y amuletos. Guardo para mí la reflexión sobre el mirar; sus fósiles no sufren una conmoción que les haga calificar cada día de inédito.

Para los que miramos con ojos de susto: proliferan los vaticinios. Todo lo antiguo muta en desacostumbrado. Siempre hemos oído a los agoreros, no son nuevos, pero ahora este miedo roedor nos hace escucharlos. Se nos cuelan en primer plano las reediciones de los extraño. Zombis, hambruna y guerras según Nostradamus. Eclipse de luna y asteroides diversos según la NASA. El JF1 tiene sólo un 99.974 % de probabilidades de impactar con nosotros en mayo del 22 pero ya nos preparamos. Hasta ahora era la letra pequeña, pero ahora estas predicciones avalan nuestro estado de pasmo. Ni qué hablar de Pedro Sanz, el pastor jubilado que ha pronosticado una nueva Filomena en 2022. Nadie atendería a su método, el de las cabañuelas, si no se nos hubieran caído los expertos, pero él ha salido en la tele porque acierta siempre. Al pastor le basta el vuelo de las aves, la caída de las hojas o la conducta de los animales. Desde que lo real es de segunda división, lo fantástico es mucho más fiable. 

Pienso en la energía que liberaría un meteorito mientras mastico mis cereales y ojeo un cielo épico y arrebolado. Las nubes rojas son un bastidor de Cinemascope e invitan mejor a una batalla naval que a un somnoliento viaje al trabajo. Reach your peak, reza la caja del muesli. Powering you, me interpela mi favorito, la granola con nueces. Y esta falacia del empoderamiento de la que nadie habla es lo que debería copar los titulares. Es una cuestión de salud pública porque sólo contagia mala conciencia. Me vendría mejor escuchar un slogan en inglés sobre el remoloneo. Procastina con cinco vitaminas y hierro. O: Sofá y mantita para mantenerte en forma. Quizá: Sorteamos una buena siesta. 

Otra precaución contra la vuelta de la legión zombi es la añoranza de mi hija por el confinamiento. Nos estremecen amenazas frívolas mientras desatendemos otras silenciosas y de gran calado. Rocío echa de menos la época desempoderada en la que dormía más, comía mejor y no sufríamos las extraescolares. Ahora es estupendo verla llegar de clase y oírla contar historias de patio y de pupitre, clásicas batallas de escuela tradicional. Pero los meses de confinamiento fue feliz, confiesa ahora, y yo que le había hablado de un nuevo encierro en octubre he fallado en mis predicciones. Los pediatras ya me habían hablado de este fenómeno y es más insidioso y mortal que una invasión extraterrestre, al menos igual de freak; los niños que acudían a las consultas en mayo y junio se portaban bien. Habían florecido durante los meses que estuvieron encerrados con sus padres. Hasta el más brasa de todos desmentía el diagnóstico de hiperactivo. Sin pastillas. 

Pienso en su infancia amputada y en su agenda de ministro mientras masajeo los pies fríos de Rocío al final del día. Es el momento body milk, la crema del súper con un exótico aroma a vainilla y coco. Pronto el cuarto se llena del olor de las heladerías en agosto, del aroma que desprendían (descubro ahora) las muñecas Nancy recién desembaladas. Miro las pestañas rendidas de mi hija que no es una muñeca, ni siquiera una niña, y entiendo de pronto a dónde se dirige toda la energía que intento multiplicar con cafés y cereales. A dónde va a parar lo que hacemos en la gran colmena del mundo, todo el presupuesto en laboratorios y hospitales, en palés cargados de bultos con códigos de barras, en acuerdos que se firman en mesas ovales y rectangulares, entre pasillos encerados por millones de señoras con kilómetros de mopa, al anochecer o al alba, el empuje obstinado de todas las secretarias que taconean y todos los carritos y los chóferes que abren puertas en las cumbres. Quién absorbe los fotones de los flashes y los clicks que se cuentan por billones al día en hogares humildes u ostentosos, los titulares danzantes y obtusos de todas las pantallas, los millones de euros y de dólares y de yens, las millones de gotas de sudor bajo los EPIs o en las colas del paro, el desgaste de todas las suelas, la marca de todas las mascarillas. Toda esa energía liberada, todo el rozamiento, absolutamente cada Julio y Kilojulio está encaminado a que las madres sigamos frotando a nuestros hijos al caer la noche una crema con olor a vainilla y coco. A dejarlos entrar en un sueño confiado y largo que les llevará a alguna parte, al lugar que los espera, nadie sabe aún dónde ni con qué intención, mañana o dentro de veinte, treinta, ochenta años. Todo esto que hacemos entre todos es mayúsculo pero redunda en lo minúsculo. Y viceversa. 

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