A tan solo una corta carrera de distancia del saneado Palau de les Arts Reina Sofía, no hay que hacer mucho esfuerzo físico, ni correr una 10K, ni mucho menos alistarse a las filas de un maratón, escuchamos el edulcorante silencio de unas obras que recorren las entrañas del Palau de la Música. Parece que un gafe se ha cebado con las cubiertas de dos magnos edificios de la ciudad. En la última década, el trencadís ha trencat la bella armonía del órgano vital de los referentes musicales. El Palau, entró en estado de coma este verano, cerradas sus instalaciones al público, ininterrumpida la programación, mientras tanto, a los abonados les ha tocado marcharse con la música a otra parte. Al Palau lo vi crecer desde sus verdes cimientos. En un río diezmado de agua, pasto de pequeños saltamontes, matojos, arenas movedizas, a punto de desarrollar una boscosa mutación, y bajo la cubierta de un cielo plomizo en una etapa socialista marcada ideológicamente por las directrices educativas de un valencianismo fusteriano.
El Palau, inaugurado, abrió sus puertas en 1987 a orillas del viejo cauce del río Turia, bajo la vara de mando del dirigente socialista Ricardo Pérez Casado. Sin ninguna duda, el edificio ha sido un importante exponente arquitectónico en mi primerísima adolescencia. Digo primera, porque el estrecho de esta transformación permeable que forja la personalidad y el carácter de uno mismo sé cruza en varias etapas. Es lo que tiene pasar la niñez y adolescencia residiendo en el bajo Ensanche, en la parte sur de la ciudad, a orillas del río. Todavía conservo la estampa satisfecha por una vieja Kodak de carrete. La instantánea revela la estrecha sintonía familiar con este singular edificio, en la jornada de puertas abiertas, tras la visita a las instalaciones junto a mis padres en un calmado día veraniego abrillantado por el calor de las altas temperaturas.
El trencadís es un elemento decorativo propio de la cultura mediterránea. Asociado a Antoni Gaudí, uno de los grandes maestros de la arquitectura universal, víctima de la aporofobia en un accidente, murió a los tres días de ser atropellado por un tranvía sin apenas nadie acudiera en su auxilio. El quebrado mosaico está visible en la ruta diaria de la ciudad de València. Principalmente arraigado a los edificios de clara exaltación modernista, vibra en el Mercado de Colón y adorna la Estación del Norte entre otros. El trencadís, a los largo de los años se ha ido extendiendo al ritmo de un acordeón en los exteriores de fachadas y edificios del Cap i Casal. Destacar el curioso inmueble censado en Benimaclet. En el carrer Mistral, habita su piel una reconocida cervecería, siendo parte del escenario en el rodaje de La Mala Educación, película del director de cine Pedro Almodóvar. Incluso en algunos de los catafalcos falleros, alzados en las fiestas josefinas, los escultores del fuego, han cristalizado parte de sus escenas inmortalizando al trencadís.
No exento de polémica, salvamos los muebles en la costosa reposición en tiempo y forma del quebrado azulejo sobre las cubiertas exteriores del Reina Sofía. Ahora, tras un informe técnico, el Ayuntamiento desalinizará el destartalado trencadís del techado del Palau, lo eliminará, y además, satisfará las reiteradas demandas exigidas por parte de la familia del arquitecto encargado del proyecto original, José María García de Paredes. El Palau volverá a su sitio. No debimos nunca dejarlo naufragar. Son muchos los edificios, museos, parques y jardines que necesitan una rápida y hábil intervención, en una ciudad de postal que pedalea por abrirse hueco en el ranking mundial de las ciudades sostenibles. Menos mal que los conductores de la política valenciana sellaron sus pactos primero en un jardín y después en un teatro. Me quedo más tranquilo. Algo debieron aprender del entorno. Le pido al Nadal ¡Más luces y menos bombillas en las actuaciones!