La segunda oleada de titulares internacionales la sitúan como uno de los destinos del momento. El factor ‘prescripción’ convertido en hecho urbano. No es estar, sino es dejarse poner en el mapa
VALÈNCIA. Si España es un país donde los politólogos pueden resultar estrellas con fama en firmamentos de nicho, de la misma manera es un lugar donde glosar las bondades de un destino puede acarrear una batería de reprimendas. Le sucedió esta semana a Pablo Simón al escribir, en la red social que usted ya sabe, lo siguiente: “Se dice poco lo bonita y divertida que se está poniendo Valencia”. Gran parte de los comentarios le venían a dar la razón con una advertencia paternalista y posesiva: que sí, Simón, pero no vengas / que sí, Simón, pero no lo digas muy en alto.
Simón, de Arnedo, acabó reaccionando para evitar que le hicieran un ‘Pilar Lima’: “Espera que se piensan que soy de Madrid xddd”.
Una de esas infinitas escaramuzas que se superponen a merced del entretenimiento con dopamina. Pero, además, una señal espontánea sobre lo que está ocurriendo: València, como en la segunda oleada en lo que va de siglo, está copando de nuevo los titulares de la prensa internacional que la sitúan como uno de los destinos del momento. La digestión de esos impactos se desarrolla entre el orgullo renovado, el escepticismo y la actitud defensiva del que se siente prevenido para no repetir errores propios o ajenos.
No se ha abierto esta ventanilla para discernir la bondad o el prejuicio de las adulaciones. Si no cuál es la constante en todas ellas. Porque justo es una clave que configura en gran medida la personalidad con la que València se manifiesta fuera de sus lindes, incluso la comprensión sobre sí misma. Y tiene que ver con el factor del descubrimiento, de lo que no está sobado, de resignificarse cómo prescriptor frente a su propio espejo. València no es percibida como una serie de éxito, si no como esa que a los 3 capítulos se cuela en las listas de las producciones sorpresa, elevando unas expectativas que apenas estaban previstas.
En 2019 el News York Times abría este nuevo ciclo bendiciendo València como contraejemplo de la masificación, garantía de tranquilidad, bajo el mantra de la sorpresa: la alternativa frente a Barcelona. “Lugares a los que hay que mirar”, proclamaba su autor, Andrew Ferren, tirando del hilo sempiterno de ese destino que, estando fuera de guión, terminas descubriendo. No se sabe bien si se trata de un elogio o lo contrario.
Si en los años de plomo postboom València era epicentro de lo chungo, el regreso de la ciutat a los titulares grandilocuentes como emblema en positivo dibuja un cambio reputacional acelerado. El cambio de conversación… y de conversadores. El denominador común de la etapa previa y de esta fase renovada, en cambio, es parecido. Más allá del contenido y del método promocional, los paralelismos se entrecruzan en un factor idéntico: lo relevante no es que València esté en el mapa, sino precisamente en hacer creer al exterior que no lo está y que el que llega lo descubre. València permite al visitante apuntarse el tanto.
Encaja a la perfección con lo que Econcult mostraba en el viejo tiempo en sus informes sobre el comportamiento de quienes venían: el grado de satisfacción crecía conforme la hacían las pernoctaciones. La lógica de quien se encuentra con aquello no previsto, venciendo a la superficialidad.
Hace unas semanas la CNN recomendaba visitar València, por el efecto envés: “dé un descanso a las abarrotadas calles de Barcelona y diríjase unas horas hacia el sur hasta la ciudad portuaria de València, capital mundial del diseño”. València, otra vez, como ese complemento que se expande si te acercas. Hace unos pocos días era el italiano Corriere della Sera quien tomaba la ciudad. Lo hacía, sorpresa, desde la óptica del sherpa que contribuye a revelar aquello oculto. En este caso, esa figura la encarnaba el diseñador Jaime Hayon: “el deseo de crear y experimentar está en el ADN de la ciudad”, anunciaba como quien desvela el secreto.
Señalaba Pablo Simón, “València se está poniendo…”. València en esa fase evolutiva en la que nunca se da por sentado que ‘es’, sino que va camino ‘de’. Quizá sea el sino y el fundamento principal de su reclamo: hacer partícipe al prójimo de un ‘momento único’.
Da que pensar, al mismo tiempo, lo poco que arraigó la operación ‘València en el mapa’ de hace 15 años si, con la nueva hornada de titulares, se invita a los visitantes a volver a pillar la chincheta y adivinar el porqué de València. El porqué es precisamente esa pregunta: la capacidad de la ciudad para hacer creer que no es demasiado conocida. El factor ‘prescripción’ convertido en hecho urbano. No es estar, sino es dejarse poner en el mapa.