Desde la calle Pinzón, una de las más anodinas y menos gentrificadas del casco histórico, David Alcaide continúa sacándole brillo a la orgullosa plancha que su padre José Manuel manejó bien pegado a María Consuelo, la matriarca, con su sensibilidad para la cocina de producto más honesta y consecuente.

La carta —y por tanto la cuenta— está sujeta al mercado, a la temporada y al lógico albedrío de Alcaide. No hay QR ni manteles de tela, pero está David para consultar. Si te ofrece chipironcitos a la plancha, esos chipironcitos con el aceite emulsionado en los restos de tinta, pídelos. Los goterones de grasa que queden en el mantel de papel serán medallas al mérito de la cocina más pura.