VALÈNCIA.- La biblioteca del futuro es presente en países como Canadá, Dinamarca y Estados Unidos. Su objetivo es mejorar la comunidad que la rodea y, por extensión, la sociedad en general, y no lo apuesta todo al libro, sino a las personas. La innovación actual en estos espacios del saber que se remontan a más de 6.000 años de historia pasa por hacer partícipe al ciudadano en un intercambio que no solo se asienta en el tradicional concepto de aprendizaje, sino también en los de privacidad, protección, propiedad intelectual y desarrollo económico.
Del mismo modo que en el pasado impulsaron el imperio egipcio en el siglo III antes de Cristo, las matemáticas en la Arabia del siglo XIV y el paso en Europa del oscurantismo religioso al Renacimiento en la Edad Media, ahora aspiran a proveer las claves para encarar de manera compartida esta era digital y conectada.
Como apunta en su libro Ampliemos expectativas una de las principales voces de este cambio de paradigma, el profesor y director de la Escuela de Biblioteconomía y Ciencias de la Información de la Universidad de Carolina del Sur, R. David Lankes, «ya no se basan en libros y objetos, sino en el conocimiento y la comunidad. Aprovechan los avances tecnológicos para empoderar a nuestras sociedades y ayudarlas a mejorar», y sus trabajadores «son agentes radicales del cambio positivo en nuestras aulas, salas de juntas y cámaras legislativas».