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CHOCOLATE VALENCIANO

Bollet valencià: el chocolate más popular

  • Kike Taberner
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En 1519 los colonos españoles irrumpieron en México como miuras enardecidos por el matador. Cortés y sus lacayos sometieron a toltecas, olmecas, chichimecas, totonacas y un largo etcétera de pueblos que entre otros elementos naturales, apreciaban un árbol que taxonómicamente conocemos como Theobroma cacao L. Theobroma significa, en griego, “alimento de los dioses”. Las clases más humildes de las mencionadas sociedades indígenas aromatizaban las gachas de maíz con la molienda que se extraía del fruto del cacao, cuando el alimento —que Cortés calificó de superalimento pero con otras palabras, dijo algo así que si un soldado se tomaba una taza de cacao podía estar todo el día de marcha sin ingerir nada más— llegó a España causó rechazo por su sabor amargo, pero con miel, vainilla y otros edulcorantes lo convirtieron en una golosina del deseo. Cuenta Juan Eslava Galán que “el consumo de chocolate creció tanto en tan pocos años que las autoridades se alarmaron, porque, además de alterar el ritmo de trabajo de la poca gente que lo hacía, su alto coste desequilibraba muchos presupuestos familiares”. Para Quevedo, el chocolate fue la venganza de las Indias: causaba adicción y furor, la ley de la oferta y la demanda, además del coste de su importación y producción, lo encarecía. De hecho, a finales del siglo XVII surgían adulteraciones y sucedáneos: a la pasta de cacao se le añadía pan rallado, harina de maíz, cortezas secas de naranja… “El chocolate esperaba. ¡Cuidado con atracarse! Era don Julián el notario quien lo aconsejaba: había que pensar en que dentro de dos horas sería la gran comida. Pero a pesar de tan prudentes consejos, la gente arremetió con los refrescos, los cestos de bizcochos, los platos de dulces, y en poco tiempo quedó rasa como la palma de la mano aquella mesa, que tenía alrededor más de cien sillas”. En los Cuentos valencianos de Blasco Ibáñez también hay un reflejo del poder transformador de este producto colonial.

De aquellos barros, estos chocolates: a finales del siglo XIX, un matrimonio de Torrent, población valenciana asociada a la industria del chocolate, se mudó a Sueca, donde actualmente se encuentra el Museu de la Xocolata de Sueca. Bernardo Comes Andreu, Maria Matoses Expert y un pequeño obrador de chocolate se trasladaron a esta población de la Ribera Baixa. Bernardo llevaba en los genes el oficio familiar del chocolate ya practicado por su padre, Pedro Comes Chulia, a duras penas, con las complicaciones propias de que el chocolate fuera un producto sometido a racionamiento, fundaron una empresa que su hija Encarna hizo prosperar. En esos años de escasez dieron forma al bollet, una barrita cilíndrica de chocolate a la piedra, también conocida como “chocolate torrentí”, que se confeccionaba manualmente con un rodillo y una piedra para moler el cacao. Con solo esas dos herramientas se unía el cacao, el azúcar y la harina de arroz en un dulce con bastante presencia a la hora de merendar.

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