Poco antes de la diez de la noche, de una noche ventosa y desapacible coronada por una luna que parece un caramelo, los hermanos del Cristo de los Afligidos sacan la imagen, una réplica de la titular, a la calle José Benlliure, en el corazón del barrio marinero del Canyamelar, bajo una cartel luminoso con las letras de Ecce Homo. Y hasta allí, poco a poco, bamboleantes, con sus trajes de vestas y sus capirotes amarillos, y con la capa morada de los días de pasión, avanzan en dos filas los cofrades de la hermandad en el acto culminante del Jueves Santo. Doscientas o trescientas personas se arraciman en las dos aceras para presenciar una escena bíblica en la que se echa en falta algo más de entonación. La gente hace fotos y graba vídeos con los móviles, el sino de nuestro tiempo, aunque también pasan vecinos con cajas de pizza y un ‘rider’ busca un hueco por el que colarse con su mochila cúbica.
A Vicente Sobrino, un pilar de la Hermandad del Santísimo Cristo de los Afligidos, le gusta decir que la noche del Jueves al Viernes Santo es, a su manera, como la Madrugá de Sevilla. Igual se ha venido arriba porque el público de València no es el de Sevilla. Aquí la gente acude a la Semana Santa marinera como quien acude a la cabalgata de los Reyes Magos o a la Ofrenda. Los Poblats Marítims son otra cosa. La gente de todas partes de la ciudad se acerca al barrio marinero a ver un rato la procesión, echar unas fotos a los capirotes y marcharse a comerse unas anchoas en Casa Montaña o un chuletón de tomate rosa en la Bodega Anyora.