VALÈNCIA. Han pasado seis meses desde que la Dana del 29 de octubre convirtió el sur del área metropolitana de València en un lodazal. En cuestión de horas, el agua anegó barriadas enteras, arrasó cientos de espacios públicos y empujó a miles de personas a improvisar refugios en edificios, azoteas o casas de familiares. El impacto material ha sido inmediato, pero el emocional ha tardado más en aparecer. Ha sido más silencioso. Más difícil de identificar.
Ahora que el barro ya ha desaparecido, los adolescentes han empezado a contar lo que sintieron en los días posteriores a la tragedia. Así lo recoge el informe "Adolescentes en crisis: impactos de la Dana", elaborado por la organización Plan International a partir de 274 testimonios en ocho municipios de l'Horta Sud: Albal, Alfafar, Benetússer, Catarroja, Massanassa, Paiporta, Picanya y la pedanía de La Torre. Lo que se desprende de este estudio es una realidad compleja, con heridas que todavía no se han cerrado, aunque los jóvenes hayan vuelto a clase y su habitual entusiasmo contagie, de nuevo, las calles.
"Yo me imaginaba muerto en el agua", ha relatado Javi, de 13 años, al recordar cómo vivió la riada en Massanassa. Su madre se encontraba en el trabajo aquella fatídica tarde de octubre, mientras él permanecía junto a su padre y sus abuelos en casa, sin cobertura, observando cómo la corriente pasaba junto a su ventana y los vecinos pedían ayuda desde las plantas bajas más cercanas. "No sabíamos hasta dónde iba a llegar el agua", ha contado.
En su instituto, los daños fueron menores y eso le permitió retomar las clases más pronto que otros municipios. Pero la 'factura emocional' ha llegado después. "He bajado el rendimiento. Me ha costado mucho concentrarme y no todos los profesores lo han entendido", ha admitido.
Una vuelta al cole excepcional
El caso de Javi no es una excepción. Según el estudio, el 97% de los adolescentes encuestados ha visto cómo su centro educativo quedaba dañado por la Dana. De hecho, más de la mitad ha mantenido la actividad lectiva suspendida durante meses. Un 27% se ha reubicado en otros centros y muchos han vuelto "en condiciones precarias".
En Alfafar, la directora del IES 25 de Abril, Inmaculada Sánchez, ha explicado cómo ha sido retomar las clases en un edificio donde la planta baja continúa, en la actualidad, inutilizable. "Tenemos obras en marcha, maquinaria pesada en el patio y espacios cerrados con vallas. Todo ello representa un obstáculo para que desarrollemos nuestra actividad como docentes con normalidad", ha lamentado Sánchez.
La vuelta se ha hecho de forma escalonada, priorizando al alumnado de Segundo de Bachillerato, ya que se enfrenta este año a las pruebas de acceso a la universidad. "Los días posteriores a la tragedia, llamábamos a las familias y les preguntábamos por su situación. La mayoría de los alumnos quitaba hierro al asunto, pero, con el tiempo, están empezando a contar lo que han vivido", ha explicado la directora del centro de Alfafar.
El 40% de los jóvenes encuestados asegura que su salud mental se ha deteriorado desde la Dana. Un 37% ha señalado que le cuesta concentrarse a la hora de estudiar y casi la mitad ha necesitado apoyo psicológico. Sin embargo, en la mayoría de los casos, no ha podido acceder a él.

- Derrumbe de un colegio afectado por la Dana en Massanassa. -
- Foto: JORGE GIL/EP
"Nos han fallado todas las administraciones"
En Paiporta, las familias incluso llegaron a movilizarse. Las fechas de regreso a las aulas se fueron posponiendo durante meses, hasta que la situación se antojó insostenible. "Primero nos dijeron que volveríamos en noviembre, luego en diciembre, más tarde en enero... Los colegios reabrieron el 29 de abril, justo seis meses después de la Dana", ha expuesto el portavoz de la Federación de Ampas de Paiporta, Rafa Ramos. "Nos han fallado todas las administraciones", ha añadido.
Durante ese tiempo, los alumnos de infantil y primaria se repartieron en centros de la capital, sin una solución coordinada. "Hay familias que no han podido llevar a sus hijos porque no tienen coche. Y eso ha dejado a muchos niños sin escuela", ha explicado Ramos. Sin embargo, su preocupación no se limita a la logística. "Una madre me ha contado que su hija sigue teniendo pesadillas. Se despierta gritando porque cree que el agua vuelve", ha asegurado.
El informe de Plan International confirma que este impacto emocional tras la Dana ha sido profundo y desigual. El 20% de los jóvenes se siente especialmente vulnerable ante la posibilidad de que algo así vuelva a ocurrir. Entre las chicas, ese porcentaje sube al 30%.
El valor de lo cercano
Cuando las administraciones públicas todavía no accedieron a la 'zona cero', lo hicieron los vecinos y las personas voluntarias venidas desde distintas partes del mundo. Así lo ha contado Eleia, también alumna del IES Massanassa. "Desde el primer día, fui a buscar a mis amigos más cercanos. No podíamos comunicarnos, pero estar juntos nos ha ayudado mucho. Hemos salido a por comida y agua para nuestros vecinos", ha relatado. Lo que ha funcionado no ha sido un protocolo de emergencia, sino una red afectiva informal.
Esa red ha sostenido a buena parte de los adolescentes durante los días posteriores a la riada. El 89% ha recibido apoyo emocional de su familia, mientras que otros lo han encontrado entre sus amistades. En cambio, un 64% ha considerado que las instituciones les han ofrecido poco o ningún acompañamiento. La mayoría de las ayudas han llegado tarde o no han sido explicadas con claridad. De hecho, una gran parte de los encuestados no sabe qué recursos ha activado su ayuntamiento desde la catástrofe.

- Varios niños y niñas vuelven a clase en un colegio de Alaquàs tras la Dana. -
- Foto: ROBER SOLSONA/EP
Y pese a todo, la respuesta desde abajo ha existido. Un 68% de los jóvenes ha participado en tareas de voluntariado. En muchos casos, de forma espontánea. "Nos encontramos un carro y empezamos a repartir comida. Íbamos casa por casa preguntando qué hacía falta", ha contado Javi. Esa iniciativa, documentada también en el informe, no ha sido solo un gesto de solidaridad, sino también una forma de reconstruirse.
La juventud, una prioridad en la reconstrucción
En la actualidad, muchos bajos siguen cerrados, algunos centros escolares aún no han recuperado sus recursos y las rutinas familiares continúan alteradas. El 58% de los adolescentes ha afirmado que sus hábitos diarios -horarios, estudios o actividades extraescolares- siguen trastocados. En los municipios, hay parques, espacios juveniles y centros cívicos que no han reabierto. Y entre quienes han tenido que mudarse a otras zonas de la provincia, la sensación de desarraigo no se ha deshecho del todo.
La Dana ya ha pasado, pero sus efectos no. Este fenómeno ha revelado la fragilidad de las infraestructuras, la lentitud institucional y la falta de planificación para proteger a los más jóvenes en contextos de emergencia. Y no solo eso; la riada ha evidenciado que el tiempo de los adolescentes es otro: más volátil, frágil y difícil de reconstruir.
El informe de Plan International no solo ha documentado esa experiencia. Ha dejado claro que, si se quiere reparar algo más que lo físico, hay que entender qué ha vivido esta generación -una Dana y una pandemia mundial, nada menos-. Hay que leer lo que ha dicho, reconocer lo que ha sentido y actuar en consecuencia. No se trata solo de escucharles, sino de decidir con ellos.