Me gusta, cuando la mañana es soleada, salir a callejear. “El pasear”, dijo cierto escritor malicioso, “es el mejor de los placeres insípidos”. Salgo de la plaza Tetuán dirección al Pont del Real que data del siglo XVI, custodiado a su entrada por dos Santos Vicentinos, a la vez sitúo el dron, gran invento tecnológico, en el espacio aéreo del Pla del Real a la altura precisa del barrio jardín, y en el punto exacto del vértice afrancesado del triángulo compuesto por los Jardines del Real-Viveros, el Paseo de la Alameda y la Avenida Blasco Ibáñez. Desde la atalaya la imagen es más clara, alcanza mayor perspectiva, como la obra de Juan Genovés, edificios y árboles se abrazan plasmados en un perfil caricaturizado por líneas y sombras. En algún momento de la historia, el Pla del Real inmortalizó la imagen cinematográfica, carátula de cualquier clásico del séptimo arte, palacios, fuentes y jardines guardianes del celuloide del Real.
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