Valencia Plaza

el callejero

La espía de los pájaros

  • Foto: KIKE TABERNER

VALÈNCIA. La Albufera está exuberante. Comienza a llover con timidez y en unos minutos es casi obligado apartarse la mascarilla, liberar la nariz y aspirar con fuerza el aire que llega perfumado por la tierra húmeda y la siempreviva, una planta que dota a la Devesa de El Saler de un aroma muy particular. Una borrachera de olores que entran a chorro en los pulmones confinados del urbanita que camina excitado a través de la pinada. Yanina sonríe. Ella está habituada a esos placeres a los que se entregó cuando eligió vivir en La Devesa, en una de esas torres intrusas que se elevan cerca de la gola de Pujol.

Yanina Maggiotto es una porteña de 42 años que hace un par de décadas, cuando todo se volvió triste, angustioso y confuso en la Argentina del corralito, tomó la decisión más importante de su vida y se vino a València. Acababa de terminar la carrera de Turismo. "Había hecho el último examen en julio y el 4 de agosto de 2001 embarcaba en el avión", recuerda mientras avanza entre los pinos acarreando una cámara con un objetivo que es más grande que ella. Va camino del Estany del Pujol, el pequeño lago artificial que es un tesoro para las aves. Y Yanina adora los pájaros. "Siempre fui una loca de los bichos y las aves". Habla de la primera mitad de su vida, cuando pensaba que uno necesitaba un oficio más convencional, cuando dejó la gran capital para mudarse hacia el interior de la provincia de Buenos Aires, cuando se fue un año a Canadá y comprobó en sus carnes que el famoso chiste del argentino que se fue a este país -al principio está encantado con el paisaje, los ciervos, las primeras nevadas, pero luego acaba harto de tanta nieve y tanta naturaleza y tanto ciervo, añorando con fuerza su patria, el buen tiempo, los asados...- no era un chiste.

Hasta que la economía se desmoronó y casi la empujó, nieta de españoles, hasta España. Diez años antes, en el 91, sus padres visitaron España y de vuelta a Argentina le contaron a sus hijas que si había una ciudad a la que no volverían nunca, esa era València.

Hoy, treinta años después, los padres y sus dos hijas, cada uno por su cuenta, viven en València.

Y se ríen, claro. Y hacen bromas y dicen que habitan en la República Independiente de El Saler.

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