Prestaba atención a bares y cafetería, imágenes de mobiliarios y de objetos de “diseño dudoso que, al organizarse, en secuencias, ganan un encanto y un interés del que hasta el momento no habían gozado”.
Las secuencias, como una ráfaga inclemente, despedían fotos de taburetes alineados, frontispicios de barras, mesas apesadumbradas, mesas desnudas, mesas acariciadas por manteles rudimentarios, letreros de especialidades, letreros de pinchos, letreros de raciones, letreros de bocadillos, suelos vistos como estratos geológicos, urinarios y alicatados, botecillos de palillos, rótulos inclasificables.
Leandro Lattes, procedente del diseño industrial, explicaba su epifanía: “los bares son una extensión doméstica que conjuga lo público y lo íntimo, un reducto donde se puede ser nadie o, al contrario, donde es fácil ser parte de un grupo. (...) En estos bares, construidos o reformados en su mayoría en los años 50 y 70, parece no haber un estilo intencionado. Los interiores fueron fabricados de manera sencilla y en sus elementos se reconocen manipulados simples como el plegado de tubos metálicos de los taburetes, las soldaduras expuestas de las barras de acero, las maderas y formicas ensambladas con tornillos vistos (...) Poseen un estilo que no tiene nombre, conforman un diseño de conjunto que no tiene unidad aparente, expresan una estética que, desgraciadamente, no tiene futuro, que sólo podremos disfrutar hasta que se agoten las existencias”.