Falta le hacía a Castelló un gastronómico sin mantel, de los que cuidan el aceite (Lo Canetà) y el pan más allá del costoso y clásico fine dining. Un hermano pequeño carismático y muy social, embajador del territorio que busca el producto y cuida el servicio.

Trufa, mucha trufa negra: en las alcachofas braseadas con yema y papada, también en los canelones y el arroz de montaña con setas. El sello de Miguel Barrera es indiscutible. Es una las últimas aperturas en Castelló, que ha pasado muy desapercibida por las múltiples inauguraciones y llegó en el momento justo por ser el otoño-invierno una de las mejores temporadas para saborear su cocina.

Lejos de ser un restaurante de pequeñas raciones es un templo para hedonistas, con bases largas, arroces, guisos y mucho territorio de interior, también en los pescados. Para los de bocado corto hay raciones que rompen como el taco de cap y pota de ternera, gambas y kimchi. Aunque la mejor apuesta es el menú degustación, te llevas a la boca lo mejor de cada rincón por un precio más que razonable. 

Decidido a aportar calidad a la ciudad, se hizo con el espacio del NH que anteriormente solo asesoraba (ReLevante). Y ahora que terminan de aderezar la terraza, nos veo bebiendo más copas de vino y disfrutando de maridajes locales con toques tendenciosos y para rematar, la tabla de quesos de Castelló de postre.