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De sumilleres singapurenses

En Willow, sin llorerías ni tonterías

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De maridaje improbable, pero posible en esa ciudad donde lo de beber se reserva a los peces de los ríos y de esa bahía que es moderna poesía. O a esos pajarillos negruzos que lanzan graznidos chirriantes hasta llegar a resultar bonitos. En tiempos que son de caminar y caminar y, entre tanto, no parar de pensar. ¿En qué? Pues en mejorar. En dejarnos de tonterías que desgastan el día a día. Divagando entre hawkers que enamoran y alguna que otra coctelería. Y qué a gusto, tía. Pero con poco o casi ningún vino hasta que llegamos al restaurante del que hemos venido a hablar. Un Willow de delicada belleza que sorprende con una serie de botellas para nada de desdeñar, que muy al contrario las queremos valorar como a ese sumiller que nos ayudó a soñar. Brindis a brindis y empezando con el Champagne Vilmart & Cie Grand Réserve (Vilmart & Cie) que las gurbujas siempre son bienvenidas y se convierten en el mejor recibimiento. Elaborado con añadas variadas y con su poquillo de barrica que lo hacen una cosa bien rica. Chardonnay y pinot noir que cosquillean salerosas en ideal equilibrio Longitud que nos lleva tan lejos que nos situamos en ese Japón que nos enloquece con su rollito afrancesado y lo delicado de dos aperitivos dos:  chutoro, aomori y albaricoque, y cangrejo de Alaska con tomberry.

No nos movemos de nuestra isla para volver a la estimada Alemania. Con un no por conocido, menos querido Dönnhoff Riesling Troken 2021 (Weingut Hermann Dönnhoff). Mineralidad hidrocarbúrica y que vivan los tópicos cuando se hacen típicos y hasta míticos. Edades de juventud dispuesta a soñar, amar y dar todo lo que tiene y ganará. Generosidad que nos enriquece y que crece y crece cuando lo dejamos reposar, que no es mucho rato, porque cae del tirón con el goloso pan de leche con nori y katsuobushi.

Nos preguntan que si le damos al sake y contestamos que para eso tenemos todo el saque. Y nos traen el Yuki no bosha (Yuki no Bosha). Junmai ginjo de Akita que es la finura más pura. Manzanillas de las verdes y fragantes que son de chasquido vibrante. Calidad con la verdad de mirar de frente con ojos terciados y abiertos un tercio. Porque es tranquilidad relajante de traguito y a pocos, que florecen los cerezos y queremos recrearnos en la creación que es emoción con el maravilloso bocado de aori ka, mie, jalea de soja envejecida, yuzu y caviar.

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Subiendo coloridos altares

El Élevé en fût de chêne Vieilles Vignes 2019 (Michelle Naulot) nos eleva a las alturas de piedros picosos y resbaladizos. De los que reflejan la luz más luminosa sobre fondo blanco y límpido. Lo directo sin lamentos que ofrecen esos sarmientos con una que es chardonnay de Chablis. Desliz por laderas verdaderas de acideces salvajillas frente a esa vajilla que se merece ovaciones con el hamo, hyogo, tofu casero, vegetales salados y lily.

Nos pasamos al tinto con Le Comte de Malartic 2018 (Château Malartic-Lagravière) Carita de vino grande, aunque no sea el número uno. Frutos negros voluminosos y cerito sosos. Ciertopelo bien peinado que no se pone de lado. Tan campante que es salivante y hasta refrescante cuando lo comido pide algo importante. Ese aquel que limpia paladares, porque hay que ajustar sapideces ante el graso del enorme wagu A5 de Miyazaki con rebozuelos, guisantes y judías verdes.

Nos acercamos a la meta con otro sake mate, el Sakari nª 13 (Sakari). Frutales que crecen en árboles que sueñan con rozar el cielo. Anhelo de estar a su lado, aunque sea en la distancia. La que se hace corta por proximidad de atolón en atolón, al tiempo que es la esperanza de que va a perdurar para hacer gozar a la boquita. Con sabores que son un son para oídos y caderas que se ponen a bailar con alegría junto a uno de esos postres de los nuestros a base de momo, hojicha, crispy milk y acacia.

Llega la despedida con un amigui de toda la vida, el Néctar Pedro Ximénez (González Byass). Cádiz en el oriente oriental y tal cual. Que es frutos secos crujientitos bañados en amielados muy salados a pesar de ser dulces. Untuoso y postre por sí mismo que confía en su sabiduría porque es historia embotellada e intuye que no tiene que hacer nada más que dejarse besar con ternura y con dos bocaditos de cierre: el mango con chili lime y el caramelo de naranja.  

Así ponemos punto y seguido a un verano y sus viajes esperando a los que vengan después, y a vosotros en dos semanas.

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