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  • Comercio convencional de cadena internacional frente a comercio de artesanía en València. Foto: KIKE TABERNER
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En apenas pocas semanas, más de media docena de tiendas con las que tenía relación comercial o de proximidad han bajado la persiana. Así, por sorpresa. Negocios de todo tipo. Regentados por personas de todas las edades. Por ejemplo, un kiosco donde accedía a la prensa no ha encontrado siquiera la posibilidad de un traspaso; una de mis tiendas de discos de segunda mano favoritas lo ha tenido que hacer ante la imposibilidad de llegar a fin de mes, cuando el coleccionismo discográfico va en aumento. El horno tradicional que aguantaba a duras penas, o tenía cierto movimiento el sábado, como narra su empleada, lo ha hecho en el propio mercado de Ruzafa. Mi ferretería próxima ha pasado por la misma circunstancia después de décadas de presencia. Lo hará en breve, si no lo ha hecho ya aunque sí lo ha anunciado, una de las tiendas de ropa deportiva de toda la vida y que vistió de pantalón corto y camiseta a muchas generaciones. Quedaba por anotar, entre otras muchas que se me escapan, una de esas librerías de viejo en las que descubrías auténticos tesoros, como así sucedió cuando puso en mis manos, por ejemplo, un ejemplar de 1894 de América Pintoresca, la descripción de viajes al Nuevo Continente de Wiener, Chevaux o Charnay, un bello trabajo ilustrado con grabados y dibujos de los expedicionarios y repleto de aventuras increíbles.

El recién llegado equipo de interioristas y arquitectos jóvenes que lo intentaron debajo de mi vivienda y abrieron estudio con ilusión desbordante ha durado tres trimestres. Ya está de nuevo en alquiler el local que arreglaron con mucho gusto.

Las causas de estos cierres son en cada caso muy diferentes, pero en el fondo bastante similares. No abundan los de ausencia de continuidad familiar sino más bien lo que cuesta llegar a fin de mes, que significa mantener un negocio de los llamados de proximidad en este momento tan obtuso, oscuro y desatendido social y políticamente, pero frito a impuestos con los que contentar y mantener a tanto inútil. Y va a más.

Sí, estamos cambiando, pero no de una forma natural sino más bien de forma extremadamente rápida y antisocial. Y eso que vivo en el centro, en zona de privilegio por lo que me atizan a impuestos y servicios cuestionables. Entiendo aún más, por tanto, las reclamaciones y lamentos periféricos más allá del epicentro.

“Hasta ahora me mantenía. Al menos, me permitía matar el tiempo, pero tener que pagar por trabajar ya es muy duro”, confesaba mi ferretero de cabecera, el que me proporcionaba un tornillo o un repuesto de cafetera a buen precio y de calidad con devolución garantizada. Otro afectado añadía que entre la cuota de autónomo, el alquiler, los gastos y sobre todo los impuestos pues “ya no daba más de mí”. Lo relataba mi “conseguidor” de rarezas discográficas.

“Los mercados de barrio están en decadencia por mucha lavada de cara que les quieran dar. Únicamente parece interesar el Central. En el resto, “todos somos vendedores de supervivencia. Sólo espero que pase el tiempo para jubilarme”, comentaba otro de esos vendedores que ayudan a completar la nevera con productos de su propio campo. Simplemente hace falta pasar una mañana por el mercado de Torrefiel o Ruzafa para ver la realidad más contundente. Sin engaños de publicidad política y simplemente preguntando u observando el paisaje.

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