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entrevista con el director de Els comediants

Joan Font:  de la misa a la comisaría

  • Joan Font en el Mercado Central de Valènica (DANI DUART)
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VALÈNCIA.-Cuando Joan Font (Olesa de Montserrat, Barcelona, 1949) solo contaba con ocho años, su padre le montó un teatro de títeres en la azotea de la casa familiar. «Tenía mucha jeta, era un sinvergüenza. Y no olvides que soy catalán», se refiere a sí mismo porque a esa edad el actor y director de teatro y ópera hacía pagar a los niños asistentes a sus espectáculos diez céntimos con obsequio de un vaso de agua, donde sumergía un bastoncito de regaliz negro. «Era asqueroso, pero se deshacía», recuerda. Había inventado la entrada con consumición. Y una década más tarde haría otro tanto con el patrocinio y el crowdfunding: de tienda en tienda, el entonces adolescente fue realizando una colecta para montar un festival de teatro. Aunque les prometía lo contrario, sus mecenas sabían que no les devolvería el dinero, pero intuían que aquel chaval entusiasta, que igual se disfrazaba de pastorcillo que de Satanás en las fiestas del pueblo, les iba a garantizar diversión durante los años oscuros de España.

También la procuró en los luminosos. Como director artístico y fundador de Comediants, el 9 de agosto de 1992 epató a propios y extraños con una algarabía de estrellas, planetas, demonios y criaturas mitológicas en la inauguración de los Juegos Olímpicos de Barcelona. Y sin solución de continuidad, se encaramó a la cabalgata de la Expo de Sevilla. 

La energía desbordante de Font ha acompañado con más de cuarenta producciones teatrales los claroscuros de este país que alterna la crisis con el entusiasmo inconsciente. Y permeado, por extensión, los cinco continentes. Desde Tokio a Nueva York, con escalas en Bogotá, Sidney, Dublín, Edimburgo, Londres, Hannover y Pequín. Ha realizado espectáculos especiales para el Festival de Aviñón y la Bienal de Venecia, dirigido óperas para el Teatro Real, el Gran Teatre del Liceu, la Canadian Opera Company y la Ópera Nacional de Burdeos. 

Su experiencia de trotamundos profesional le lleva a opinar sobre las mejoras pertinentes en el Palau de les Arts: «Tiene que abrirse para que entre aire fresco. Y que se ensucie, por favor: que haya pintadas, un canuto y una birra». También da su parecer sobre la educación: «Nos estamos equivocando: menos matemáticas y normas, y más música y teatro en las aulas; que haya discusión y se despierte la conciencia crítica». Y todo en una conversación prolongada con Plaza, de animado y contagioso juglar, donde trufa de anécdotas y nombres propios que van de Dario Fo a Terry Gilliam proclamas coherentes con el aliento de su teatro, que dramatiza y reivindica los elementos populares, que rompe con el espacio escénico convencional y celebra el compromiso, la vida y la alegría de la celebración en la calle. 

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