Su primer restaurante está en Tabernes de la Valldigna pero siempre supieron que querían un segundo espacio en el centro de Valencia, que querían traer toda esa explosión de color y sabor a la ciudad, y menos mal. Así fue como llegaron a la calle Cádiz de Ruzafa.

Todo allí es arte. El local fue reformado por ellos mismos a manos, con calma y con algo de prisa pero siempre atendiendo a cada detalle. Se construyó bajo los criterios de la bioconstrucción y del Feng Shui (va a ser por esto lo de la paz). Es un local en el que todo elemento de decoración, de construcción y pieza de mobiliario ha sido restaurado, tanto por la historia que cuenta como por su filosofía de vida. Lo más divertido es ir preguntándole de dónde es cada cosa y así te contará que hay algunas sillas que eran antiguos retretes y que si levantas el cojín están huecas. Si levantas la mirada al techo verás un antiguo trenecito y si te fijas en las paredes encontrarás instrumentos de música antiguos de la familia.

Pétalos de flores, postres que parecen obras de arte y mezclas inimaginableS 

Y comer es una fantasía, pura poesía. El emplatado es una locura y el juego de colores otra maravilla. Pétalos de flores, postres que parecen obras de arte y mezclas inimaginables. Toda su cocina está hecha a base de alimentos frescos y de temporada, siendo todas sus recetas vegetarianas y muchas otras aptas para veganos. Sirven tanto brunch como comidas y cenas. Si vas a la hora del desayuno, pide una tosta, la que más te enamore pero con base de pan de carbón. Mola eso de comer pan negro. No vayas sin probar el gofre dulce de calabaza y sí o sí tiene que caer un smoothie.

En cambio, si vas a comer, no me cansaré de repetir que la lasaña de calabaza está impresionante, además de sus pizzas. El risotto es otra maravilla, lo probé de casualidad y me pareció muy top. Un entrante que me encanta son los unos corazones de masako con salsa de dátil. Suena raro, lo sé. Pero confiad.