VALÈNCIA. En febrero de 2020 se editaban en la redacción de Plaza las fotografías de grupo de un reportaje sobre baby boomers y su carrera hacia la jubilación. Las instantáneas procedían de la asamblea general de la cooperativa valenciana Resistir donde en una sala abarrotada de mayores de cincuenta se analizaban las oportunidades del cohousing, término de moda y que viene a representar un sistema residencial colaborativo. «A mí particularmente me horroriza la idea de acabar mis días en la cama de una residencia de la tercera edad. No tener autonomía y verme solo», explicaba el presidente, Martín García. Como si lo viera venir comentaba: «Queremos ser dueños de nuestro espacio y tiempo, cosa que las residencias actuales no te permiten, y queremos convivir, y no solo entre mayores sino en espacios intergeneracionales».
«No es la soledad —comentaba Rosa Crespo, la secretaria de la cooperativa—; muchos de nosotros tenemos hijos y viviendas en propiedad, pero no queremos ser un peso para ellos. Lo que fue normal para las generaciones anteriores ahora no lo es. Y algo fundamental: este tipo de vivienda nos permite plantearnos un modo de vida más sostenible y colaborativo».
Nueve meses después y en plena segunda ola del coronavirus, Martín y Rosa siguen creyendo, más si cabe, en el modelo que, como señalan, parte de dos principios: convivencia e independencia, y están dispuestos a pelearlo dentro de las propias administraciones. Lo que ocurre es que los «dueños de su espacio y tiempo» han pasado a ser en la pandemia población de riesgo, y han perdido buena parte de esa voz que se habían ganado a pulso. «Esto me ha servido para reafirmarme en la idea de que las residencias son campos de exterminio», indica García.