VALÈNCIA. El campus de la Universitat Politècnica de València (UPV) siempre es un lugar interesante. Allí dentro uno puede encontrarse un par de mojones amarillos —se utilizaban antiguamente para señalizar las carreteras locales— a la entrada de la Facultad de Ingeniería de Caminos. O una puerta metálica en medio del césped, en el suelo, en la que se puede leer: «Salida de emergencia». ¿Emergencia de conejos? Y luego está el edificio 7F, al lado de la destartalada pista de atletismo, donde puedes coger el ascensor, pulsar el último piso y, nada más salir, darte con una mesa donde un hombre está dando clases de morse a unos jóvenes. Con el dedo índice, punto, raya, punto, raya, va deletreando cada palabra. El espacio es angosto y en la parte de detrás, en esa misma planta, hay varios locutorios con un ruido espantoso. Son las emisoras de radioaficionados intentando sintonizar con alguien que esté a la escucha.
Esta planta se la ha cedido la UPV a los miembros de la URE (Unión de Radioaficionados Españoles) en València. Son unos doscientos socios que siguen utilizando este ingenio anacrónico que parece no tener mucho sentido en la era de los teléfonos móviles, Zoom y Skype. Pero a ellos les gusta y siguen haciendo girar la rueda mientras cantan una y otra vez su identificación, una especie de matrícula, por la emisora: «eco, alfa, five, uniform, radio, victor (EA5URV)».