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Las primeras luces de mayo

  • Morella. Foto: Miguel A. P.
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Hoy, lunes, estaría descompuesta, con un sistema muscular distorsionado, con unas agujetas de varios días, pero con el corazón rebosante de alegría. Así estaría si hubiera podido participar en la Rogativa de Morella a Vallivana. Esos más de veinte kilómetros de bajada y otros tantos de subida. Ha sido imposible, el postoperatorio no me permite demasiado movimiento.

Alguien me ha traído una ramita de romero y una prima, de las que se repartieron en el Ermitorio de Vallivana, y alguien me llamó para decirme qué me añoraba en La Torreta, en ese espacio de tremenda convivencia morellana, junto a Mari y Olga, junto a Ivanna, Raquel y Fanny. Y yo, añorando esos momentos tan intensos y placenteros. La Rogativa ha sido multitudinaria este año, y más entrando en otro ciclo sexenal. Este año, el último domingo de agosto,  se celebra L’Anunci que anuncia la llegada de un nuevo Sexenni.

Contar la vida de seis en seis años guarda todas las vivencias que importan. La memoria conserva cada día que nos lleva a revivir ciertas experiencias y sentimientos. Hace seis años no habían nacido mis tres nietos. Para ellos, mis tres niños, es el primer Anunci y el primer Sexenni. Para quienes se fueron, su ausencia va a ser dolorosa al recordarles, porque hace siete años estaban viendo pasar el Sexenni desde los balcones anímicos morellanos.

Foto: Carlos Estévez
Siempre recuerdo estas formas de medir el paso del tiempo, cuando estrujo a mis nietos, cómo lo hice con mis mis hijos. Seis años son toda una vida. Alguien muy querido se marcha, otras y otros crecen y proyectan vidas maravillosas, y mis hijos pequeños pasaron de los pañales a danzar de Teixidors.

Esta Rogativa no vivida me ha dejado nostalgia y tristeza, necesitando el contacto de las pequeñas manos de mis tres nietos, esa vía de asentamiento del alma, del tacto directo con la realidad.

Ayer celebré con mi vecina el día de la madre, una jornada siempre ambigua, que está extendida, de manera invasiva, en las redes sociales y comerciales. Pero, vaya, nos gustaron mucho los mensajes amorosos de nuestros hijos, a pesar de la dispersión geográfica en la que residen. Nos hicimos un homenaje. Mi vecina cocinó un perfecto arroz del senyoret, con sus espectaculares entrantes de calamares rebozados, sepia a la plancha, tellinas y las primeras clochinas de la temporada…. Y antes del arroz degustamos mi ensalada de naranja, bacalao desalado, patata asada, cebolla, huevo duro, un buen aove y un buen vinagre, además del salpicado de pimentón dulce de La Vera.

Foto: Meret Oppenheim
Fuimos reinas por varias horas. Nos tratamos como reinas. Y, claro, nos dedicamos a comentar la coronación inglesa del nuevo rey. Mi vecina había seguido toda la retransmisión televisiva. Yo solamente me detuve en el final, porque mi tío Paco me dijo que la coral que cantaba era increíblemente buena. Y era verdad. Visionar aquello fue alucinante. Mi vecina decía que era un capítulo más de la serie The Crown, un boato conservado desde la Edad Media, una piedra escocesa bajo el asiento y culo real, una cabina para esconderse y hablar con dios, un ungüento de aceites de Jerusalén, por cierto, de Palestina.

Mi vecina se preguntaba que al ser ‘un elegido de dios’ y tener vía directa podría haber comunicado qué le dijo el ‘altísimo’. También flipó con el alto protocolo británico, que en pleno siglo XXI se mantenga esa férrea relación con el más antiguo pasado. Y flipó, sobre todo, con los varios asuntos de la familia real británica. Un hijo es un hijo, decía, y un hermano peredasta y corrupto es otra cosa.

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