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La Diáspora había comenzado desde el minuto uno del Año I d. C -después de la Covid-, pero se hizo más patente cuando los ejércitos de América y Europa abandonaron el corazón del Asia central, el Territorio-Talibán. Fue silenciosa hasta que rugió de dolor y desesperación, mientras el gobierno de La Unión se preparaba para armarse hasta los dientes…, siempre mirando al Este.

Lo había anunciado su Alto Representante para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, Josep Borrell. “La experiencia de Afganistán ha demostrado que nuestra incapacidad para responder tiene un precio. Por lo tanto, La Unión debe fortalecer su autonomía estratégica mediante la creación de una fuerza de primera entrada capaz de garantizar la estabilidad en su vecindad”. Fue el principio de la creación de una fuerza de acción rápida europea, de un ejército europeo que se desligaba así de sus aliados del Oeste, al otro lado del Atlántico Norte.

El Consejo de Ministros de Exteriores había anunciado también que, “para evitar una catástrofe humanitaria y una posible ola migratoria hacia Europa, la Unión Europea debía cooperar con los países vecinos de Afganistán”. La operación “StayHome” estaba en marcha. El Territorio-Europa se convertiría así en un búnker, incluso para sus países vecinos. 

Bielorrusia estaba fletando aviones desde Irak con refugiados afganos, que abandonaba en las fronteras con Polonia, Letonia y Lituania para que cruzaran a territorio de La Unión. Su objetivo era desestabilizar el Continente Unido con una marea de refugiados, a imagen de lo que hizo Turquía en 2015 con los refugiados sirios. Las familias afganas quedaron atrapadas en un limbo, en el “nomansland” físico y jurídico, al no poder cruzar las fronteras europeas para pedir asilo ni permitírseles volver a Bielorrusia. Los países bálticos militarizaron sus fronteras con guardas fronterizos armados hasta los dientes.

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