VALÈNCIA. La brecha en competencias básicas de la población española respecto a la media de los países desarrollados se ha triplicado entre generaciones, pese a los avances logrados en escolarización y acceso a estudios superiores. España se sitúa entre los cinco países de la OCDE que menos han mejorado sus competencias en las últimas décadas, un dato que refleja la creciente dificultad del sistema educativo para traducir la expansión de la formación en un progreso real en las habilidades esenciales de la población activa.
El informe, elaborado por el economista Lorenzo Serrano y publicado en la serie Esenciales 5/2025 de la Fundación BBVA, analiza los resultados del Programa para la Evaluación Internacional de las Competencias de la Población Adulta (PIAAC-2023), la prueba que la OCDE utiliza para medir el nivel de lectura, matemáticas y resolución de problemas de los ciudadanos entre 16 y 65 años. Los datos sitúan a España por debajo de la media internacional en las tres competencias: 247 puntos en lectura frente a los 260 de la OCDE, 250 en matemáticas frente a 263 y 241 en resolución de problemas frente a 251.
Aunque las generaciones más jóvenes muestran una ligera mejora respecto a las mayores, el ritmo de avance es uno de los más modestos del mundo desarrollado. Las competencias en lectura del grupo de 25 a 34 años son solo 18,5 puntos superiores a las de los mayores de 55 a 65, frente a un promedio de mejora de 30,4 puntos en la OCDE. En matemáticas, la diferencia es de 13,2 puntos en España frente a 25,7 puntos de media internacional, y en resolución de problemas el avance apenas alcanza 17,4 puntos, cuando en otros países llega a casi 30.
La evolución generacional muestra además un patrón preocupante: cuanto más jóvenes son los grupos analizados, mayor es la distancia respecto a la media internacional. En matemáticas, por ejemplo, la brecha pasa de -6,3 puntos para quienes se formaron íntegramente bajo la EGB a -18,7 puntos entre los jóvenes actuales. Un deterioro que, según el estudio, no se explica por una menor escolarización, sino por una pérdida relativa en la calidad de la formación recibida.
El informe distingue entre dos factores que influyen en el nivel competencial: la cantidad de educación cursada (años y nivel de estudios alcanzado) y la calidad de esa educación (las competencias adquiridas a igualdad de nivel). Los resultados muestran que la práctica totalidad del empeoramiento se debe al factor calidad, que incluso pasa a ser negativo en las generaciones más jóvenes. Mientras los adultos mayores de 55 años presentan un rendimiento por encima del promedio de la OCDE a igual nivel educativo, los jóvenes están claramente por debajo.
Serrano advierte que esta pérdida de calidad tiene raíces estructurales. Desde los años 80, España ha acumulado sucesivas reformas educativas de signo político cambiante y sin un consenso duradero. “La ausencia de una política educativa coherente y sostenida en el tiempo puede haber contribuido a los discretos resultados”, apunta el documento. En contraste, países como Finlandia o Corea del Sur, que apostaron por una estrategia educativa estable y a largo plazo, han logrado mejoras continuas en las competencias básicas.
A ello se suma la paradoja educativa española: aunque el acceso a los estudios superiores se ha disparado -en 2024, el 52,6 % de los jóvenes de 25 a 34 años tenía formación universitaria o de FP superior frente al 44,2 % de la media europea-, el país sigue registrando una de las tasas de abandono escolar temprano más altas de la Unión Europea (13 % frente al 9,3 % de media).
El estudio sugiere que recortar la brecha en competencias con los países de la OCDE exigirá un esfuerzo sostenido tanto cuantitativo como cualitativo. La reducción del abandono escolar y la modernización de la Formación Profesional son pasos positivos, pero insuficientes. “El ámbito donde la necesidad de actuar parece más acusada es la mejora de las competencias adquiridas en los diferentes niveles de enseñanza”, señala el informe, que subraya que, para los niveles de recursos actuales, la mejora de la calidad educativa dependerá de factores como la selección y formación del profesorado, la organización y el clima escolar o la autonomía de los centros.
El reto, en definitiva, no es solo aumentar la formación, sino garantizar que los años de estudio se traduzcan en aprendizajes sólidos y competitivos. En un contexto global donde el conocimiento se ha convertido en el principal motor de productividad, la brecha en competencias básicas amenaza con convertirse en una traba estructural para el crecimiento y la cohesión social del país.