Valencia Plaza

la vida a cara o cruz

Resaca navideña 

  • Ilustración: MacDiego
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Salgo poco de casa. Me he montado un parque de atracciones y no encuentro ningún motivo por el que valga la pena abandonar la cueva, exceptuando los viernes, que, de 13 a 14 horas, participo con un puñao de amigos en una friki tertulia radiofónica en 99.9 Plaza Radio. Ese día salgo a las doce, y ya volveré, que nadie me espera ni desespera. Aun así, suelo zampar en Tapineria, visito alguna expo o librería y pa casa, que es donde mejor se está.

No me queda vida para revisar todos los DVD que tengo, para escuchar todos los LP/CD que tengo, ni para leer todos los libros que almaceno y que no he leído. «A ver papá, que te has quedao un poco anticuao. Aquí en el móvil tengo todo eso y mucho más. Lo que a ti te pasa es que ya no te sabes divertir».

¡¡¡Poum en toda la línea de flotación!!! Y claro que tiene razón; así que, desde hace un tiempo, salgo casi todos los días. A las seis, apago el ordenador, me acicalo y, al campo de batalla, a la selva, a la corrida o a lo que se tercie.

Tiro de bicicleta en busca de bares donde pueda encontrar algún amigo o similar. Los del centro ni los toco pues, todos, o casi, son locales insípidos y fotocopiados. Algunos lugares que frecuentaba, los de siempre, o ya no existen o el local está en manos de una cadena sin alma ni raíces ni nada que me pueda interesar. Huyo hacia Ruzafa. Y como ese nunca ha sido mi barrio no encuentro de na. 

Enfilo a la zona del Ensanche, imagino que intentando revivir aquellos años donde corría la pasta y el sexo, donde triunfaban el Duplex, el Cairo, Barraca, Cadillac y el sida. Y mira tú, es por ahí por donde suelo encontrar algún conocido. Hago pandilla e intento congeniar con su círculo de desconocidos. Observo que lo del  gin-tonic está desfasado, por fin, pues dejaba el aliento espesado, y el cerebro también. Compruebo que, además de cerveza, toman vermú, cóctel o, dependiendo de la hora alguna chuminada más. Eso sí, la coca sigue siendo la estrella, y menos mal, porque los abstemios pocas otras posibilidades tenemos para refrescarnos. A la hora de la cena, el rey sigue siendo el vino, y tropiezo con listos que hablan de uvas y añadas, la compañía les da igual, también de gastronomía, fútbol, de caza y de muchas machotadas más. Perdedores que saben de todo, a los que escucho con admiración porque ellos, al contrario que yo, sí se saben divertir, y yo lo que necesito es ser como ellos y disfrutar, ir a fiestas, escuchar remember, pasarlo bien y tragar.

Sí, tragar. Me doy cuenta de que el tiempo y la memoria van a la gresca, y que lo del amor es el gran timo de nuestra sociedad. Ya soy el viejuno que busca aquello que no volverá. He perdido la suerte de la sorpresa a cambio de experiencias que no dejo de juzgar y, aunque soy de naturaleza optimista, lo que cargo en mi mochila no me ayuda para na: culpa, vergüenza, miedo, frustración..., pero como iba diciendo, en estas salidas me uno por casualidad a grupos de conocidos que celebran el mundial, el fin de año, las Fallas, la Semana Santa, los santos, los cumples, las fiestas de guardar, la Hispanidad y las de molestar. Y me uno a ellos porque lo que necesito es escuchar sin opinar, cansarme, divertirme, ligar y sobre todo dejar de molestar. Como me susurró una noche la Gardner, sí, Ava: «cuando ya no consigues ni aburrirte, entonces, habrá llegado tu fin».

Suelo zampar en Tapineria, a veces aparece alguien y tertuleamos, otras visito alguna expo o librería y pa casa, sufriendo en silencio lo de la Navidad.  

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