Quizás haya llegado el momento de explicar algunos detalles de por qué Salvador Navarro ya no es presidente de la patronal autonómica CEV. Se han dicho muchas cosas: el presidencialismo, el férreo control de la organización, la laminación de las voces discrepantes… Todas las razones tienen su peso. Pero basta decir que la caída de Navarro no se produce de la noche a la mañana, aquel 23 de septiembre en el que anunció que no optaba a la reelección tras haber convocado los comicions con la pretensión de lograr un tercer mandato. No fue casualidad que, en los 14 días que transcurrieron entre la convocatoria y su retirada —con el desaire de Carlos Mazón de por medio—, perdiera todo el poder de un plumazo. Ni siquiera que la propia Generalitat se apuntara la pieza de un presidente patronal con discurso propio ante el poder. La caída de Navarro se produjo por falta de apoyos, como fue evidente, pero venía gestándose desde hacía mucho tiempo. No fue cuestión de 15 días: su desgaste comenzó en 2022, cuando las organizaciones más díscolas, por desatención o discrepancia, empezaron a trabajar en la sombra y en su contra.
Pese a ello, hay que reconocer el mérito del ya expresidente de la patronal, que supo mantener un discurso unívoco hacia fuera —en parte porque siempre tuvo al mainstream mediático bien alimentado- y también porque logró que todo aquel que divergía de la posición oficial fuera presentado como un provincialista caduco—. Más allá de las astillas personales, que fueron unas cuantas, al menos en Alicante, las tensiones terminaron por enquistarse en otras organizaciones de Valencia y, sobre todo, de Castellón.
Siempre defendí el éxito de Navarro por transformar un sistema de patronales trasnochado y fallido en un proyecto único, con independencia discursiva frente al poder y con una estructura equilibrada también a nivel provincial. Otra cosa es el protagonismo y la libertad que concedió, o debió conceder. O si su figura debió ser un ente omnipresente en todas las demarcaciones hasta opacar al virrey elegido, convertido en subordinado. Pero también hay que reconocer que los periodistas no supimos ver que detrás del proyecto había una falla más estructural que las reivindicaciones de la financiación autonómica justa, las odas contra la tasa turística o la estabilidad para captar firmas fugadas del procés catalán. A tenor de lo ocurrido —sé que con el tiempo parece fácil describirlo—, quizás Navarro falló en lo más básico: la defensa de los intereses de la empresa ante cualquier crisis o vicisitud. Todos nos quedamos en el discurso clásico de infraestructuras, agua y más poder en las mesas de decisión. Reivindicaciones que dependieron del poder político de turno y que, por experiencia, sabemos que ni con el PSOE ni con el PP la Comunitat Valenciana ha tenido suerte.

Un elemento clave que comenzó a generar ese movimiento silencioso contra Navarro fue la guerra de Ucrania y sus consecuencias en el coste de la energía. El conglomerado de patronales azulejeras de Castellón fue el primero en alzar la voz, allá por 2022, ante el aumento de costes y las posibles paradas de la industria. Se toparon con el posicionamiento de la CEOE —con Navarro como vicepresidente y teórico mediador— a favor de las empresas gasistas. A partir de ahí se abrió la grieta entre el principal sector económico de Castellón y el oficialismo, que pronto encontró consuelo en Alicante. ¿La razón? El desagravio, algo que en Alicante siempre está a flor de piel. Las patronales del azulejo se quejaban de que ni las ayudas por la subida del gas alcanzaron las cuantías repartidas en Italia, ni la petición de un ERTE RED fue atendida, como sí ocurrió con Ford Almussafes en Valencia. Y, por si fuera poco, el sector perdió peso en la CEV y algunas vocalías.
Con más o menos razón, los azulejeros de Castellón encontraron en Alicante comprensión ante lo que consideraban dejadez de Navarro (o de la CEOE, que entonces eran lo mismo) frente a los problemas diarios del sector. Aunque la CEV medió, el retraso en las ayudas y la falta de resultados palpables alimentaron la percepción de que la patronal no lograba influir lo suficiente. En Alicante también había problemas, aunque en menor medida. Hubo críticas hacia la CEV de Navarro, pero fueron repelidas con ceses. Aunque el mainstream mediático le echó un cable, comenzaron a tejerse relaciones entre patronales sectoriales del norte y del sur para explorar alternativas. Y mientras esos contactos se producían con sigilo, aparecieron los problemas en Valencia: el sindicato agrario AVA expresó su ostracismo en la CEV, y la federación del mueble, Fevama, más de lo mismo. Después encontrarían su príncipe azul.
Navarro, mientras tanto, seguía con su manual institucional y con la vista puesta en el tercer mandato. Incorporó asociaciones no sectoriales a la CEV, lo que terminó de enervar a todos: a quienes ya estaban molestos por la supuesta secundarización de los problemas reales de las empresas, y a quienes veían en esas nuevas asociaciones una amenaza a su liderazgo sectorial. A ello se sumaron las tiranteces personales en Alicante, que culminaron con el veto a Carlos Baño como vocal de Confecomerç, o los roces con la patronal del calzado. Estoy seguro que Navarro también se dedicó al cuidado de la empresa, pero al final generó un cocktail silencioso, pero que ha acabado revolviéndose contra su propio proyecto.
Lo ocurrido a partir de este verano ya lo sabemos: Navarro convocó elecciones, se topó con una fuerte oposición —surgida de forma espontánea, pero trabajada— y, cuando quiso contar con el respaldo de la CEOE, le dijeron que con dos candidatos no se iban a mojar. Hizo la cuenta, y vio la realidad. En apenas 14 días todo saltó por los aires, aunque venía de lejos. Pero, lo reconozco, no lo vimos venir. Los propios gestores de la rebelión aseguran que ni el propio Gobierno valenciano lo vio, aunque durante un mes pudo exhibir la cabeza de Navarro como una victoria ante los problemas de la post-DANA.
Ahora hay una nueva patronal, la de Vicente Lafuente, con sus provinciales y su propia intrahistoria, que debe ejercer un nuevo rol sin perder la esencia de lo que es la CEV y, sobre todo, sin olvidar el día a día de la realidad de la empresa, algo que, a tenor lo sucedido, Navarro subestimó en su puesta en escena. Los hechos así lo delatan.