La dimisión de Santos Cerdán ha activado en el PSOE el protocolo Rajoy: auditoría interna, declaraciones contenidas y la esperanza de que pase pronto. Pero lo que está en juego no es un nombre: es una estructura. Y el bipartidismo, una vez más, se protege a sí mismo. 

Durante años, el PSOE se presentó como el reverso limpio del Partido Popular. Mientras el PP se desangraba con Gürtel, Púnica, Lezo, Taula o los papeles de Bárcenas, los socialistas exhibían una superioridad moral basada más en el “nosotros no” que en reformas reales. Pero en política, todo lo que no se transforma se hereda.

Esta semana, con la dimisión de Santos Cerdán tras el informe de la UCO que apunta a adjudicaciones públicas amañadas y redes de favores internos, el PSOE ha dejado de mirar desde arriba. Pedro Sánchez no ha ofrecido una explicación política de fondo. En lugar de eso, ha anunciado una auditoría interna. Como Rajoy. Como si el problema fuera técnico. Como si todo esto no tuviera un profundo olor a sistema.

No un error. No una manzana podrida. No un caso aislado"

Porque eso es lo que empieza a vislumbrarse: una estructura. No un error. No una manzana podrida. No un caso aislado. Lo que está apareciendo es una red de cargos, contratos y lealtades que se premian desde el BOE. Y lo que se intenta es lo de siempre: aislar el daño, cambiar una pieza para que todo lo demás siga igual. 

Pero hay un pequeño problema: el manual ya lo conocemos. Lo usó el PP, y no funcionó.

La auditoría que Rajoy prometió en 2013 nunca se hizo. Según El Mundo, ninguna empresa quiso asumirla. Porque auditar al poder, de verdad, implica chocar con él. Y si hoy el PSOE vuelve a ese guion, la conclusión es clara: no estamos ante un caso, estamos ante un patrón.

Y que nadie se equivoque: el PP no está para dar lecciones. Es el único partido condenado por corrupción en democracia. De Gürtel a Erial, de Púnica a Brugal, su expediente penal es más denso que cualquier programa electoral. Pero que el PSOE se limite a copiar su manual de control de daños no lo hace mejor. Solo lo hace reconocible.

Mónica García pidió la dimisión de Santos Cerdán una hora después de que dimitiera"

En medio de todo esto, el papel de Sumar es tristemente revelador. Mónica García pidió la dimisión de Santos Cerdán una hora después de que dimitiera. Una torpeza que no es solo de forma, sino de fondo. Refleja un espacio político subordinado, sin reflejos, sin iniciativa y sin la capacidad —o la voluntad— de marcar distancia real con el PSOE.

Podemos lo advirtió en campaña. Lo hizo con una imagen que hoy parece profética: Cospedal con sobres en una mano, Sánchez al otro lado del cristal, y un lema simple y demoledor: “Que no vuelvan. Pero tampoco te conformes".

Porque el verdadero riesgo no era solo que volviera el PP. Era que el PSOE se limitara a ocupar su sitio sin cambiar nada. Y eso es lo que está ocurriendo. Auditorías que no cambiarán nada. Aliados que callan. Y una ciudadanía que empieza a reconocer los mecanismos, aunque se pinten de progresismo. 

Hoy no estamos viendo un fallo puntual. Estamos viendo cómo el bipartidismo se reorganiza ante el peligro. Cómo activa sus reflejos para sobrevivir. Cómo cambia de piel sin cambiar de estructura.

El problema no es solo qué ha hecho Santos Cerdán. Es cuántos sabían. Cuántos lo permitieron. Cuántos siguen ahí, gestionando los hilos. La dimisión no cierra el caso. Lo confirma.

Y no bastará con informes encargados a dedo. Ni con indignaciones controladas. Ni con reformas a medias. Porque el bipartidismo ya no tiene coartada. Y la regeneración no vendrá desde dentro del sistema que la necesita.

Si la única respuesta es una auditoría, quizá el problema no sea un nombre.

Quizá el problema sea el modelo.

María Marín

Diputada autonómica de Podemos y portavoz del Grupo Mixto en la Asamblea Regional