Opinión

#CRÓNICASDEÁFRICA 'La vida de Wuayto', por Ana Mansergas

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La periodista, Ana Mnsergas, con Wuayto

ISLA DE LAMU, KENIA. Os presento a Wuayto, uno de los niños de Anidan. En los últimos seis meses han pasado muchas cosas en la vida de Wuayto. Ahora ríe, juega, corre con los niños, va a clase, ya no vive en un hospital y habla. Conocí a Wuayto el verano pasado, cuando llegó al hospital de Anidan bajo un cuadro infeccioso, de abandono y de desnutrición brutal: con 7 años pesaba 13 kilos. No respondía a estímulos, no gesticulaba, no hablaba, no sonreía, no se relacionaba con nadie excepto con su abuela que algún día venía a visitarle porque nada se sabe de los padres de Wuayto.

La relación con su abuela era muy básica. Esta mujer mayor, analfabeta, ajada, frágil, cansada de la vida y que le costaba vivir, es el único miembro de la familia que se preocupaba por él y que le obligaba a comer cuando Wuayto no tenía ni apetito. Recuerdo especialmente aquella pasta blanca, tan poco apetitosa que empezó a comer, y que es necesaria para empezar a nutrir a un desnutrido.

En aquel entonces la abuela de Wuayto iba al hospital de vez en cuando, ya no ha vuelto, y allí pasaba el día tejiendo hoja de palma, rezando como buena musulmana y sin hablar con su nieto pues era mujer de pocas palabras; mientras Wuayto pasaba las horas sentado a su lado, sin poder ni querer relacionarse y sin fijar su mirada en nada, miraba al infinito, al vacío, a la nada. Una estampa que no era una imagen aislada en la vida de Wuayto. Así había sido su vida, la relación habitual con su abuela, el día a día de Wuayto en su casa, una falta de estímulos total y en todos los sentidos desde que nació.

Wuayto y yo empezamos una relación especial. No se cómo, no recuerdo el motivo inicial que me llevó a él, no lo encuentro y lo he pensado muchas veces ¿Por qué Wuayto? No lo sé. Aún no lo sé. El caso es que algo hizo que fuera un día a verle al hospital y desde ese día se convirtió en un hábito, en una necesidad, en una de mis motivaciones. Wuaito ha cambiado mucho a mejorA mediodía iba a buscarle al hospital para llevarlo al workshop donde la Fundación Voces está trabajando los talleres de arte con los niños como herramienta de desarrollo; de esta manera yo pensaba que se distraía algo y podía empezar a relacionarse con los demás niños. Desde fuera podría haber parecido que no le interesara porque Wuayto seguía sin hablar y sin relacionarse, pero empezó a pintar y, además, elegía colores vivos para sus dibujos, importante dato a tener en cuenta.

Así empezó nuestra historia. Eso sí, Wuayto no venía conmigo si no le dejaba mi móvil para escuchar música, una música imposible de soportar que a él le encantaba; yo asumí que me quería por mi móvil pero no me importaba. Así era nuestro acuerdo no hablado: yo le dejaba el móvil y entonces él me cogía de la mano y dábamos algún paseo por el orfanato. Wuayto seguía sin hablar. Yo hablaba sola, y alguna vez él me miraba sin expresión alguna mientras escuchaba su música. Imagen digna de inmortalizar, imagen de amor incondicional. Y así pasaron los días durante unas semanas hasta que de la noche a la mañana tuve que marcharme de Lamu y dejé de ver a Wuayto pero nunca de pensar en él.

Desde entonces y hasta ahora han pasado seis meses. En este tiempo Wuayto ha recibido atención médica en el Hospital Pediátrico Pablo Horstmann, el hospital de Anidan, que con su equipo de profesionales y su trabajo impecable ha conseguido reducir la mortalidad infantil en toda la zona. Y Wuayto es uno de sus niños que, en sus 5 meses de ingreso hospitalario, junto a la atención médica propia ha recibido grandes dosis de la medicina del amor, del cariño, de la atención... que le han ayudado a recupear la autoestima, la ilusión, confianza en sí mismo y sentirse niño de una vez.

Reencontrarme con Wuayto ha sido lo mejor de mi vuelta. Nada más llegar me costó reconocerle. Estaba más gordo, el pelo más largo, corría y jugaba con los niños, reía y hablaba. No se sí él me ha reconocido aún, pero el caso es que me busca. Me habla en swajili, yo no le entiendo, pero no me importa. Tampoco paseamos juntos, está muy ocupado jugando con los demás niños. Tampoco me importa. Me sobra con la sonrisa que le ilumina la cara cuando viene del colegio, me saluda y se va corriendo a jugar...

Creo que sabe que me hace feliz y que cada día espero su sonrisa. Wayto me deja palpar los resultados del trabajo de Anidan y de la fuerza de trabajar el arte como herramienta de desarrollo. Wuayto le da sentido a mi nuevo proyecto de vida, hace que merezca la pena todo el esfuerzo para llegar aquí y hace que me sienta orgullosa de estar donde estoy. Wuayto es estupendo, ahora es feliz y yo más de verle.

Un aula de la Fundación Anidan, en Lamu (Kenia)

Wuayto me hace ver cómo un niño puede cambiar, avanzar, caminar hacia delante y tener un futuro cuando se le cuida, se le quiere y se le atiende. Wuayto me hace ver las dos caras de la moneda: la vulnerabilidad y la fragilidad de un niño, y al mismo tiempo su fortaleza, su inocencia y falta de rencor para ser capaz de volver a sonreir a la vida con un pasado como el suyo que no entraré a detallar. Wuayto me hace creer en la fuerza del amor, un niño con amor que se sienta querido, puede ser un niño feliz por mucha miseria que tenga a su alrededor. Wuayto me enseña, es un aprendizaje de vida.

Estas son las historias que merecen la pena. Historias que conocer, leer, escuchar... nos hacen mejor personas. Historias que brillan por su ausencia, historias para las que nunca hay hueco, historias que no tienen cabida en los medios de comunicación. Pero son las historias que nos reconcilian con la vida y con el mundo.

Soy consciente del rechazo, la pereza y el aburrimiento "no reconocido" que provoca en general este mundo de la cooperación, oeneges, solidaridad... Tan castigado últimamente sobre todo en nuestra Comunitat. La saturación de llamamientos, la mala gestión de la comunicación, la poca creatividad de las propias organizaciones, su nula inversión en estrategias de comunicación y la crisis que nos acompaña desde hace años hace que estas historias tan lindas, ejemplos de superación y del buen hacer, no nos lleguen.

El problema que provoca este vacío comunicacional es su consecuencia final, la ausencia de ayuda. Ese es el verdadero problema. Y mucha responsabilidad recae en la comunicación. La consecuencia directa que hay entre la no comunicacion y la no colaboración. Se trata de una cadena que comienza cuando rechazamos, consiente o inconscientemente, este tipo de informaciones, entonces no sentimos la necesidad de colaborar porque no nos despierta esa sensibilidad necesaria para comprometernos en paliar una situación alejada de nuestro entorno, o al menos intentarlo.

Trabajando una comunicación diferente en este sector podríamos ayudar a desarrollar una conciencia social, una inquietud en unir fuerzas para el cambio, ese sentido de responsabilidad con los países pobres que necesitamos para ir construyendo un mundo mejor, más lindo y un mundo más equilibrado para todos donde cada vez haya menos " wuaytos".

Hay muchos Wuayto en el mundo. Pero Wuayto le preocupa a poca gente. Hasta hace seis meses su vida  se presuponía corta. Hoy tiene un futuro por delante, difícil y duro pero lo tiene, que no es poco...

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