Opinión

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¿Cuánto hay de auténtico en la vida, Sr. Raga?

Publicado: 10/08/2025 ·06:00
Actualizado: 10/08/2025 · 06:00
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Hoy soy mucho más asiático que ayer. He empezado a valorar hoy mismo el hecho de que en nuestros tiempos, un concepto y su contrario se organizan por parejas. Una especie de yin-yang. Todo ocurre como consecuencia del primero y se concluye como empieza. Ya no separamos los conceptos dulce o salado, ni limpieza o suciedad, ni gobierno o anarquía, ni la guerra ni la paz, ni el calor, el frío, la templanza o la locura. El contraste ha sucedido al conflicto, y lo antagónico -una vez trascendido lo complementario- ha devenido en hermandad obligatoria. Ya no hay puentes que dividen sino finos hilos transparentes que fusionan los antónimos a fuego.

Fui a una pizzería hace unos meses (nada reseñable, por supuesto) y me ofrecieron una pizza bresaola. Acepté. Al servírmela en la mesa hice observar al camarero que la susodicha bresaola no era tal sino prosciutto -marca blanca, por supuesto-. Retiró mi plato de manera ruda, y a la vuelta me sirvió la misma pizza con el prosciutto anterior. Mi expresión no le condujo a retractarse. Afirmó que era verdad, que eso no era bresaola, y concluyó con displicencia ¿qué quería usted? Si la pizza no costaba ni ocho euros.

La verdad es el hecho revelado por el grupo como cierto y se defiende sin complejos como bello, necesario e imprescindible. La verdad en nuestros días se ha erigido en tótem, referencia y argumento que valida o aniquila otro argumento. No hay aspecto de la vida que no necesite la verdad. La cocina, la actitud, la novela, relaciones personales o política medioambiental. Si algo es bueno es cierto, y si no hay resquicio de verdad es que merece la ignominia. Un local, un restaurante o un bar de copas no se entienden si no se respira la verdad, si no es auténtico. Si te van a entrevistar en algún podcast más vale que nadie determine que has mentido, es mejor aparentar ser un idiota que mostrar inteligencia en su defecto.

Sin embargo, la verdad no viene sola. Y no hablo de fake news. Ya me aburre el tema, la verdad.

Cada junio (hasta septiembre) emprendemos nuestro viaje a la verdad y muchas veces no obtenemos ni certeza en el café. Desearías asistir a la debacle de occidente en Taormina y sólo encuentras un catálogo de cócteles en color flúor. Planeaste conciliarte con el mundo en los fiordos y te encuentras con la animación que canta Abba en minifalda. Un verano te sentiste tan Lord Byron que acudiste a Cinque Terre, y en Vernazza sólo viste los imanes de nevera con la pizza, el Coliseo y el David de Buonarroti. Sucumbiste al ver a Rothko en la 53 Oeste con la quinta y despertaste a la salida con las colas del Shake Shack. Valoraste un té en el Atlas y enseguida declinaste una vez supiste lo del circo de la plaza. Cuando el lujo es impostado ya no es lujo, ni la paz, el goce o la distancia. Y sin embargo, todo es pose, ruido, foto e inmediatez.  

El Negroni no es Negroni porque diga el coctelero que lo es. Que Duchamp no dijo que los barmen son artistas. Por lo tanto, no son ellos los que deciden qué es un cóctel o no es. Sin embargo, en la amalgama encuentras true Negronis y los fake. Y es que ambos conviven y no pasa nunca nada. Ante la evidencia de los abundantes fake Negroni consideras la certeza como un premio, la persigues, la deseas y -por mucho que lo intentes muchas veces- no la encuentras. Y el estrés que te genera la dinámica de búsqueda y despecho te provoca un cierto trauma del que no se sale fácilmente.  

Cuánto más hablamos y valoramos la verdad, más se entiende, se permite y se difunde una mentira. Cuánto más defiendes que un menú degustación rebosa autenticidad-certeza, más perdonas que otro no contenga sino falsedad. Es tan difícil alcanzar lo cierto que defiendes la existencia de lo incierto porque al fin y al cabo es razonable. Cuánto más afirmas que la gente se debiera comportar con actitudes de verdad, más comprendes la existencia de lo incierto, dado lo imposible de exudar certezas veinticuatrosiete -como dicen los horteras-. El velero no es velero si lo grabas sólo en video. La retina es pasaporte a la memoria, y la pantalla adolece de recuerdos.

Que verdad y mentira ya no son antónimos sino aspectos divergentes de un concepto similar, es un hecho. Que cuánto más citas la verdad la desprovees de su significado original, que cuánto más la anhelas, más revelas que su búsqueda y encuentro resultan arduos en extremo. Que las personas que se significan por su amor al epicentro son bastante más egocentristas que el que adora la verdad. Y que la gente que defiende con vehemencia la verdad es la que dice más mentiras. 

Una vez me preguntaron en una entrevista si en la vida hay mucho, poco o nada de verdad. Yo le contesté que existe el mismo grado, intensidad y oferta que el que uno encuentra en la literatura. ¿Y en la suya, Sr. Raga? ¿La defiende? No sé qué diría ahora. 

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