VALENCIA. "No es verdad que en España se folle poco. Lo que pasa, joven amigo, es que siempre hemos follado los mismos ». La enorme frase se le atribuye a César González-Ruano tras alguna mesa de caoba del castizo Café Gijón, pero no me resulta tan difícil imaginarla hace no tanto frente a un dry martini en la barra del valenciano Aquarium (Gran Vía del Marqués del Turia, 57) a la hora del aperitivo.
Me gusta la frase (cuyo oyente era un joven Francisco Umbral) porque encierra en tan sólo veinte palabras equidistantes dosis de inteligencia, sarcasmo y mala follá. Quizá el reflejo de otra época, quizá hoy no estamos para dobles sentidos ni para más sarcasmo que el de la publicidad de tu banco: «Contamos contigo». Hablamos de ésta y aquella otra época en este oasis de la burguesía valenciana del Ensanche que es todavía la casa de Indalecio García donde se confunden generaciones pasadas y chavales con jersey de cashmere y pulseras de Cruciani. ¿Qué queda de la Valencia «bien de los 60 y 70? ¿A qué se dedica hoy (si es que queda) la alta sociedad de "la terreta"?
No hace tanto las grandes familias paseaban su ‘dinero viejo' (que es el bueno) en la taberna de Los Madriles o en Les Graelles (de los Barrachina). Familias como los Serratosa (históricos propietarios de Air Nostrum hasta hace nada), los García-Guzmán o los Martínez Colomer: constructores y empresarios como Ernesto, del que se decía no viajaba sin su cardiólogo.
A veces residentes en el microuniverso de Santa Bárbara, también en Náquera (como la familia Ros Casares, los Lluch, Vic o los Gómez-Trénor). Entonces (me dicen) las fortunas no se avergonzaban de serlo y se mostraban como tal, el visón en guardarropía de la sala Rialto con el chófer en la puerta y los langostinos con su Jerez en la Taberna Alkázar, poco antes de la faena de las cinco de la tarde en la Feria de Fallas. Nunca Valencia brilla tanto como Valencia en primavera. "Señoras de" vestidas con paños de Balenciaga en la boutique de Presen Rodríguez y las joyas de Giménez. También la Valencia de intramurs, como los Noguera, los Gómez-Lechón o los Pechuán (cines ABC).
Era la época de las grandes marisquerías y las sobremesas eternas en Civera (nuestro Lhardy) o Aragón 58; la paella en Casa Carmela, los almuerzos en Don Pablo y las anchoas de Emiliano García de Bodega Montaña. Los veranos en Xàbia y los inviernos en las pistas de Baqueira. ¿Qué queda de todo aquello? Pese a los excesos, aquella Valencia respiraba una cierta elegancia que hoy huele un poco a rancia decadencia; una época cuyo brillo se apagó, como las persianas de Jockey o Balzac (grandes templos del "dinero viejo" de Madrid, cerrados a lo largo de este último año). Una clase alta desaparecida (¿dónde están?) tras el armageddon del ladrillo y los nuevos ricos con esloras de treinta metros en el Naútico. ¿Dónde están los herederos de aquellas familias? ¿Dónde se mueve hoy el dinero en Valencia? Hablamos de la "gente bien" de este hoy tan gris frente a un steak tartare perfecto en una mesa con mantel de lino en Askua, templo (durante la última década) de las grandes comidas y los grandes nombres de la banca y la política.
Pero ya no queda nada de todo aquello: fiestas en "casa de", el sushi en Komori o la última copa en Valen&Cia. El arròs a banda de los domingos en Duna o las mesas frente a la Marina Real de Raúl Aleixandre en Vinícolas, pero ni rastro de elegancia ni "niñas bien" en una noche más bien zafia: los gin-tonic de balón en Clandestino o la pista de Las Ánimas. Quizá los vástagos de aquellas familias huyeron de esta Valencia provinciana y vendida al "yo más". Quizá se esconden. Quizá murió una parte de nosotros mismos. Ojalá.