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Análisis

El adviento navideño

"A partir de una edad, la melancolía por la infancia es la que acude en primer lugar en este periodo"

Publicado: 06/12/2025 ·06:00
Actualizado: 06/12/2025 · 06:00
  • Encedido navideño en Lorca
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Casi tocando el perfume navideño siempre nos vienen recuerdos pasados y, a partir de una edad, la melancolía por la infancia es la que acude en primer lugar. Seguro que también aparecerá el dolor por la pérdida de seres queridos. Sin embargo, conforme nos acercamos a los días estelares del 24 y 25 de diciembre, se nos va ofreciendo una arquitectura de la intimidad, una sucesión de ritos familiares que preservan nuestra inocencia como en un tiempo suspendido. El gran don consiste en unir la experiencia temprana de la felicidad con la esperanza.

T. S. Eliot, posiblemente el mayor poeta anglosajón del siglo pasado subrayaría esta misma idea en el verso con que se abre East Coker, el segundo de sus Cuatro cuartetos. Son palabras lapidarias: “En mi principio está mi fin”. Estamos ante una verdad perturbadora. O al menos así se puede interpretar: si queremos conocer nuestro destino, conviene que nos asomemos a nuestros inicios. No, desde luego, como cierta carga freudiana ni como una inevitable retahíla de traumas. Bien al contrario, el origen contiene la promesa de un nuevo comienzo. A través de su belleza litúrgica, Adviento y Navidad nos lo recuerdan con el afecto y la delicadeza propios de los grandes relatos.

 

Frescas lecturas de Charles Dickens como la 'Canción de Navidad', año tras año, sigue transportándonos a las grandes y mágicas aventuras de nuestras mentes"

 

En nuestras casas, con sus olores y sus luces nos transportan a mundos muy deseables. Mazapanes, canela, tarta de manzana y salsas calientes, toñas y tortas de pascua enriquecen nuestras ansiadas fragancias. Papá Noel y Reyes Magos, siempre puntuales. Frescas lecturas de Charles Dickens como la Canción de Navidad, año tras año, sigue transportándonos a las grandes y mágicas aventuras de nuestras mentes. O puede que sea otro: El maravilloso viaje de Nils Holgersson de Selma Lagerlöf. Seguimos intentando en tiempos convulsos mantener tales tradiciones para que se entienda el mundo, nuestro mundo, donde es mucho más antiguo de lo que deja ver la memoria presente.

De nuestros orígenes más remotos nos habla un texto bíblico fundamental: el Génesis. Aquí encontramos una honda reflexión sobre el problema del mal, toda una pedagogía de la mano de un camino de redención. Cada caída da paso a una nueva oportunidad. Realmente, nada es definitivo: ni siquiera el pecado de Adán y Eva.

En cada situación del Génesis en la que la venganza parece justa e inevitable, no se toma ninguna represalia definitiva. Ello significa algo muy concreto para nosotros: que la lógica del mundo, donde el castigo es proporcional al daño causado, no constituye la última palabra. No, al menos, en el modus operandi del Dios bíblico. La Gracia modifica la ley, insiste un ensayo de Robinson. Pero la ley no puede limitar la acción de la Gracia. De este modo, la misericordia completa la justicia y nos convoca a algo más grande que la venganza: el perdón.

 

Asomarnos al origen nos permite comprender también algo esencial sobre la condición humana"

 

El Génesis y su Creación, del mismo modo que la Navidad nos sitúa ante un Nacimiento. Ambos reflejan la estructura inherente a nuestras vidas: siempre comenzamos y siempre estamos llamados a florecer de nuevo. Un viejo padre del desierto, san Antonio abad, solía repetir cada mañana una especie de oración: “Hoy empiezo”. Cada acto de bondad representa un nuevo Génesis. Cada reencuentro es un comienzo.

Asomarnos al origen nos permite comprender también algo esencial sobre la condición humana. Descubrimos que en la Navidad no retornamos a la infancia, nunca se regresa del todo al pasado, sino que estamos llamados a ser hijos: más frágiles, más necesitados, más inocentes, más esperanzados. Si como nos enseña Eliot, en cada principio se vislumbra el final y en cada final se contiene el principio, entonces ninguna palabra humana es definitiva. No es mala lección para estos días de Adviento.

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