Hoy es posible que el Maratón de València vuelva a batir algún récord. Los 36.000 runners que este domingo recorren los 42 kilómetros, en su conjunto, volverán a dejar un impacto económico elevado en la ciudad: pernoctaciones, cenas, comidas, viajes… tanto de los propios deportistas como de sus acompañantes. Muchas ediciones después, ya nadie pone en duda que el Maratón de València es un gran evento que tiene la Comunitat y que, a diferencia de otros, cuesta mucho menos a las arcas públicas que los de otra época. Es verdad que durante todo este tiempo el empuje y la determinación del Club Correcaminos y el respaldo de Juan Roig han sido claves para que la cita de València esté ante los ojos de todo el mundo y a punto de convertirse en uno de los marathons majors que comparten las grandes capitales del mundo.
A mucha menor escala, las ciudades de Alicante y Elche saborearon algo de ese éxito que desde hace una década disfruta València. La primera edición del Maratón Internacional Elche-Alicante puso sobre el asfalto a casi 4.000 deportistas, más de un 25% de ellos internacionales, que conocieron el estreno de una carrera que, a tenor de las primeras reacciones de los propios participantes, fue todo un éxito. ¿Las razones? Muchas. El recorrido, ya que la carrera discurre entre dos ciudades cuando lo normal es que comience y acabe en el mismo punto; el trazado, llano y descendente, en buena parte; la climatología y, también hay que destacarlo, la conectividad de las dos ciudades. Tanto Elche como Alicante tienen muy buena conexión internacional gracias a su aeropuerto —de ahí el dato de participación foránea— y entre ellas, pese a que el Cercanías es mejorable. Pero al fin y al cabo, están conectadas.
Esos eran los alicientes; después está la organización de la prueba. Pese a la dificultad de celebrarse en dos ciudades, ambos ayuntamientos y muchos colectivos se volcaron en la animación, lo que hizo que el corredor, a excepción de algunos tramos —como el de la N-340 entre Torrellano y la entrada sur a Alicante—, se sintiera respaldado en su objetivo de completar los 42 kilómetros (que no es tarea fácil). Hubo otros servicios, como los traslados en bus entre ambas ciudades y las consignas para las mochilas, que también fueron valorados por los runners.

En resumen, un éxito, al fin y al cabo (con capacidad de mejora, por supuesto). Ya les digo que, a excepción de otras ciudades más grandes (Madrid, Barcelona, Sevilla o València), muy pocas pueden presumir de una prueba de estas características con casi 4.000 inscritos y de la imagen ofrecida tras la primera edición (a Murcia y Castellón, por ejemplo, les sigue costando crecer). Es verdad que fue una apuesta política de los alcaldes de ambas ciudades, Luis Barcala y Pablo Ruz, que materializaron la idea, pero detrás ha habido un club que se ha encargado de la organización y otros muchos que lo han hecho posible. Entre todos han logrado que Alicante y Elche ya cuenten con un gran evento que reúne a más de 4.000 personas, que genera impacto en ambas ciudades —pernoctaciones, cenas, comidas y viajes— y, lo más importante, con un coste ínfimo para la administración pública. Es posible que muchos de esos 4.000 participantes sean ya prescriptores de ambas ciudades; que quieran repetir o inviten a otros a participar en futuras ediciones. Solo el fin de semana pasado, ambas ciudades tuvieron una ocupación media del 85% ese fin de semana, además de lo que pudieron gastar los deportistas en hostelería, entradas a museos o compras.
Aunque Alicante y Elche se hayan encontrado con un gran evento, y con éxito, no todo está hecho. Solo hay que echar la vista atrás y mirar lo que le ha costado a la propia València llegar al nivel al que está. El Maratón Internacional de Elche-Alicante necesita unas bases de certidumbre para afianzar o superar esos 4.200 inscritos, y necesita pedagogía entre los residentes (por las molestias que pueda generar) y los propios beneficiarios de ese impacto. Certidumbre con una fecha y recorrido fijos —en qué dirección, ya lo dejo en manos de los técnicos del atletismo—, que ya deberían estar anunciados y con las inscripciones abiertas. Y pedagogía en hoteles y restaurantes para que ofrezcan facilidades a los deportistas, con check-outs flexibles y menús atractivos, no solo para ellos, sino también para los acompañantes.
Quizás este perfil no sea el del mitificado jugador de golf, pero hoteleros y hosteleros deben saber que el runner no viaja solo; suele hacerlo acompañado, y con mucha previsión, por lo que realiza las reservas con tiempo. Así que cualquier duda de la organización se convierte en una duda para el deportista, que tiene mucha oferta donde elegir. Y si en algo ha acertado esta prueba es, además de en la fecha, el recorrido, la conectividad y la climatología, en aprovechar el overbooking de València: allí ya no caben todos por limitación (el runner de cercanía se siente expulsado), por el precio de la inscripción o por las condiciones del sector hotelero, que, conocedor de la demanda —sobre todo internacional, que es del 70%, y de su mayor poder adquisitivo—, la rentabiliza con precios más elevados.
Esperemos que Alicante y Elche sepan aprovecharlo. Se han encontrado con un gran evento, de éxito y sin pagar cánones desorbitados. Solo hay que cuidarlo (y ponerlo a salvo de cualquier tentación política) para que vaya a más.