Opinión

La vocación mató al periodista

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VALENCIA. "¿Usted ha visto alguna vez a un albañil poner ladrillos gratis?". Esta fue la gran pregunta que se me ocurrió trasladarle hace un par de años a un experimentado catedrático del Grado de Periodismo de la Universitat de València, de cuyo nombre no quiero acordarme, cuando quiso convencerme de que los periodistas no tenían un problema de infravalorar económicamente su vocación.

Tras largos inviernos de carrera, observando minuciosamente lo que se gestaba a mi alrededor, me di cuenta de que la profesión del comunicador tiende a dar prestados sus servicios un tanto a la ligera, como si el sujeto llamado a ser periodista tuviera que ejercer, sí o sí, al precio que fuese. He visto a compañeros que perdían dinero por practicar una maltrecha profesión en la que algunos (quiero creer que pocos) se aprovechan de la ilusión y vocación que arrastra a los jóvenes titulados hacia las ondas, hacia la redacción y hacia las cámaras. ¡Mano de obra gratis!

Por suerte o por desgracia, adentrarse en una redacción puede generar un alto grado de ‘drogadicción'. No crean ustedes que es tan fácil acercarse a un micrófono, pensar que 'una' puede comunicarse con el mundo (aunque estén escuchando veinte personas) e irse pensando que no volverá más. ¡Ansías volver! ¡Y quieres hacerlo ya! Así que no culpo a los compañeros que de forma gratuita han ocupado parrillas de emisoras (muchas veces llenas de) fantasmas o han realizado colaboraciones continuadas sin más placer que el propio de sentirse ‘en el aire'.

Y les entiendo, de verdad. Puede que todos los licenciados y graduados en Periodismo no sientan ese espíritu que te incita a contar cosas. No todos están dispuestos a soportar una vida de horarios difusos y con encargos de última hora por parte de los superiores que acaba realizando el socorrido becario. Pero que quieren que les diga, yo no estudié periodismo, mi vida es el periodismo, aunque mi paciencia y dignidad acaban teniendo un límite.

Mis padres solían decirme que lo que no da dinero da experiencia. Sin embargo, llega un difícil momento de lucidez en el que te das cuenta de que tanta actividad acumulada no te da ni para un triste sandwich de pan con pan (literalmente si el sueldo es de cero euros). Y me miro, miro a mis antiguos compañeros de carrera, miro a mis actuales compañeros de Master, y les pregunto silenciosamente ¿a dónde vamos?

Querría decirle a ella que dejara esa radio en la que no le pagan ni el transporte, querría decirle a él que se diera cuenta de que su talento le permite buscar algo mejor. Pero me resulta imposible. Les veo el brillo en los ojos cuando me hablan de sus micros, sus grabaciones, sus entrevistas.

Y entonces me gustaría gritar. Decirle al mundo que quienes acabamos de meter la cabeza en la profesión queremos una oportunidad. Que estamos preparados, que tenemos fuerza., que tenemos curiosidad, ideas, propuestas. Pero la realidad me devuelve a la Tierra y pienso, ¿seremos alguna vez ‘ochociento euristas' ejerciendo de periodistas? (lo de mileuristas ya es un lujo). He visto cómo compañeros y compañeras prolongaban el finalizar la carrera para seguir haciendo prácticas por un sueldo que rozaba lo grotesco. Pero señoras y señores, en esto se traduce la vocación.

Una vocación que va a tener que hacer un moonwalker y situarse tras del orgullo. Ese sentimiento que tiene que alzarse, al estilo Braveheart, para decir: "Gratis no trabajo". ¿Qué es eso de pedir periodistas para hacer un ‘post' documentado de 1.000 palabras en un blog por un euro? ¿Hasta donde vamos a llegar? Y somos los recién titulados los que tenemos potestad para marcar unas mínimas condiciones. Esas que separan la vocación de la denigración.

Y entonces aquel catedrático me dijo que los obreros también hacían prácticas. Pero yo le contesté: "¿cuántos ‘jóvenes' periodistas subsisten en los medios sin contrato una vez han terminado sus estudios y en condiciones precarias? Y, ¿usted ha visto alguna vez a un obrero que trabaje por amor al arte y sin cobrar?". Pero sé que esto tiene que cambiar, que va a cambiar, sigo recordándome que la información es poder y que algún día volverá a valorarse como es debido. Es la única forma de no darte la vuelta, dejar la libreta, el bolígrafo y la grabadora en el suelo, y no volver más.

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