Opinión

¿Me habré muerto, Calderón, o esto es solo un sueño?

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VALENCIA. Últimamente, y cada vez con mayor frecuencia, suenan en mi cerebro canciones absurdas; no son ni mis preferidas, ni las de actualidad, ni las que me traen mejores recuerdos, simplemente son melodías que, por mucho que lo intente, no logro ahuyentar. Pero he descubierto a qué se debe este hecho desesperante y es, sencillamente, que me estoy quedando sordo, y la psique, o lo que sea, pretende disimular este fallo vital auditivo, poniéndome un estéreo a todo volumen en mi cabeza y que no note mi sordera.

También me pasa algo raro con la vista. Ahora siempre llevo dos o tres bolas de golf de la misma marca y con número idéntico en mi bolsillo cuando salgo al campo. Me da vergüenza perder tantas en cada partido y es que no veo bien, no encuentro muchas entre la hierba y los matojos (donde van a parar más de las que yo quisiera), y disimulo, delante de mis compañeros de juego, sacando una nueva cuando estoy fuera de su campo de visión y es que,¡ manda cojones!, me estoy quedando ciego.

Pero lo que más me preocupa es lo de las moscas. Desde hace unos meses las moscas me acosan y persiguen sin descanso. Cuando se para una en mi calva, ya puedo dar manotazos, alaridos y buscar refugio en lugares cubiertos, que ella sigue y sigue hasta que agota mi paciencia y no tengo más remedio que, resignado, dejarla retozar por mi cabeza dando por perdida la batalla.

Por todo lo que, sordo, ciego y con moscas, estoy preguntándome si no estaré muerto.

No estoy inventando nada nuevo: muchos filósofos han disertado sobre la teoría de que todo es una ilusión. ¿Cómo podemos saber si vivimos en la realidad o no? Ya lo dijo Calderón: La vida es sueño.

No quiero entrar ahora en discusiones metafísicas y rollos existenciales, pero quiero exponer algunos problemas que me atañen y me causan problemas a diario.

En mis actuaciones públicas (soy político) estoy acostumbrado a no tener respuestas a las peticiones que hago en los actos institucionales en los que represento a una minoría: nadie me contesta. Que las mujeres no me miren cuando entro en un local de ocio es un asunto al que ya me he acostumbrado; hace tiempo que me siento invisible para ellas. Que los revisores del metro no me pidan nunca el billete, me parece raro, pero supongo que tengo cara de persona incapaz de colarse en los medios de transporte públicos. Que nadie, contando con la mala educación e insolidaridad imperante me hable, lo achaco a mi aspecto de persona mayor respetable y merecida de autorización para incordiarme...

Así que, con todos estas evidencias, no sé que pensar.

Y tras muchas elucubraciones mentales he decidido ir al cementerio el próximo 2 de noviembre, con flores y spray de limpieza y revisar una a una todas las tumbas y nichos del cementerio, criptas, panteones y fosas comunes, limpiar y adornar la de mis familiares muertos, pero como vea mi nombre, mi fecha de nacimiento y defunción en algún sitio...¡me cagaré en todo!

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