Opinión

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Francisco, un Papa con dudas

Publicado: 23/04/2025 ·06:00
Actualizado: 23/04/2025 · 08:14
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Todos tenemos un pasado. O más. Y uno de los míos pasa por haber sobrevivido a un colegio de curas que me convirtió en ateo y al que ni siquiera voy a hacer publicidad. Lo menciono porque conozco bien a la curia. Y, por tanto, me creo con elementos de juicio suficientes para analizar la figura del Papa Francisco. Si separamos en dos mitades su persona, la sacerdotal y la humana, mi conclusión es que en la primera, era tan convencional como todos sus colegas de profesión. Es en el ámbito terrenal en el que se advierte un impulso extraordinario, el retrato de un ser humano con todas sus venas y arterias, sus filias y fobias, sus virtudes y defectos, sus ganas de vivir y sus ganas de matar. Ahora me explico, pero vaya por delante que Jorge Bergoglio ha sido, sin ninguna duda, la entrevista que más me habría gustado hacer de todo lo que llevamos de siglo. Incluso, para eliminar lo profesional, la persona a la que más interés habría prestado en una larga conversación de compañero de avión en un viaje transatlántico, por ejemplo.

Los curas no son tan diferentes a un comercial del Círculo de Lectores. Su labor consiste en ganar adeptos para su oficina central. Es cierto que tienen fe, la mayoría de ellos, y que se rigen por unas estrictas condiciones laborales, como la de someterse a ciertos votos y propagar constantemente sus creencias. En eso también se parecen a cualquier aplicación tecnológica: debemos leer y aceptar las condiciones y términos de uso sin rechistar. Hay excepciones, naturalmente, hacia ambos extremos. Pero, en esta faceta, Francisco era como todos los demás. Su defensa de los derechos humanos, de la que hablaré después, se interrumpía cada vez que asaltaba los preceptos testamentales. Sus líneas rojas eran el aborto, la incorporación de la mujer a los ámbitos de poder de la Iglesia, la aceptación del colectivo LGTBI… Como cualquier otro. Son sus reglas. Son sus tradiciones. Son sus imposiciones, como bien difunde el obispo  de Orihuela-Alicante Munilla.

 

Pero es su rebelión ante todo lo que explico en el párrafo anterior lo que resultaba fascinante del primer americano y primer jesuita que ha ocupado el trono pontificio. El Francisco terrenal. Primero, porque para escalar la cima más alta del organigrama de cualquier multinacional, la empatía, los escrúpulos y las misas de doce son bolsas de lastre. Maquiavelo y Sun Tzu no parecen las lecturas más recomendables para los estudiantes de Teología, pero protagonizar la fumata blanca exige maniobras, manipulaciones, codazos y traiciones, como en cualquier alto cargo. Quizá se postuló para batallar contra la pederastia y la corrupción económica. Desde luego, supo imponerse. Y segundo, porque desde fuera se evidenciaba la enorme contradicción entre la persona y el profesional. Defensor de los más necesitados, de los migrantes, pacifista, ecologista y muy consciente de que todos los imperios acaban por caer y de que el catolicismo no ha cruzado todavía el final del siglo XIX. Rebelde ante el núcleo duro de sepulcros blanqueados que son los que sustentan los gastos más por ostentación que por problemas de conciencia. Se le está alabando (y criticando) mucho por su ideología, pero creo que lo que verdaderamente le distingue es su duda, su comprensión de la gama de grises, su margen de error, su palpable odio por las fronteras y barreras. Incluso las que le imponía su propia fe. Y de este tipo de gente, tan necesaria, andamos más bien escasos.

PD: Feliz Día del Libro.

 

 

@Faroimpostor

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