Recientemente el presidente de la Generalitat de Catalunya, el señor Montilla, el portavoz de ERC en el Congreso, el señor Ridao y el líder del principal partido de la oposición, el señor Rajoy, entre otros, al hilo de la cascada de reacciones que ha originado el enésimo aplazamiento por parte del Tribunal Constitucional de su sentencia sobre el Estatut, han comparado el proceso de gestación de la sentencia con un partido de fútbol, y al Alto Tribunal con su árbitro. Parece que, a falta de acuerdo en otras áreas, existe un consenso entre los políticos en asociar con el deporte rey el problema generado con el Estatut. Permítasenos, en lo que sigue, elaborar con algo más de fundamento esta asociación entre fútbol y Estatut, árbitros y Tribunal Constitucional.
A los árbitros de fútbol se les asigna la tarea de interpretar las reglas del juego de una manera imparcial, y por lo tanto deberíamos esperar que las decisiones que toman durante el encuentro fueran independientes de aspectos tales como la diferencia en la calidad o el pedigree de los equipos que se enfrentan, su nacionalidad o la ciudad que representan, su posición en la competición, el número de espectadores en el estadio, la cercanía de los espectadores al terreno de juego, o los goles marcados durante el partido por los dos equipos en cualquier momento del tiempo. Que esto no es así es algo que ya sospechábamos los aficionados, pero los últimos estudios al respecto nos permiten pasar de la sospecha a la evidencia, dentro de los límites que impone la teoría probabilística. En efecto, es un hecho contrastado empíricamente, y para eso sirven los datos y las técnicas econométricas, que las decisiones de los colegiados guardan una relación sistemática con los factores apuntados anteriormente. Es decir, las decisiones de los árbitros están sesgadas, y muchos de estos sesgos contribuyen de forma significativa a lo que se conoce como home advantage effect (ventaja de jugar en casa).
Dentro del conjunto de las decisiones que toman los árbitros, vale la pena que nos detengamos en una de ellas: el tiempo que el árbitro decide añadir al final del partido. En un influyente artículo, Luis Garicano, Ignacio Palacios y Canice Prendergast (Favoritism under Social Pressure. Review of Economics and Statistics, 2005) utilizan datos de la Liga Española de Fútbol para concluir que existe un sesgo en las decisiones arbitrales en cuanto a la asignación del tiempo extra. Dicho sesgo consiste en favorecer sistemáticamente al equipo de casa alargando el tiempo de prolongación cuando el equipo de casa está perdiendo, y acortándolo cuando está ganando, pero esto sólo sucede cuando el resultado es muy apretado, mientras que el sesgo tiende a desaparecer cuando uno de los dos equipos gana por dos o más goles. Es más, los autores son capaces de identificar el mecanismo que provoca esta forma de favoritismo en el deseo de los árbitros de satisfacer a la multitud, demostrando que el número de espectadores y la composición de los mismos son factores relevantes en el tamaño del sesgo.
Los debates y deliberaciones que se han producido en el seno del Tribunal Constitucional son secretos, pero de acuerdo con lo comentado hasta el momento podemos establecer algunas conjeturas generales sobre los mismos. Primera, la sentencia sobre la constitucionalidad del Estatut es como un partido de fútbol que se juega en casa, y si alguien tiene dudas de a qué casa nos referimos, que escuche la procedencia del rugir de la multitud. Segunda, con los continuos aplazamientos de la sentencia, el Tribunal Constitucional está alargando el tiempo de prolongación del partido para acabar encontrando la fórmula que satisfaga a la multitud, es decir, para justificar la constitucionalidad del Estatut. Tercera, si el partido acabara ya, el resultado para el equipo que juega en casa sería negativo, es decir, es muy probable que la sentencia fuera de inconstitucionalidad. Y cuarta, la diferencia en goles entre los dos equipos ha de ser mínima para justificar el sesgo en la asignación del tiempo extra o, dicho de otro modo, el dilema sobre la constitucionalidad o no del Estatut probablemente está limitado a unos pocos artículos.
"La ropa negra conviene tenerla siempre lejos", dicen que dijo Di Stefano, utilizando un sutil juego de palabras, en referencia a los árbitros. "No tan lejos, cuando jugamos en casa, estamos perdiendo y se nos acaba el tiempo", es la respuesta que hemos querido darle a esta aseveración en esta columna. Lo cierto es que, sea cual sea la sentencia final sobre el Estatut, como en el futbol, una de las dos aficiones va a terminar muy enfadada. He aquí otra justificación para la prolongación del partido, la huida hacia adelante. Como cantaba Sabina, "pero sin prisa, que a la misa de réquiem nunca fui aficionado...".
______________________________________
José E. Boscá es profesor del Departamento de Análisis Económico y director del Instituto de Economía Internacional de la Universidad de Valencia.
Javier Ferri es profesor del Departamento de Análisis Económico de la Universidad de Valencia.