Opinión

¡Hip, hip, IVA!

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VALENCIA. Ha subido el IVA. Y ante tal efeméride una consigna se eleva sobre todas las cosas: pienso luego el bolsillo sufre un descenso. Y es que en una época donde hay que apretarse el cinturón y los políticos siguen un guión (con copyright de Bruselas), una boda es un evento sin compasión.

Sin ir más lejos, este año y congestionadas entre los próximos meses de mayo y julio, tengo seis. Coincido en varias de ellas con las mismas personas, lo que se traduce en seis vestidos diferentes, seis sesiones de peluquería, seis transferencias bancarias, seis bonos de rayos UVA y, por suerte, la mitad de pares de zapatos. Me indigno, enfurezco y maldigo, pero entre cada pataleo busco de reojo el color de moda en las revistas.

¿Por qué tal incomprensible masoquismo? ¿Qué nos empuja a un "antes muerto que sencillo"? ¿Quizás un subconsciente presumido comprometido a rebajar la inflación en una eurozona en recesión? Lo que está claro es que, a pesar de vivir en un panorama de ajustes fiscales, la prima de riesgo personal aumenta cuando alguien a traición cuelga en las redes sociales una profusa galería de imágenes en las que en eventos sociales de altura eres objeto de tortura por reciclar estilo y no generar diversidad visual.

Expuesta a tal angustiosa presión me propuse hacer caso al "no dejes para mañana lo que puedas hacer hoy" del sabio refranero español y decidí irme de compras para "matar seis pájaros de un tiro" aprovechando los descuentos que algunas tiendas ya adelantan con la inminente llegada de la Navidad (y gracias también a la paga de unos abuelos que me quieren con locura y a los que camelo jugando al dominó un fin de semana colmado de gente sin dentadura).

Me levanto temprano y elijo mis zapatillas más cómodas dispuesta a comenzar mi cometido por la céntrica 'milla de oro' valenciana. Comienzo por un mítico Colón. Con emoción me introduzco pues en este desconocido y abandonado cogollo comercial del que antaño fui fiel devota y ahora recuerdo de forma borrosa. Percibo en las calles un ritmo distinto. Un no sé qué en esa atmósfera de derroche urbano se respira diferente. 

El ambiente sigue animado, los escaparates muestran las últimas tendencias y las tiendas rebosan con humildad de espontáneos curiosos en su interior, sin embargo, la mayoría de las manos de esta potencial masa consumidora se balancean díscolas pero vacías, atrevidas pero reprimidas. Mi presencia allí es una excepción casi involuntaria. Además de pasear, mi objetivo es el dejarme llevar, el de saciar un impulso hace meses apagado, el de sucumbir a un consumo justificado, el de edulcorar tímidamente a mi olfato con las delicias del olor a nuevo, el de seguir un poderoso instinto por satisfacer mi ego más superficial. Es justo y necesario. Las mujeres me entenderán (y muchos hombres también).

Aún así, con una cantidad suficiente decido no sobrepasar límites y caer en la tentación de una maravillosa chaqueta vintage de cuero negra. Durante la primera remesa me llevo una sorpresa. Cada etiqueta, sesión solar o tarifa de belleza del que en otra época pasada mi tarjeta de crédito era susceptible de excederse en cargos (casi hasta el suicidio), ahora advierte de un peligro ajeno: este año los precios suman un plus del que todavía no tenía certeza.

Examino de nuevo, ante tal reveladora verdad, a esos grupos de gente a mi alrededor desprovistos de bolsas y empatizo con la causa. La realidad es aplastante: la cruda apariencia exterior es culpa de un ambiente viciado en el interior. Un nuevo contexto en el que se ha impuesto una Incentivada Voluntad por Acojonar, lo que se conoce como IVA. Aborto plan. Me encuentro pues parada frente a unos tradicionales ABC Park deprimida. Necesito evadirme de la realidad y decido entrar a ver 'Skyfall', la nueva peli de Daniel Craig en la piel de James Bond.

La nueva tasa de la entrada también es desproporcionada. Lo veo claro. Un nuevo intruso ha venido a colarse a nuestras vidas para paralizar su curso normal y acentuar si cabe aún más nuestro malestar. ¿Por qué se empeña la cúpula en endosarnos invitados inoportunos sin explicación alguna? ¿No sería un detalle como mínimo una correcta y sincera presentación?

Me marcho a casa angustiada y no puedo evitar revivir en flashback lo acontecido. La conclusión es la siguiente: como es de sabios saber decir "sí quiero" cuando el corazón está en sintonía con la razón, sólo a una de las seis bodas decido asistir con ilusión. A las demás maquino una excusa y ahorrar dinero para comprarme un par de vaqueros. Pero no quedo mal con el resto pues voy a contratar a la tuna de un amigo, libre de IVA, para que en la despedida de soltera de esas novias que gozarán en su boda de mi ausencia para que les procuren divertimento musical y macizos en mallas.

Cuando la sociedad evoluciona lo inteligente es adaptarse y ver cada situación desde una correcta perspectiva, pues a ello ayudan medidas como el IVA.

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