Las democracias capitalistas tienen un gran problema que está provocando su colapso: el poder burocrático e impersonal, conformado por una red de cargos y funciones impersonales a las órdenes de unas reglas y normas legales equitativas e impersonales.
Como ya habremos sospechado, el problema es esa impersonalidad que no nos permite aferrarnos a la esperanza de un cambio pues podemos echar a las personas que ostentan los cargos pero otros llegarán detrás a hacer básicamente lo mismo. Y si las crisis no pueden solventarse apartando y castigando a las personas responsables, el descrédito acaba siendo del propio Estado que, cuando la cosa va mal, se percibe como un ente injusto contra el que no se puede luchar en igualdad de condiciones.
Una telaraña que nos envuelve y nos paraliza.
Este descrédito del sistema, visto por muchos como ineficiente para detener la crisis económica e incluso espiritual de Occidente, lleva consigo desconfianza en la clase política e insultos al funcionariado. Si no podemos detener la maquinaria del Estado, al menos podemos insultar a sus cabezas visibles. Un desquite muchas veces injusto pero liberador, como sabe cualquier persona que haya intentado borrarse de su compañía telefónica.
Cuando la crisis del Estado democrático se ha producido, llegan los mesías. Agitadores, líderes disruptivos con un alto nivel de energía y agresividad que nos prometen un nuevo orden (que normalmente no es nuevo pues se basa en algún momento pasado mitificado). Estos líderes reducen el mundo a una visión simplista y maniquea vendiendo una solución sencilla que suele pasar por encontrar algún cabeza de turco. Y una vez encontrado el “culpable” de todos los problemas, pues solo hay que acabar con él.
Es posible que al leerme hayan pensado en Milei con su motosierra insultando a los zurdos y gritando el mantra que salvará a la Argentina: ¡Libertad, carajo! O que hayan pensado en Trump con su gorra Make America Great Again y sus modales de terrateniente duro (o de acosador de cole) amenazando a todos los que no bailen a su ritmo. O en Abascal culpabilizando a los inmigrantes (a poder ser musulmanes) de todos los problemas de España. Muy similar este último a Puigdemont culpabilizando a los españoles de todos los problemas de Cataluña. Pero es que Abascal y Puigdemont son igual perro con distinto collar-patria, no nos engañemos...
Pero, en realidad, no hablaba directamente de estos señores sino de otro.
Hablemos del Führer
En el comienzo del artículo me he limitado a resumir las palabras del historiador Ian Kershaw hablando de las causas sociales del ascenso al poder de Hitler. Según el biógrafo del Führer, las crisis de la democracia suelen acabar con líderes improbables. Improbables en cualquier otro momento menos visceral y miope. Son líderes rupturistas, ególatras y autoritarios. ¿Por qué? Porque su rechazo a las reglas permite que sus seguidores sientan que actúan desde fuera del sistema y, por lo tanto, al no estar atrapados en él, serán capaces de cambiarlo. Ególatras porque deben creer fuertemente en sí mismos -con mucha soberbia, agresividad y casi locura- para que la gente también pueda creer con cierto fanatismo en ellos y en su misión mesiánica. Por último, el autoritarismo va unido a una responsabilidad personal, justo lo que echábamos en falta del Estado democrático. El líder asume con orgullo la autoría de sus actos por lo que si falla sabemos a quién castigar y se genera la sensación de que, apartándolo, apartamos también sus políticas.
O esa al menos es la intuición... porque, como nos enseña la Historia, luego no es tan fácil deshacerse de los pretendidos peleles. De hecho, Hitler fue apoyado por los conservadores para que destruyera derechos y libertades. Una vez los nazis hagan el trabajo sucio, los sacaremos de la ecuación, pensaron. Los burgueses lo apoyaron para que acabara con los sindicatos y el movimiento obrero. Y una vez lo hagan, los sacaremos de la ecuación, pensaron. Los terratenientes lo apoyaron para que destruyera los movimientos emergentes de izquierdas. Y una vez lo hagan… Pues eso, ya saben cómo acabó la cosa. ¿Les suena? Cuando liberas al monstruo no siempre es fácil volverlo a meter en su cueva como ya están viendo el PP o Junts con esa ultraderecha que debía hacer el trabajo sucio.
Retroceso hacia el nuevo paradigma
Conocer la historia no nos libra de repetirla. De hecho, la historia funciona en círculo y da la sensación de que debemos volver al comienzo cada vez, sin haber aprendido nada. Y hacia allí vamos, hacia la infamia de nuevo. Muchos de nosotros con ilusión y ganas de bronca. Otros, entre los que me incluyo, con bastante miedo de los primeros.
Hasta el poco informado advertirá que el mundo que conocíamos está llegando a su fin y, quien más y quien menos, andará un poco perdido últimamente. Hasta hace unos años, vivíamos en un época marcada por tres elementos interconectados:
1. la paz de los mercados: a menos fronteras más clientes potenciales.
2. la diplomacia y respeto al otro -al menos de cara hacia afuera- necesarios en ese mundo de mercados globalizados.
3. los organismos y reglas internacionales escritas para entendernos entre las diferentes culturas, religiones e ideologías, como por ejemplo los Derechos Humanos.
Este paradigma fue tomando forma al acabar la II Guerra Mundial y se afianzó tras la caída de la URSS. El mundo había sido testigo del horror, de la humillación de la raza humana, y nuestro deber era poner las bases para que algo así no se volviese a repetir.
Pero el ciclo ha llegado a su fin y hemos vuelto a la casilla de comienzo, como podemos ver cada día en nuestras pantallas. Putin invadió Ucrania rompiendo la ley de los arcos dorados. Una ley que defendía que dos países con McDonalds (su logo son los arcos dorados) no se atacarían. La paz de los mercados tenía su primera grieta. Trump teatraliza cada día con sus políticas, golpes autoritarios y arengas delirantes el final de la diplomacia y del respeto al que piensa o es diferente. Y Netanyahu ha perpetrado un genocidio a gran escala riéndose de los Derechos Humanos y de cualquier institución o ley supranacional.
De la lucha de clases a la lucha de civilizaciones
Curiosamente, he descubierto las claves del momento presente tras una lectura del aburridísimo Mein Kampf (Mi lucha) el libro que Adolf Hitler escribió en la cárcel. Simplificando de nuevo, podríamos decir que la lucha de clases que creó los estados del bienestar se ha ido transformando en la vieja lucha de civilizaciones, aparejada siempre a la conquista colonial (Hitler llamaba a esta política expansiva lebenstraum y la puso en el centro de sus preocupaciones, como Netanyahu) y la demonización y necesaria desaparición del otro (Aquí Hitler y Netanyahu vuelven a coincidir en la Solución Final).
En este momento, nuestra preocupación como sociedad ya no son los bancos que han multiplicado sus ganancias a costa de los pequeños ahorradores ni los empresarios que ganan billones que no podrán gastar en cien vidas ni aquellos que defraudan hacienda ni los fondos buitres que suben los precios del alquiler. Ya no pensamos en un mejor reparto social entre otras cosas porque los impuestos tienen cada día menos defensores. El desprecio de Milei a los imbéciles y débiles mentales o la eliminación de ayudas a las personas dependientes o necesitadas están muy en la onda de las ideas eugenésicas nazis que pedían reconocer el precepto aristocrático de la selección dentro de cada nación, garantizando así la máxima influencia de los más capacitados en sus respectivos pueblos (Mein Kampf dixit). ¿Por qué tienen los sanos que pagar a los enfermos, ese lastre de la comunidad? ¿Por qué los ricos deben alimentar a los pobres, esos vagos que no quieren emprender?
Darwinismo social, eugenesia y selección de los ciudadanos de una nación por el bien de la nación.
En este momento, los jóvenes ven normal que los youtubers se vayan a Andorra para pagar menos impuestos o que aquel que tiene un piso en herencia lo meta en Airbnb, a ser posible ilegal, porque la idea darwiniana de que cada cual aguante su vela es inherente al descrédito del Estado nivelador.
Descrédito en el que han colaborado activamente nuestros políticos, por supuesto, eso nadie lo niega.
El caso es que ahora mismo nuestra mirada está puesta, más que en los de arriba para conseguir justicia social, en los inmigrantes que vienen en patera, con una mano delante y otra detrás, pues acabarán por destruir la personalidad del Estado como nación. La teoría del gran reemplazo y la idea de la suma cero (o ellos o nosotros) nos mantienen ocupados y enfadados. Hitler lo llamaba lucha de razas y pensaba que no hay término medio: o ellos o nosotros. Creo que hoy día sería más moderno hablar de lucha de culturas, aunque no deje de ser racismo, pero, ¿qué vamos a hacer si la izquierda hace una política destinada a extirpar gradualmente a nuestra raza? (de nuevo cito al Führer) Pues, como pasó en Alemania hace un siglo, votar mano dura contra los malos una vez ya localizados, sean estos judíos, zurdos o menas.
La única solución es un movimiento destinado a enseñar el camino hacia la resurrección nacional, que dicen Trump, Abascal o Adolf, hombres de sentimientos nacionales y patrióticos convertidos en rebeldes, sublevados (…) contra un sistema de gobierno que acabará por destruir la personalidad del Estado como nación. Sea volver al EEUU donde vivían esos cowboys sin escrúpulos ni respeto por la ley que nos muestra Yellowstone o a la España imperial, con sus reyes, sus obispos, sus terratenientes, sus toros y sus esclavos panchitos de una pobre cultura inferior a la que educar.
Del mundo globalizado al mundo tribalizado
El segundo cambio de eje, muy relacionado con el primero, es que hemos pasado de un mundo globalizado a un mundo tribalizado. De tender puentes a levantar muros. De las leyes del libre comercio a la ley del más fuerte que amenaza y pone aranceles en, según el Mein Kampf, una contienda que debe ser más bien de ataque que de defensa, como bien saben Netanyahu o Putin. De los derechos humanos al derecho del macho espalda plateada a aparearse con la mona más sexi y golpear a los otros machos. Porque como dice Pérez Reverte en algunos artículos, parafraseando el susodicho libro, la Tierra no se ha hecho para las razas cobardes. O la idea de que las naciones caen derrotadas como consecuencia de su indolencia, cobardía y falta de carácter.
En la nueva concepción del mundo ya no hay amigos ni piedad para los más débiles. Para el Führer, la competencia pacífica entre naciones es absurda. Él la denomina embaucamiento mutuo. Tampoco tiene sentido la democracia basada en el beneplácito de la mayoría, suma de la muchedumbre que atenta al principio aristocrático fundamental de la naturaleza.
Jesucristo y Nelson Mandela han dejado de estar de moda. Ahora los que molan son los malotes: Nietzsche, Maquiavelo y Hermann Tertsch, justificando que el fuerte israelí genocide al débil palestino en prime time. Porque así es como nos ha enseñado Darwin que funcionan las cosas en el mundo animal, donde los malotes suelen ganar y, vaya, al parecer cada vez estamos más a gusto en el barro...
Ahora lo que mola es el feudalismo, con el señor feudal ruso atacando al señor feudal ucraniano para robarle un pedazo de tierra. O el colonialismo, con Estados Unidos haciendo una lista de los lugares que se quiere anexionar: Groenlandia, Canadá... Lo que mola es dividir el mundo en listos (egoístas sin empatía) y tontos (aquellos que no se aprovechan de los demás).
Como bien saben Abascal y sus colegas tribales, no existe sino una doctrina: nacionalidad y patria. Y hay que mostrar a las claras, con una pulserita o un brazalete, cuál es tu equipo-patria en esta contienda. Porque están los míos y están los enemigos. Maniqueísmo bueno, bonito y barato para mentes con pocas ganas de grises.
Y claro, como según el nuevo paradigma antiguo la vida es una lucha de civilizaciones, pues allá que nos vamos al lío contra las otras tribus.
A nadie sorprenderá por tanto ese nuevo culto a la masculinidad fuerte y al gimnasio, pues en esta vuelta a la ley del más fuerte el deber del Estado nacional es cultivar la eficiencia corporal. El cuerpo, como defendía el nazismo, debe estar en el centro, junto a la agresividad propia de los ganadores. Y esas ideas progres y feministas de la cooperación y la igualdad, propias de maricones, deben acabar de una vez por todas. ¿A alguien sorprende que la ultraderecha actual, como pasó con el nazismo, sea apoyada mayoritariamente por hombres y muchos de ellos jóvenes testosteronosos? ¿A alguien sorprende que en este clima beligerante las peleas y agresiones entre grupos de jóvenes y adolescentes sean cada vez más habituales?
Los Estados democráticos liberales nos dieron altas expectativas que no se han cumplido. Insultar a Perro Sanxe en redes nos libera un rato de la frustración pero no es suficiente. Para que nos sintamos bien alguien tiene que pagar el pato y morir en la cámara de gas o tiroteado por un dron, sean los judíos asesinados por los nazis o los palestinos asesinados por los israelís (en un giro loco de los acontecimientos).
O los moros, el gran enemigo de la ultraderecha patria. Porque cuando todos los moros se vayan, España volverá a ser un gran imperio donde nunca se pone el sol (en manos, eso sí, de los fondos buitres de cuatro multinacionales del norte de Europa y EEUU).
Hemos entrado nuevamente en una espiral de humillación como raza humana: votamos a seres agresivos y estrafalarios que nos confrontan, así como permitimos que se mate a bebés porque son bebés de los otros y los francotiradores son más rubitos y salen en Eurovisión. Si durante décadas primó la parte racional y cultural que nos hace humanos, nuestro instinto animal es el que ahora parece estar de moda, como si nos sintiésemos más orgullosos de nuestro pasado orangután que de nuestros muchos logros en el camino hacia la paz y la convivencia. Y lo peor es que hoy estamos bien informados y todo queda grabado. Piensa bien qué defiendes porque en unos años, cuando sea tarde, no podrás salir, como esas abuelitas de la Alemania nazi, a lloriquear diciendo que no te estabas enterando de nada de lo que pasaba.
Hoy todos sabemos lo que está pasando. Algo muy similar, inquietantemente similar, a lo que ya pasó hace un siglo. Si apoyas a los que alientan el conflicto y perpetran las barbaridades, la infamia también es tuya.