Antes muero que pensar que las muñecas de Famosa no van a ir, a paso cortito y cantando villancicos, al portal de Belén…

Pero no sabemos si irán. Este año están en duda. La fábrica se tambalea, la empresa ha entrado en un posible concurso de acreedores, y aquellas figuras que durante décadas caminaron hacia el pesebre en nuestras televisiones, con más voluntad que elegancia, se pueden quedar fuera.

Podríamos tomarlo como una simple noticia económica, una anécdota con olor a naftalina. Pero hay algo más ... Porque lo de las muñecas tiene algo de símbolo. Y, en el fondo, da que pensar.

Porque no son solo ellas las que parecen que puedan quedarse fuera del Belén.

En estos tiempos tan originales, tan llenos de creatividad para casi todo, también la Navidad se va reinventando. Lo de siempre ya no parece suficiente. Ahora hay conciertos multitudinarios donde jóvenes con camisetas de mensajes bíblico cantan, saltan y aplauden. También hay una nueva hornada de personajes —los llamados “influencers católicos”— que se preparan para estas fechas con algo más que recogimiento: listas de colaboraciones, regalos, productos que promocionar, frases bien elegidas que suenan a fe y a campaña publicitaria a partes iguales.

Hablan de fe, pero también esperan “presentes físicos”. Y los reciben. A veces, a cambio de una publicación. Otras, simplemente porque suponen que su visibilidad es ya una forma de apostolado. O de escaparate, según se mire.

Todo esto puede parecer anecdótico. Incluso simpático. Pero deja una sensación extraña: la de que la fe se ha vuelto presentable, vendible, decorativa. Que la Navidad, en vez de misterio, se ha convertido en oportunidad o quizá siempre lo ha sido…

Y mientras tanto, el portal sigue allí. Con lo de siempre, eternamente lo de siempre: el niño Jesús en el pesebre, la Virgen María, San José, la mula y el buey, algún pastor... Sin focos, sin música de fondo, sin patrocinadores.

Pero las muñecas de famosa parece que igual ya no se dirigen al portal…