Demasiados son los que siempre han deseado complicar la vida a los demás, demasiados. La bondad humana parece que nos ha abandonado. No existe espacio alguno hacia aquellos que no consienten ser metal frío y saborear un fingimiento atroz que abomina a toda persona que desee ser consecuente con sus ideales. Tratan sibilinamente de asfixiarte para que sigas sus cánones. Tal falsedad podría equipararse a confundir un bello valle a una gran pista de césped artificial. Siguen faltando humanos que, como al estilo templario, templen sus espadas y desaparezca con el fuego aquellas sustancias maliciosas.
Soñamos con sociedades plurales, conexión de culturas distintas, pero, al final, los unos quieren gobernar, maniatar y exprimir los malos anhelos que les dictan sus noches cerradas. Si nuestro “yo” está demasiado esbelto, hasta es posible que anden en torno a terrenos pantanosos y mal olientes. Lo de cantar a la eternidad, el deseo de ser recordados y el que las trompetas anuncien una ansiada y próspera convivencia nos vuelve a recordar que andamos muy lejos de conquistar la estrella tan ansiada que brillará por estos días. Frente a ello, nos hace languidecer, inquietarnos y hasta echar alguna lágrima que otra. Necesitamos una auténtica “revolución interior del ser humano”.
Por otro lado, es muy posible que familias que trabajan de sol a sol, sus hijos, su bien más preciado, busquen el calor de hogar en muchas esquinas enquistadas de sumideros putrefactos. A la sazón, hasta es posible que no se solidifique todo lo bueno que puede donar un buen amor familiar, convirtiendo a ese hijo en “medio huérfano”, embebido por el centro nuclear de un buen huracán callejero y sin cobijo. Me pregunto cuál será el espíritu navideño por el que suspiran estos presumibles bereberes.
Jorge Freire, filósofo, articulista y escritor español, comentaría al respecto que” tener el refugio del hogar, de la familia, de esas cosas que algunos soplagaitas tachan de -liberales- porque no se eligen, porque no son producto de las decisiones racionales y libérrimas de un sujeto autónomo y decisionista y no sé qué más sandeces” nos viene abriendo los ojos ante este preludio de pobreza mental.
Entrando a Navidad nos podemos cuestionar si a estas alturas tenemos cerca de nosotros amigos, colegas, familiares, que siguen con heridas mal curadas. Es posible que, a nuestro alrededor, bastantes, anden sufriendo un mal de amores, cierta falta de solidaridad y acercamiento, una sonrisa, un perder el tiempo para “que el otro gane”.
La generación de “el momento es ahora” tiene prisa por llevar a la práctica su idea de progreso"
En estos días tan alegres a los que llegamos, donde tendremos ciertos puntos que reconsiderar, lo mismo encontramos un tiempo para medio pensar y sacar algo concreto que en cierta manera ganemos todos. La intolerancia al que no piensa como yo, a esos que poseen cierto parecido a “témpanos de hielo”, hacerles ver que todos necesitamos de todos.
Aun cuando algunos temas tradicionales no hemos de olvidarlos, el hoy, el siglo XXI, nos lleva a mirar la vida desde otra perspectiva. La diversidad ciudadana en la que galopamos nos sitúa en los mundos de la diversidad, de la esperanza, y del no querer ser una fotocopia de los demás. La generación de “el momento es ahora” tiene prisa por llevar a la práctica su idea de progreso y, muestra cierto agradecimiento desde su riqueza interna, por los avances logrados de sus mayores, aunque ellos, los jóvenes, no tienen culpa de haber nacido a la entrada de una nueva época que conlleva algún que otro “tira y afloja”. Frente a tal galimatías no debemos perder la aventura de cruzar un océano por encontrar aquello que deseamos.
En relación, a un fenómeno con visible tirón en nuestra sociedad, resulta útil preguntarse dónde está su atractivo; a qué necesidades humanas responde; qué sed, qué aspiraciones se trata de saciar. Esta actitud abierta dispone ante estos nuevos retos, nuevos cambios y, mejor que el lamento, nos podamos permitir descubrir cuál puede ser la aportación de cada cual a ese progreso de saber gestionar un vuelco de nuestros mejores dones hacia la especie humana, la que puede significar un cambio en nosotros, un olvidarnos de nuestros posibles delirios, un apartarnos de nuestra falta de cintura. Frente a ello podríamos presagiar algún pesar interior, desgarre del “yo”, donde ante cierto sufrimiento, no lo duden, brillará en cualquier esquina tu apuesta por el cambio.
Apostando por el otro, sea quien sea, siempre ganamos.
¡FELICES NAVIDADES!