Opinión

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Nada que celebrar

Publicado: 20/11/2025 ·06:00
Actualizado: 20/11/2025 · 12:54
  • Carlos Arias Navarro anuncia la muerte de Franco.
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Siempre al día de las últimas noticias

Sé que es un manido lugar común eso de preguntar dónde se encontraba uno en determinado momento histórico. Y, en verdad, el 20 de noviembre de 1975 es un día para recordar de la historia de España. Aquel día se extinguía la vida del general que venía gobernando el país desde el final de la guerra civil, en abril de 1939. Aunque podría decirse que su gobierno se inició unos años antes, cuando la junta militar que dirigió la sublevación contra la Segunda República –la Junta de Defensa Nacional– le nombró “Jefe del Gobierno del Estado español”, en septiembre de 1936, aunque él se autoproclamaría ya en aquel momento como Jefe del Estado. Es decir, treinta y nueve años al frente del gobierno de España, si bien sólo de una parte de ella mientras duró la guerra civil.

Lo recuerdo muy bien, porque aquella mañana, mi reloj despertador, que tenía siempre sintonizado con Radio Nacional de España, en vez de despertarme con las noticias del día –en aquel momento, la primera era siempre, de manera reiterativa, el parte médico sobre la salud del dictador, que estaba hospitalizado–, lo que sonó era música clásica. No se necesitaban las palabras: Franco había muerto. Y es que, para las personas de mi generación –lamentablemente– la música clásica se asociaba con algo luctuoso. Era lo único se podía oír en la radio durante Semana Santa: sólo música clásica. Y en 1975, la semana santa había sido ya en el mes de marzo.

Paradójicamente, escuchar aquella música clásica en la radio, temprano por la mañana, me produjo una inmensa sensación de liberación y de alegría. Efectivamente, pretendía anunciar algo luctuoso –y la muerte siempre lo es, aunque fuese la del dictador– y, sin embargo, como digo, me produjo a mí y a miles de ciudadanos españoles una enorme alegría y la necesidad de celebrarlo inmediatamente con todos nuestros amigos y, sobre todo, con todos aquellos con quienes compartíamos la lucha contra la dictadura en el campus universitario. Y es que hay que tener en cuenta que vivíamos en aquel momento una etapa verdaderamente oscura y opresiva.

Todo parecía ir mal desde el inicio del año, y la situación se alargaba como si no tuviese fin. 1975 se había iniciado con el asesinato en Bilbao, el 20 de enero, de un militante del PCE que simplemente distribuía en la calle propaganda del partido; en julio, fueron detenidos nueve oficiales del ejército, de la Unión Militar Democrática (UMD), que pretendían promover un movimiento democrático en las fuerzas armadas, similar al que se había producido en Portugal; el 27 de septiembre fueron fusilados dos miembros de ETA y tres del Frente Revolucionario Antifascista y Patriota (FRAP); el 1 de octubre, el GRAPO asesinaba a cuatro policías en Madrid, y el día 6 ETA asesinaba a tres guardias civiles. Y, por si los males internos no fuesen suficientes, el 6 de noviembre se producía la Marcha Verde y la ominosa entrega a Marruecos del Sahara español. La muerte de Franco, pues, parecía venir a poner fin a todo aquello; no tanto a la dictadura en sí misma –todos contábamos ya entonces con su pronta desaparición–, como a aquel lento proceso de decadencia, degradación y peligroso desgobierno.

Así, tras los primeros momentos de contento, nos abordó la preocupación y hasta el miedo. Franco había muerto, pero no su dictadura, y el aparato represor del Estado seguía en ejercicio y era esperable cualquier tipo de reacción violenta. Y es que, con los grupos terroristas del momento plenamente activos –ETA, Grapo, FRAP, etc.–, era previsible que se acentuase la dinámica acción-represión propia del momento.

Y así fue. La dictadura continuó casi dos años más, hasta la entrada en vigor de la Ley para la Reforma Política, en enero de 1977; y, desde luego, hasta la celebración de las elecciones generales de junio de 1977 y la formación del segundo Gobierno de Adolfo Suárez, en julio de aquel año. Y durante ese tiempo, los atentados terroristas continuaron –principalmente los de ETA– y la acción violenta y represiva del Régimen también.

Es decir, en contra de lo que ha dicho –y pretende celebrar– el presidente del Gobierno, 1975 no es el año de la democracia; ni siquiera del inicio remoto de la misma. Quizá el Presidente piense que es posible que ya no esté en el gobierno en junio de 2027, cuando se celebre el cincuenta aniversario de las elecciones generales de 1977 y ya no pueda celebrar ese importante acontecimiento. Pues, efectivamente, los cimientos del actual sistema democrático comenzaron a establecerse sólo con el referéndum sobre la Ley para la Reforma Política y su entrada en vigor, en diciembre de 1976. Y, desde luego, con la celebración de las elecciones del 15 de junio de 1977, que son precisamente el resultado de las previsiones jurídicas de aquella Ley para la Reforma Política. Esa sí es verdaderamente una fecha que deberemos celebrar por todo lo alto en su momento: España volvía a votar de manera libre 41 años después, tras las elecciones de 1936 y el fin de la Segunda República.

Pues no, no hay nada que celebrar ni conmemorar en 2025. Quizá sí recordar que aquel año de 1975 murió en un hospital de Madrid un anciano dictador que llegó al gobierno tras un fracasado golpe de Estado que provocó una cruenta guerra civil de tres largos años de duración. Lo que debemos recordar no es, por tanto, su muerte, sino las dramáticas consecuencias a las que puede llevar el fanatismo y la radical polarización política que acabaron con la Segunda República.

Sí, celebremos la vida que se inicia en junio de 1977, y no la muerte que se produjo en noviembre de 1975.

Antonio Bar Cendón. Catedrático de Derecho Constitucional (P.E.). Catedrático Jean Monnet 'ad personam'. Universidad de Valencia

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