VALENCIA. "Me piden que escriba una novela sobre Banco de Valencia, pero es un tema demasiado serio". La frase la dijo el escritor Ferran Torrent, el primero de los accionistas que este jueves intervino en esa suerte de junta de accionistas-funeral de la centenaria entidad financiera que se ofició en el Palacio de Congresos de Valencia. El autor de No emprenyeu el comisari, esgrimió con tono grave la razón por la que no escribirá sobre la crisis del que fue banco de los burgueses valencianos. Su estilo litarario, no exento de sorna sobre la que sustenta la crítica, no encaja en una historia dramática.
Torrent, sin embargo, no debería abandonar tan rápido esa idea. Hace unos años escribió una lúcida novela en la que se acercaba a aquella Valencia que, ladrillo y palco de Mestalla de por medio, tonteaba con una corrupción permanente y sin escrúpulos que, con el paso del tiempo, se convirtió en un modo de vida. Aquella Societat limitada evolucionó hacia una ambición ilimitada de políticos y empresarios en comandita que dejaron a la Comunitat Valenciana convertida en un solar con restos de confeti. Un "desastre", como dijo el presidente de Banco Sabadell hace unos días para referirse a la CAM.
Y tal vez es propuesta abortada prematuramente por el de Sedaví podría convertirse en una obra necesaria para el futuro. Porque si bien la realidad está superando a la ficción escrita sobre la historia reciente de la Comunitat Valenciana -qué real aunque en algún momento inocente se nos hace hoy en día Crematorio, la novela de Rafael Chirbés- es posible que esa nonata novela de Torrent esté llamada a ser el único testimonio escrito, más allá de las crónicas periodísticas, de cómo hirieron de muerte al Banco de Valencia y de cómo le dejaron morir.
Y es que si alguna cosa quedó meridianamente clara en la junta de accionistas de la histórica entidad financiera valenciana fue la impotencia, la resignación, cuando no el silencio, de todos aquellos que tuvieron en sus manos evitar el crimen. De entre la treintena de intervenciones que se produjeron en la junta, solo unos pocos levantaron la voz en defensa de lo que en su día fue la joya de la corona del sistema financiero valenciano. Pero no fueron los accionistas históricos, esa burguesía que presumió de banco y que ahora deambula entre temerosa de sufrir, querella mediante, las consecuencias de sus acciones o omisiones.
Fueron unos pequeños accionistas que nunca se sentaron en los consejos los que, en un día llamado a pasar a la historia, quisieron dejar testimonio, más con corazón que con la cabeza, de un malestar que va más allá de los ahorros perdidos en acciones acumuladas con los años y que ahora no valen nada. De los apellidos ilustres no hubo noticia, pese a que también asistían al funeral. Sus voces, otrora referencia, fueron sustituidas por las de ese colectivo de abogados que se han instalado en el entorno de los bancos para presentar demanda tras demanda y que uno no sabe si representan a los afectados en nombre de quienes aseguran hablar a los de sus propios bufetes y minutas.
Una ceremonia de la confusión, en resumen, que no esconde la incapacidad -¿sentimiento de culpa?- de la masa social de Banco de Valencia para haber frenado el que se intuye saqueo de la entidad. Porque a uno, que lleva ya algunas juntas a sus espaldas, le vienen a la memoria aquellas matinales de sábado en el Palau de la Música, en las que los accionistas aplaudían los generosos dividendos que se aprobaban a propuesta de un celebrado consejo.
Y al silencio de entonces, se ha unido el de ahora. El más doloroso, el del los que este jueves velaban un Banco de Valencia de cuerpo presente. O el de los políticos que, una vez más, y van tres, se han limitado a mensajes vagos y demagógicos ante la desparición de las entidades financieras valencianas.
Antes de que acabe el verano, Banco de Valencia desaparecerá. Lo hará en siencio, absorbido por CaixaBank, que ofrecerá un puñado de sus acciones a los accionistas que se arrastran en el capital de la centenaria entidad. Conscientes de que ya nada se puede cambiar, la mayoría mira a Barcelona esperando un último guiño con la ecuación de canje. Vencidos y resignados. Y a partir de ahí, nadie hablará del Banco de Valencia. A muchos, como dijo el administrador provisional del banco, José Antonio Iturriaga, nos duele Valencia.