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OPINIÓN / 'PASABA POR AQUÌ'

#OpiniónVP '¡Ay, J. M. K., cuánto te echamos de menos!', por Andrés García Reche

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VALENCIA. Hay ciertos momentos en la historia de los pueblos en los que cunde la desmoralización por doquier en todas las capas sociales, y en los que el futuro se percibe como especialmente incierto. Es lo que ocurre en épocas de crisis económicas profundas o de cambios tecnológicos y sociales de gran calado, como ésta que vivimos desde hace unos cuantos años, una vez constatado por la mayoría de la población que la enormidad del golpe recibido dejará heridas profundas imposibles de curar a corto plazo.

Pero las causas de esa desmoralización generalizada no están únicamente en la crisis económica y en la desvergüenza de los dirigentes del sistema financiero global que la causaron, buscando desesperadamente el enriquecimiento a corto plazo, a costa de lo que sea, y olvidando, una vez más, que el capitalismo miope, cortoplacista y depredador es el principal enemigo de sí mismo.

Cuando, en plena Gran Depresión de los 30, la economía ortodoxa arremetía contra J. M. Keynes porque abogaba por un papel más activo del Estado en la economía, utilizando el gasto público como sustituto coyuntural de la demanda privada hasta que la tormenta hubiera pasado, sus principales portavoces le tachaban de socialista, cuando no directamente de aliado de los bolcheviques.

Hoy, con la perspectiva que dan los años, todos sabemos que el keynesianismo, matizado o sin matizar, fue quien salvó al capitalismo de su muerte inminente, propiciando la era de crecimiento más larga, robusta y equilibrada que se recuerda. Sólo la brusca subida del precio del barril de petróleo en 1973, con el consiguiente aumento de los costes de producción en las empresas, pudo detenerlo.

Durante más de 20 años de crecimiento ininterrumpido, los sucesivos gobiernos de los países industrializados se hicieron, de un modo u otro, keynesianos, desoyendo las proclamas apocalípticas de los economistas clásicos que vaticinaban, un día sí, y otro, también, la llegada del desastre. Nunca el capitalismo fue tan fuerte como cuando fue dirigido por las ideas "bolcheviques" de Keynes. Y nunca la población legitimó tanto un sistema económico que daba muestras de superioridad económica, tecnológica y social, frente a un modelo como el soviético que se percibía estancado e ineficiente. Por eso, y no por otras razones, cayó el Muro de Berlín en el 89.

Pues bien, salvando las enormes diferencias que esta crisis guarda con aquella (fundamentalmente a causa de la globalización, y también del elevado volumen acumulado de endeudamiento privado y público que existe) el problema es que ahora, particularmente en Europa, no ha habido una respuesta, y por tanto un liderazgo político y económico equivalente al de entonces, capaz de inocular dosis crecientes de moral en una población que asiste inerme a la pérdida acelerada de su nivel de vida, sin que ellos hayan tenido la más mínima responsabilidad en ello.

La UE tenía, y tiene, mecanismos suficientes para que esto no hubiera ocurrido, pero, en ausencia de un nuevo Keynes a quién la mayoría de los dirigentes políticos hicieran caso, y con una socialdemocracia europea a la deriva, los intereses financieros y, de nuevo, el corto plazo, se ha impuesto, en detrimento de una regulación efectiva de los mercados financieros y de soluciones genuinas a los verdaderos males estructurales del capitalismo actual. El pensamiento único ha sustituido, otra vez, a la sensatez. Y aquí estamos.

Eso sí, la suerte que ha tenido esta pandilla de políticos mediocres que hoy dirigen la Unión Europea, es que ya no hay muros soviéticos que derribar, lo que, en cierto modo, les garantiza que aún sigan en sus puestos. Sin embargo, lo que ellos no parecen haber entendido, es que cuando la población empieza a darse cuenta de que los costes de la crisis se reparten muy desigualmente, que la corrupción se extiende por mercados e instituciones, y que las esperanzas de retomar la senda del crecimiento deja de percibirse en el horizonte, entonces pueden acabar retirando la legitimidad (ya lo están haciendo) a un sistema político y económico, al que consideran incapaz de garantizarle un modo de vida digno.

Y entonces pueden surgir otros muros, esta vez, en el interior mismo de la sociedad, mucho más difíciles de derribar, y para los que los "guardianes de la noche" de este nuevo capitalismo anticuado, sin reglas ni vergüenza, no dispongan de defensa efectiva alguna.

Pues nada, continuad así, que, con un poco de suerte, el cambio climático que se avecina, acabará de golpe con todos nuestros problemas y nos ahorrará esa patética ceremonia de los estrés test a los bancos que se repite cada año y que ya nadie se cree, excepto Rajoy.

En fin, Valencia Plaza, que aquí, un amigo.

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