Opinión

OPINIÓN

#OpiniónVP 'IVAM: 10 años tirados a la basura', por Carlos Aimeur

Suscríbe al canal de whatsapp

Suscríbete al canal de Whatsapp

Siempre al día de las últimas noticias

Suscríbe nuestro newsletter

Suscríbete nuestro newsletter

Siempre al día de las últimas noticias

VALENCIA. La irresponsabilidad manifiesta de los dirigentes del PP durante la última década es digna de que sienten en los tribunales a más de uno. Nadie, ahora, quiere asumir el desaguisado que ha supuesto la década de Consuelo Císcar al frente del IVAM pero, o todos sabían perfectamente lo que estaba pasando y han callado por lealtad ciega, con lo cual son cómplices, o son unos incapaces que no pueden gestionar nada. El constante desprestigio en el que cayó el museo durante este último periodo, las cada vez más ridículas cifras de visitantes, manipuladas, hinchadas, jaleadas por el propio Consell en una actitud que habría que calificar de obtusa siendo generosos, y el descontrol económico que hace que a día de hoy nadie pueda saber cuánto se debe y por qué, unido a la endogamia degenerativa de los partidos políticos, y muy especialmente del PP valenciano, más obsesionados en defender a los suyos que en defender la coherencia y el sentido común, han hecho que el IVAM haya sido el hazmerreír de la museística española y los valencianos considerados como unos analfabetos funcionales por sostener, mantener y financiar semejante espantajo que sólo ha servido para acoger fiestas nocturnas con gente guapa.

El problema es de raíz. Para el PP la cultura ha sido el aditamento, algo accesorio o, como me dijo en su día un destacado personaje, el postre que alegra la vida. En lugar de entenderla como parte indispensable del enriquecimiento personal de cada ciudadano, como elemento esencial de la calidad de vida, como parte de la formación y educación de la ciudadanía, se ha interpretado como un mero esparcimiento, un entretenimiento menor, a la altura de asistir a una competición deportiva, dar un paseo por un parque o bañarse en la playa. En aras de un supuesto interés social verdadero, los representantes políticos populares han hecho de la cultura en general y del arte plástico en particular una curiosidad para cuatro raros, con un desprecio que ha quedado de manifiesto ahora que vienen mal dadas, cuando sólo se ha reservado financiación para los entretenimientos más elementales, zafios y vulgares. 

El mejor ejemplo de esa actitud sería sin duda el presidente de la Diputación de Valencia, Alfonso Rus, a la sazón amigo personal del ex conseller condenado por apropiación indebida Rafael Blasco, marido de Císcar, con quien el aspirante a presidente del Valencia C. F. ha mantenido reuniones en el palacio de la Diputación de Valencia después del juicio por el cual el de Alzira fue condenado. Que un presidente de una institución como la corporación reciba en su despacho a un hombre sobre el que pende una más que posible encarcelación, en una reunión que se celebró para disertar sobre no se sabe qué, habla de la altura moral de quienes nos gobiernan. Así, de entrada, sin entrar en más detalles ni especulaciones. Si es tu amigo lo recibes en tu casa, no en el despacho oficial que está, como bien claro dice el adjetivo, para asuntos oficiales.

De la valoración social de Blasco basta con ver la reacción popular. El ex conseller ha sufrido el desprecio popular en sus propias carnes día tras día. Sin ir más lejos, el miércoles de la semana pasada, cuando se subió en el AVE a Madrid de las once de la mañana, uno de los menos concurridos, tuvo que escuchar el rumor, la escandalera y los murmullos de desaprobación que provocaba su presencia entre unos pasajeros que se sentían incómodos con sólo verle andar por el pasillo. Él, que todo lo fue, ahora no es nadie. Sic transit gloria mundi.

Otro tanto le pasó a su esposa, la todavía miembro del Consell Valencià de Cultura por obra y gracia del presidente Alberto Fabra, la que fuera directora del IVAM, quien sintió el desprecio y desapego de todos los que asistían hace tres semanas a la inauguración de la exposición del artista valenciano Sebastià Miralles en el Centre del Carme. Tal y como entró Císcar se abrió un largo pasillo y los asistentes ni la saludaron ni le dirigieron la palabra. Fue un vacío en toda regla. El propio artista la esquivó. Ninguno de los allí presentes le debía nada. A ninguno le había realizado un catálogo. A ninguno le caía bien. Es más, ella los había despreciado de continuo. Entraba a la exposición como una persona más; incluso podría decirse que como una enemiga. Y ella, acostumbrada a ser el centro de atención, tras ser educadamente saludada por Felipe Garín, tuvo que irse tal y como había ido, sola. ¿De qué iba a hablar con los presentes? ¿De Moschino?

Este miércoles, escuchando a José Miguel G. Cortés, oyéndole, no podía dejar de pensar en la década que hemos perdido, en los diez años tirados literalmente a la basura, en los que el IVAM ha sido poco menos que un sumidero por donde se han ido millones de euros del erario sin destino concreto, en una gestión llena de sombras que espero que se aclaren en los próximos meses, caiga quien caiga.

Como es lógico, en primer término la responsabilidad de todo lo que ha sucedido recae directamente sobre quien ha dirigido el instituto. Los pagos por obra de artistas muertos, léase los 2,3 millones de euros que se sufragaron por siete esculturas de Gerardo Rueda, las adquisiciones de fotografías al presunto delincuente Gao Ping al doble de su valor real, las contrataciones con artistas residentes en las islas Caimán, así como aspectos estrambóticos de su dirección como organizarle una exposición a Tono Sanmartín, el peluquero del poder, han hecho que estos diez años hayan sido un suplicio en lo moral, estético y científico, una auténtica tragedia para algunos y un constante motivo de indignación para otros. Si Císcar ha caído en un descrédito absoluto, si nadie la llama, si nadie le atiende, es en gran parte por su propia culpa. Ella nunca escuchó. Nunca quiso atender. Sólo a quien le reía las gracias. Su gestión estuvo marcada por el capricho. Desastrosa y poco profesional, ha arrastrado a todos cuanto la rodearon, independientemente de su valía personal.

Pero los culpables últimos de esta situación han sido los representantes políticos que auparon y luego mantuvieron a Císcar en esa jaula de oro que fue el IVAM, el sitio que ella pidió cuando el entonces conseller Esteban González Pons, ahora eurodiputado, le dijo a Camps que no podía más con ella en la Conselleria, que su gestión de la Secretaría Autonómica de Cultura era un desastre y que les estaba endeudando de una manera insostenible. González Pons fue cobarde, Camps también, y ellos fueron los primeros responsables y cómplices de un desastre que, no hay que olvidarlo, se inició de la mano del ínclito Eduardo Zaplana, el primero en dar a la ambiciosa y escasamente cultivada Císcar responsabilidades para las que ni estaba preparada ni había tenido la formación necesaria para afrontar. Porque todos los males vienen de Zaplana. Él es la raíz de todo este PP enfermo, este monstruo informe, este gigante con pies de barro que ha caído ahora como un peso muerto. Él lo creó, lo modeló y le dio vida. El doctor Frankenstein es él.

Lo que ha pasado con el IVAM, en el fondo, no es muy diferente de lo que ha sucedido con Feria Valencia. Forma parte todo de un mismo paquete, de una forma de ver la vida y la política. Ha sido toda una dinámica de partido basada en el ordeno y mando, la sumisión al alto cargo, la obediencia ciega y leal, el silencio, el ‘tú no sabes pero si yo te contara', el ‘la Generalitat somos todos' con el que se amenazaba a todo aquel que mostrara la menor disidencia o denunciara cualquier abuso, la que ha permitido que personajes como Císcar hayan detentado cuotas de poder y hayan regido con inusitada torpeza, malos modos y en ocasiones soberbia, dineros públicos, dineros de todos los ciudadanos.

Oyendo a G. Cortés con su discurso moderado, lógico, percibiendo sus maneras y previendo el futuro, resultaba inevitable sentir rabia, frustración y cólera por estos años desperdiciados. Han sido más de diez, infernales, grotescos, donde la sensatez era inusual y la mediocridad y la chabacanería, lo habitual. Estábamos tan acostumbrados a la ordinariez que creíamos que la vulgaridad era ineludible. La habíamos aceptado.

Pero no sólo eso. Han sido también años llenos de oscurantismos, de cifras nunca claras, de dudas más que razonables, de preguntas sin respuestas. Han sido diez años en el IVAM, pero también podríamos hablar de su larguísima etapa en la Conselleria de Cultura, donde el dispendio innecesario y las apuestas ridículas se sucedían sin solución de continuidad, con un uso del dinero público que bordeaba la indecencia. Han sido 20 años en las instituciones, en RTVV... Ha sido toda una forma de hacer política la que nos ha llevado hasta aquí.

Todo ello no habría sido posible si no fuera por ese modus operandi del partido en el gobierno, una formación política ensimismada, neurótica y paranoica para la cual todo aquel que critica es enemigo, es antagonista, opuesto, y desea todo lo contrario que ellos. Con que alegría, con que ligereza acusan los populares a la oposición de venderse a poderosas fuerzas enemigas que nos quieren anexionar (ay, el catalanismo, qué invencible enemigo), con que estulticia han criticado a todo aquel que les reprocha cualquier cosa y lo han justificado en que esa persona desea hundir a la Comunidad Valenciana. Estólidos, han ido quemando nombres, personas, incluso de su propio partido, hasta que al final, ya en la ruina, han comenzado por fin a actuar con lógica. Llegan tarde.

La única realidad es la que dan los hechos. Del mismo modo que ahora languidece de manera vergonzosa el San Pío V, que sufre toda clase de males, desde filtraciones de agua cada vez que llueve hasta grietas, del mismo modo que con alegre indecencia y cinismo aún tienen la desvergüenza de negar la mayor y calificar a las grietas de fisuras provocadas por el paso del tiempo, los representantes del PP han permitido que durante una década Consuelo Císcar tirara por el inodoro todo lo que había supuesto el IVAM para la ciudadanía con su gestión manirrota e incapaz. Y no ha sido el único caso. Ni tampoco el más grave.

Que ahora celebren como un acierto lo lógico, lo correcto, que ha sido realizar un concurso y elegir a un buen profesional como es G. Cortés, demuestra hasta que punto la perversión ha tocado techo. Hacer lo correcto era su obligación antes, mucho antes, al principio. En los últimos diez años no lo han hecho. Y esos años eran nuestros, de los ciudadanos. No sólo han malgastado el dinero público; han malgastado sobre todo años de nuestra vida que ya no volverán. Y eso es imperdonable.

Recibe toda la actualidad
Valencia Plaza

Recibe toda la actualidad de Valencia Plaza en tu correo

#OpiniónVP 'Corrupción: ¿Es real la realidad?', por Carlos Díaz Güell
#OpiniónVp '¡Es el conocimiento, estúpidos!', por Andrés García Reche