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#OpiniónVP Podemos e IU: basta ya de tanto 'Juego de Tronos', por Guillermo López

  • Ignacio Garzón (IU) y Pablo Iglesias (Podermos), el pasado miércoles (FOTO: EFE).
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VALENCIA. Hace una semana, Pablo Iglesias comenzó una campaña itinerante por España, la Ruta del Cambio (y, para ser más precisos, por las ciudades en las que las candidaturas de confluencia apoyadas por Podemos habían conseguido la alcaldía), preludio del martilleo político inacabable, previo a las Elecciones Generales, que nos espera después del verano. Una campaña cuyo objetivo principal, propugnado por el propio Iglesias, es mostrar de nuevo la "sonrisa del cambio", el optimismo, por contraste con unos últimos meses en los que a los dirigentes de Podemos, indicaba Iglesias, se les veía demasiado crispados, demasiado serios, siempre con el ceño fruncido.

La sonrisa ha durado una semana: lo que ha tardado Pablo Iglesias en dejar muy claro que Podemos no concurrirá con IU en las Generales, bajo fórmulas de ningún tipo. Algo que, evidentemente, Iglesias y Podemos tienen perfecto derecho a rechazar. El problema no es el fondo, sino las formas: las explosivas declaraciones que ha hecho Iglesias para alejar cualquier posibilidad de pacto con IU, y además poco después de reunirse con Alberto Garzón para decirle exactamente eso.

Porque, si nos atenemos a los hechos, a los antecedentes, y a la estrategia política, la verdad es que concurren muchos factores que apoyan esta decisión de Podemos. Es cierto que las candidaturas de confluencia en las grandes capitales han conseguido, en general, mejores resultados que Podemos en las Autonómicas; pero también es verdad que esto ha sucedido, sobre todo, en Madrid, merced al tirón de Manuela Carmena y su capacidad para captar a votantes de otras generaciones, y otra filiación ideológica, que en principio no votarían por Podemos. En otras ciudades, como por ejemplo Valencia, la candidatura de confluencia en las Municipales consiguió menos sufragios (unos 40.000) que Podemos en las Autonómicas (50.000).

Lo que, en cambio, está clarísimo es que IU difícilmente va a sobrevivir si no se diluye en candidaturas de confluencia: no entró en el Ayuntamiento de Valencia ni en el de Madrid (donde concurría por separado), mientras que es partícipe del éxito electoral donde sí que decidió hacerlo (Barcelona y Zaragoza son los principales ejemplos). Así que el interés de IU por la confluencia es evidente: permite participar del éxito y enmascarar el fracaso que ha cosechado la coalición en las recientes elecciones (donde tampoco ha logrado entrar en los parlamentos autonómicos de Madrid y la Comunidad Valenciana), y que quizás se reproduzca en las Generales, frisando un resultado tan horroroso como el que tuvo IU en 2008: dos escaños, uno de ellos en Madrid y el otro en Barcelona, este último perteneciente a Iniciativa per Catalunya.

Es poco lo que gana Podemos con IU, si ello implica diluir su marca electoral en una coalición o un proceso de confluencia ciudadana. También es posible que en Podemos no quieran izquierdizar demasiado explícitamente su propuesta electoral, en un momento en el que todos los partidos están disputándose el centro político como si todos los votantes estuvieran allí (a pesar de que, como es evidente, no todos están allí, y sobre todo no todos ellos votarían a cualquier partido indistintamente). Y, sin duda, quizás subyace también el rencor, la inquina acumulada en Podemos, y singularmente en Iglesias, por Izquierda Unida y la "vieja guardia" del PCE. No olvidemos que Podemos nace, en primera instancia, como una vía para forzar las primarias abiertas en IU para las Elecciones Europeas. Posteriormente, han tenido que adaptarse a una situación muy distinta, en la que el rival ya no es IU, sino el PSOE.

Por último, las críticas de Iglesias al sectarismo y el afán minoritario de la izquierda "clásica" radicada en Izquierda Unida tampoco carecen de sentido. Bien al contrario, es cierto que dicha actitud, esa obsesión por explicar a los demás cómo tendrían que hacer las cosas, por expedir certificados de buena conducta izquierdista, mientras uno se recluye cómodamente en espacios políticos y sociales cada vez menores, es muy propia de un sector de la izquierda española. Una actitud que a menudo se disfraza de pureza (o puritanismo), pero que a veces esconde mera cobardía o vagancia, o sencillamente el interés por preservar las canonjías que siguen al alcance del izquierdismo "puro".

Todo esto tal vez sea cierto. Pero, por mucho que el fondo de la decisión de Iglesias pueda estar justificado, o sea fácilmente defendible, las formas son totalmente impresentables. Por el tono, por la dureza, y por el sainete de reunirse con Alberto Garzón para remedar casi una relación sentimental, en donde Iglesias se ha mantenido incólume ante los desesperados cantos de amor político que le ha dedicado Garzón. Y, además, constituyen una equivocación. Iglesias solivianta a unos votantes que quizás estaban tentados de pasarse a Podemos, o de abstenerse, y con ello debilitarían a IU. Si el objetivo de Iglesias es acabar con IU y el PCE, como vía para quedarse con sus votos, la estrategia es un error clamoroso.

Se une, además, a una semana en la que Iglesias ha prodigado gestos insólitos, como enviar selfies desde un ascensor o hacer una imitación de Pimpinela, que sin duda tienen el propósito de comunicar cercanía y naturalidad al electorado, pero que han de medirse con cuidado si se busca, precisamente, conseguir transversalidad y acceso a la "centralidad del tablero". Porque el abuso de la política de gestos e imagen puede provocar, a la larga, que muchos votantes dejen de tomárselo en serio.

 

En resumen: habrá que clarificar que, a pesar de lo mucho que dan la tabarra desde Podemos, desde otros partidos y desde ese caudal inagotable de opiniones que es actualmente la politología, la política no es Juego de Tronos. Ni funciona con las mismas reglas, ni las maniobras propias de Juego de Tronos generan los mismos resultados que en la serie o los libros. Afortunadamente.

Carolina Punset (C's) en su escaño (FOTO: EVA MÁÑEZ).

#prayfor... Carolina Punset

Todo lo que ha dado de sí Pablo Iglesias a lo largo de esta semana, lo ha devuelto la líder de Ciudadanos en la Comunidad Valenciana, Carolina Punset. Y lo ha hecho con creces: aumentado y condensado en la sesión de investidura de Ximo Puig como presidente de la Generalitat. La argumentación de Punset, dirigida a la línea de flotación de los votantes anticatalanistas del PP, tal vez sea eficaz en términos electorales, bien sea aquí, bien sea en el resto de España (aunque, personalmente, me permito dudarlo). Pero son absolutamente impresentables y ridículas.

Porque aquí ya no hablamos de contraponer una identidad valenciana, o española, frente a la pretendida catalanización de la sociedad que supondría el acceso al poder de Compromís (lo cual sería totalmente legítimo). Ni siquiera de hacer demagogia barata con el pretexto de discutir los orígenes de la lengua valenciana. Aquí hablamos, sencillamente, de insultar a los valencianos. A todos ellos. Un insulto a la identidad que muchos sienten como propia, y a la inteligencia de todos, a ese colectivo de "aldeanos", hablen o no valenciano, ese idioma que "no sirve para encontrar trabajo". Y todo ello por parte de la portavoz de un partido, no lo olvidemos, de obediencia catalana. ¿Qué hay más pancatalanista que eso?

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